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Biografia de Andrés Manjón y Manjón.

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Vida y obra de Andrés Manjón y Manjón.

Agregado: 29 de AGOSTO de 2000 (Por ) | Palabras: 2090 | Votar |
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    ANDRÉS MANJóN y MANJóN

    Esta biografía está basada en el libro "Andrés Manjón y Manjón" que escribió Fray Valentín de la Cruz (escritor burgalés)

    Su niñez

    Don Andrés Manjón y Manjón nació en 1846 en Sargentes de la Lora (BURGOS). Hijo de Lino y Sebastiana.

    Cuando Andrés cumplió 6 años, su madre y su tío, sacerdote párroco entonces de Sargentes de la Lora, don Domingo, ven la necesidad de un sistema educativo para el niño. El buen párroco se entrega con lo mucho que es y puede, a la criatura; juega con él, le obsequia, le reprende, le lleva a la iglesia y le pone junto al altar.

    La segunda aula, en la que Andrés aprendió la asignatura de la vida, fue su mismo pueblo, Sargentes de la Lora, amplio y alto, luminoso y frío. Tuvo como maestro a don Fco. Campos. Don Andrés lo dibujó cabalmente:

    "De unos 40 años, alto, nervioso y escueto, muy enérgico, de cara tiesa, voz de autoridad con tono de mal humor y asomos de riña; quien sabía hacer letras, pero sin ortografía; leer, pero sin gusto; y calcular, pero en abstracto y sólo con números enteros, hasta dividir por más de una cifra".

    En la red de su sistema cayó Andresillo cuando apuntaba sus 7 añitos. Pero el niño se rebela pronto contra la situación y opta por la pasividad: "hacía novillos".

    Para él, la escuela, la cultura y el saber teórico eran algo antipático e inútil. Fue su madre, la perspicaz Sebastiana, quien se dio cuenta y le hizo ver que tenía que ir a la escuela para aprender a leer, para ser algún día sabio y santo sacerdote.

    Polientes

    En 1857 hizo su primera Comunión. Se planteó en familia el problema del progreso escolar de Andrés, que a los tres cursos, sabía tanto como el Sr. Campos. Se resolvió enviando al muchacho a la capital del partido, a Sedano. Allí estuvo 6 meses. Aquella salida cultural había servido de muy poco.

    Andrés había demostrado capacidad. Lino, Sebastiana y don Domingo coincidían en rescatar al niño de los terrones y del ganado; había que lanzarlo a las posibilidades de la vida, aunque para ellos sólo había una, el altar.

    Aquel verano de 1858, la familia determinó que Andrés iniciase la carrera eclesiástica, con el aprendizaje de la lengua latina. La decisión significaba un sacrificio múltiple; pero, en lo económico, don Domingo supliría de sus ascéticos ahorros cuanto faltase al esfuerzo de sus padres.

    Cerca de Sargentes, en Panizares, don Marcos, el párroco, se propuso enseñar latín a algunos muchachos de la comarca. Su método fue castigar y meter la ciencia a fuerza de repeticiones y con el auxilio del palo.

    La familia de Andrés veía positivamente la formación que el chico recibía; como el chico simpatizaba con él, al ser trasladado el párroco a Cortes, un barrio de Burgos, Andrés también fue con él. Los cuatro meses que pudo resistir, apenas dejaron huella en el recuerdo del muchacho. Las razones de su abandono pudieron ser varias: la lejanía de la familia, la dedicación pastoral que absorbía al párroco en su nueva parroquia; y, principalmente, la presencia, en la cercana Polientes, de un dómine que merecía toda la confianza del tío don Domingo.

    Andrés se resignó y fue inscrito en la preceptoría de Polientes, que actuaba como seleccionadora, enviando al Seminario Mayor a los alumnos más capacitados y con vocación sacerdotal. La seriedad y el castigo eran la norma de la disciplina y se creían firmemente que "la letra con sangre entra"....Bajo la autoridad de don Liborio cayó Andrés en octubre de 1859 y bajo ella se mantuvo durante dos años.

    Ante este panorama tan deprimente no es de extrañar que Andrés se confirmase en su vocación campesina y añorase la vuelta a Sargentes. Pero no todo es negativo, algo nace en él durante su estancia en Polientes, que, sin duda, preexistía en él, pero que aquí comienza a configuranrse y que le durará mientras viva: un sentido de la disciplina y de autodominio, que le hace aplicarse al estudio y dominar su propio gusto.

    Va acumplir 15 años y desconoce los elementos de otras ciencias: Geografía, Historia, Aritmética, etc., ni se oían sus nombres. Sin embargo, Andrés no guardó rencor a don Liborio y hasta escribió sobre él estas hermosas líneas:

    "... aunque duro por educación y naturaleza, fue todo un hombre, bueno, digno, consecuente, honrado, modesto, celoso en el cumplimiento de su deber, amante de sus discípulos y por todos respetado y querido".

    Seminario

    El siguiente paso será el Seminario. En septiembre de 1861, su tío le lleva a Burgos.Tras un año de muchísimo trabajo, enfrentado Andrés con el tribunal, superó brillantemente la Latinidad, las Historias, las Ciencias, hasta el Griego, obteniendo la máxima calificación: "Meritissimus".

    Después seguirán tres años de estudios filosóficos en el Seminario de San Jerónimo como alumno externo. En este tiempo muere su padre, por enfermedad de bronquios. Será su madre, Sebastiana, quien prepara su cabalgadura y decide salir de noche, hacia Burgos, para ser ella, quien le comunique a su hijo la triste noticia.

    La muerte de su padre generó en Andrés una crisis de responsabilidad, se figuraba constantemente la imagen de su madre, cercada de 4 hermanitos, el más pequeño de 21 meses, luchando bravamente por el pan de cada día.

    Andrés se entrega al estudio y el balance final del primer curso de Filosofía no pudo ser más brillante "Meritissimus". Durante el curso 1863-64 también obtuvo al final un "Meritissimus".

    El curso 1864-65, hay un profesor nuevo para Andrés, don Domingo Peña, que explicaría Derecho a los alumnos de Tercero de Filosofía. Debe ser su primer destino a clase y Andrés demostró ironía con él. Pronto es voz común entre los alumnos, la ojeriza que don Domingo tiene a Manjón. Los exámenes en junio confirmaron la tragedia; en Derecho Natural fue suspendido por el catedrático Peña. Andrés se presentó ante don Domingo y posteriormente a la autoridad del centro, ya que se sentía seguro conocedor de la disciplina descalificada, exponiendo lo que él calificaba como una injusticia. Don Domingo no se convenció. Nadie le hizo caso. El despecho se apoderó de Andrés, se sentía humillado. Habló con sus amigos y les dijo que se iba, porque no podía presentarse en su casa con aquel suspenso.

    Manolo Campos se alistó con él en la aventura. Llegaron hasta Oviedo, sucios, ojerosos, llenos de remiendos y de pelambres. Es septiembre y su madre no ha perdido la calma. Después de recoger la cosecha enfila a Burgos. Apenas llega a la capital, se encuentra a su hijo de sopetón.

    De esta experiencia Andrés descubrió el lado positivo: la ciencia de soportar la injusticia; el apelar a Dios antes que a los hombres; el humilde convencimiento de que muchas espontaneidades de la juventud no son más que estupideces. Las conclusiones se grabaron tanto que, años adelante, confesaría sin rubor: " A un suspenso le debo lo que soy".

    Normaliza la situación académica entre el 1 y el 15 de septiembre y obtiene la calificación de "Meritus" Parece que hasta don Domingo se arrepintió de su tajante postura, reconociendo que Andrés era y había sido un estudiante distinguido.

    Concluido cada curso, siempre con la mejor de las calificaciones, el seminarista vuelve los veranos a su entrañable Sargentes.

    A los 26 años cumplidos, Andrés es un hombre cabal: voluntarioso, conocedor claro del bien y del mal; sufridor en la vida hasta la austeridad, creyente, su palabra es sí o no, trabajador y rezador, ilusionado por algo que intuyen en su vida, pero que no cuaja todavía en formas reales.

    Una vez terminados los estudios, vuelve a Valladolid; le tienta la idea de ejercer la docencia por libre; abre un estudio privado para alumnos de Segunda Enseñanza. Como los alumnos no afluían con la abundancia prevista, tuvo que dejarlo.

    En la Universidad de Salamanca, en la Cátedra de Derecho Romano, había una vacante que solicitó y le fue concedida; allí estuvo cinco meses hasta que la plaza se cubrió definitivamente.

    En otoño de 1874, Andrés llega a Madrid, se presenta en la Corte con una carta de recomendación. Fue admitido como inspector, encargado de disciplina, en el Colegio de San Isidoro. No se encerró en su colegio. Se alistó en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, pero esta experiencia no le resultó positiva.

    El 16 de agosto de 1876, nace la Institución Libre de Enseñanza; Manjón se sintió frente a ella por dos razones que mueven la vida de Andrés: Dios y la Patria. La ausencia de Dios y el olvido de la tradición española eran imperdonables.

    Es 1878. Se habían anunciado oposiciones para la Cátedra de Disciplina Eclesiástica en la Universidad de Salamanca. El tribunal le concedió el nº 1, pero la plaza se la adjudicaron al nº 2. Tuvo que volver a opositar a finales del 78 o principios del 79. Obtuvo de nuevo el nº 1. Ahora le adjudican la Cátedra. Ya es profesor universitario. Canceló sus compromisos en el Colegio "San Isidoro" y se despidió.

    Andrés era titular de la Cátedra de Disciplina Eclesiástica en la Universidad de Santiago de Compostela a la que había opositado. Cuando en 1880 se anunciaron vacantes en Derecho, Manjón solicitó la Cátedra de Disciplina Eclesiástica en la Universidad de Granada, donde vivirá el resto de sus días.

    El 23 de octubre de 1885, el Cabildo del Sacro Monte, Abadía granadina, le eligió para la asignatura de Derecho Canónico. Para ser canónigo se exigía la condición sacerdotal y en la primavera del 86, decide caminar hacia el sacerdocio. El 19 de junio era ungido sacerdote.

    En el otoño de 1886, neosacerdote y flamante canónigo, organizó su vida sobre las obligaciones en el Sacro Monte y en la Universidad. Funda las Escuelas del Ave-María, dedicando su tiempo, su dinero y toda su entrega a esta obra. Estos eran sus principios:

    Contra la ignorancia, la enseñanza.

    Contra la pobreza, el socorro.

    Contra la corrupción, la educación moral.

    Contra el escándalo público, la influencia social.

    El primer desdoblamiento del sistema educacional avemariano lo hizo en su pueblo natal, por el que sentía un cariño especial. Todos los veranos los había pasado en él.

    Otro de los proyectos que llevó a la práctica fue el Seminario de Maestros para "avemarianizar" a sus responsables, se inauguró en 1905.

    En 1918 había Escuelas del Ave-María en Granada y en 36 provincias españolas. A lo largo de su vida se abrieron unas 400 escuelas, no sólo en España, sino también en países ultramarinos.

    Sus principios pedagógicos eran: la educación ha de ser una y no contradictoria; integral; debe comenzar desde la cuna; debe ser gradual y continua; progresiva; tradicional e histórica; orgánica y armónica; activa por parte del maestro y del alumno; sensible; moral y religiosa; artística y manual; educando con el ejemplo; mens sana in copore sano.

    Manjón fue un enamorado de la palabra; de la palabra hablada y de la palabra escrita. Sus obras literarias se dirigen a la escuela o al maestro. Entre otras, sus obras selectas son:

    El maestro mirando hacia dentro.

    Hojas Evangélicas y Pedagógicas del Ave-María.

    El Catequista.

    Tratado de Educación.

    El pensamiento del Ave-María. Modos de enseñar.

    El maestro mirando hacia fuera. I y II parte.

    En 1900 fue nombrado Hijo Predilecto de Granada. En 1909, la Diputación Provincial de Burgos, le nombra Hijo Predilecto de la provincia de Burgos, lápida que figura en la fachada del palacio de la Diputación burgalesa. Él no asistió a estos homenajes. No le gustaban y no se sentía digno de ellos por su gran humildad.

    Su madre muere en 1898. La última visita a su terruño fue en 1921.

    Don Andrés mereció los elogios de muchacho responsable, joven serio, profesor concienzudo y sacerdote ejemplar, humilde y prudente. La fortaleza era temperamental. En su interior no consintió que la pereza, el aburguesamiento, la comodidad, los honores, levantaran cabeza y sentaran plaza en su alma.

    El 10 de julio de 1923 murió. Sus restos se hallan en la capilla de las Escuelas del Ave-María, en una sencilla cripta. Dos letras escritas, A y M le dicen al visitante el nombre y apellidos de quien ocupa la tumba; es la rúbrica de una personalidad sobria y humilde.

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