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Biografia de Pablo Neruda.

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Vida y obra de Pablo Neruda.

Agregado: 29 de AGOSTO de 2000 (Por ) | Palabras: 7738 | Votar |
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Categoría: Apuntes y Monografías > Biografías >
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    Pablo Neruda

    Ricardo Elizer Neftali Reyes Basoalto (quien escribiría posteriormente con el seudónimo de Pablo Neruda) nació en Parral el año 1904, hijo de don José del Carmen Reyes Morales, obrero ferroviario y doña Rosa Basoalto Opazo, maestra de escuela, fallecida poco años después del nacimiento del poeta.

    En 1906 la familia se traslada a Temuco donde su padre se casa con Trinidad Candia Marverde, a quién el poeta menciona en diversos textos como Confieso que he vivido y Memorial de Isla Negra con el nombre de Mamadre. Realiza sus estudios en el Liceo de Hombres de esta ciudad, donde también publica sus primeros poemas en el periódico regional La Mañana. En 1919 obtiene el tercer premio en los Juegos Florales de Maule con su poema Nocturno ideal.

    En 1921 se radica en Santiago y estudia pedagogía en francés en la Universidad de Chile, donde obtiene el primer premio de la fiesta de la primavera con el poema La canción de fiesta, publicado posteriormente en la revista Juventud. En 1923, publica Crepusculario, que es reconocido por escritores como Alone, Raúl Silva Castro y Pedro Prado. Al año siguiente aparece en Editorial Nascimento sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. Posteriormente se manifiesta un propósito de renovación formal de intención vanguardista en tres breves libros publicados en 1926: El habitante y su esperanza ; Anillos (en colaboración con Tomás Lagos) y Tentativa del hombre infinito.

    En 1927 comienza su larga carrera diplomática cuando es nombrado cónsul en Rangún, Birmania. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. En 1935, Manuel Altolaguirre le entrega la dirección a Neruda de la revista Caballo verde para la poesía en la cual es compañero de los poetas de la generación del 27. Ese mismo año aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

    En 1936 al estallar la guerra civil española, muere García Lorca, Neruda es destituido de su cargo consular, y escribe España en el corazón.

    En 1945 obtiene el premio Nacional de Literatura.

    En 1950 publica Canto General, texto en que su poesía adopta una intención social, ética y política. En 1952 publica Los versos del capitán y en 1954 Las uvas y el viento y Odas elementales. En 1958 aparece Estravagario con un nuevo cambio en su poesía. En 1965 se le otorga el título de doctor honoris causa en la Universidad de Oxford , Gran Bretaña. En octubre de 1971 recibe el Premio Nobel de Literatura.

    Muere en Santiago el 23 de septiembre de 1973 . Póstumamente se publicaron sus memorias en 1974, con el título Confieso que he vivido.

    Discurso pronunciado con ocasion de la entrega del Premio Nobel de Literatura

    (1971)

    Mi discurso sera una larga travesia, un viaje mio por regio-

    nes, lejanas y antipodas, no por eso menos semejantes al pai-

    saje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de

    mi pais. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar

    con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la

    geografia de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado

    del planeta.

    Por alli, por aquellas extensiones de mi patria adonde

    me condujeron acontecimientos ya olvidados en si mismos,

    hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la

    frontera de mi pais con Argentina. Grandes bosques cubren

    como un tunel las regiones inaccesibles y como nuestro cami-

    no era oculto y vedado, aceptabamos tan solo los signos mas

    debiles de la orientacion. No habia huellas, no existian sen-

    deros y con mis cuatro companeros a caballo buscabamos en

    ondulante cabalgata -eliminando los obstaculos de podero-

    sos arboles, imposibles rios, roquerios inmensos, desoladas

    nieves, adivinando mas bien- el derrotero de mi propia li-

    bertad. Los que me acompanaban conocian la orientacion, la

    posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse mas

    seguros montados en sus caballos marcaban de un mache-

    tazo aqui y alla las cortezas de los grandes arboles dejando

    huellas que los guiarian en el regreso, cuando me dejaran solo

    con mi destino.

    Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin

    margenes, en aquel silencio verde y blanco, los arboles, las

    grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de

    aiios, los troncos semi-derribados que de pronto eran una ba-

    rrera mas en nuestra marcha. Todo era a la vez una natura-

    leza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amena-

    za de frio, nieve, persecucion. Todo se mezclaba: la sole-

    dad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi mision.

    A veces seguiamos una huella delgadisima, dejada qui-

    zas por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e

    ignorabamos si muchos de ellos habian perecido, sorprendi-

    dos de repente por las glaciales manos del invierno, por las

    tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se

    descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos

    de blancura.

    A cada lado de la huella contemple, en aquella salvaje

    desolacion, algo como una construccion humana. Eran trozos

    de ramas acumulados que habian soportado muchos invier-

    nos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cumulos

    de madera para recordar a los caidos, para hacer pensar en

    los que no pudieron seguir y quedaron alli para siempre de

    bajo de las nieves. Tambien mis compnneros cortaron con

    sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que

    descendian sobre nosotros desde la altura de las coniferas

    inmensas, desde los robles cuyo ultimo follaje palpitaba an-

    tes de las tempestades del invierno. Y tambien yo fui de-

    jando en cada tumulo un recuerdo, una tarjeta de madera,

    una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de

    uno y otro de los viajeros desconocidos.

    Teniamos que cruzar un rio. Esas pequenas vertientes

    nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan

    su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas,

    rompen tierras y rocas con la energia y la velocidad que

    trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un

    remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos en-

    traron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto

    mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas,

    yo comence a mecerme sin sosten, mis pies se afanaban al ga-

    rete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al

    aire libre. Asi cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla,

    los baqueanos, los campesinos que me acompanaban me pre-

    guntaron con cierta sonrisa:

    Tuvo mucho miedo?

    Mucho. Crei que habia llegado mi ultima hora- dije.

    Ibamos detras de usted con el lazo en la mano - me

    respondieron.

    Ahi mismo - agrego uno de ellos- cayo mi padre y

    lo arrastro la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted.

    Seguimos hasta entrar en un tunel natural que tal vez

    abrio en las rocas imponentes un caudaloso rio perdido, o un

    estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aque-

    lla obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de gra-

    nito, en el cual pelletramos. A los pocos pasos las cabalga-

    duras resbalaban, tratahan de afincarse en los desniveles de

    piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las

    herraduras: mas de una vez me vi arrojado del caballo y

    tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices

    y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el esplen-

    dido, el dificil camino.

    Algo nos espcraha en medio de aquella selva salvaje.

    Subitamente, como singular vision, llegamos a una pequena y

    esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montanas:

    agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el

    cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningun

    follaje.

    Alli nos detuvimos como dentro de un circulo magico,

    como huespedes de un recinto sagrado: y mayor condicion de

    sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participe. Los va-

    queros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto

    estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis

    companeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para

    dejar una monedas y algunos alimentos en los agujeros de

    hueso. Me uni a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos

    Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encon-

    trarian pan y auxilio en las orbitas del toro muerto.

    Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremo-

    nia. Mis rusticos amigos se despojaron de sus sombreros e

    iniciaron una extrana danza, saltando sobre un solo pie alre-

    dedor de la calavera abandonada, repasando la huella cir-

    cular clcjada por tantos bailes de otros que por alli cruzaron

    antes. Comprendi entonces de una manera imprecisa, al lado

    de mis impenetrables companeros, que existia una comuni-

    cacion de desconocido a desconocido, que habia una solicitud,

    una peticion y una respuesta aun en las mas lejanas y aparta-

    das soledades de este mundo.

    Mas lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me

    alejarian por muchos anos de mi patria, llegamos de no-

    che a las ultimas gargantas de las montanas. Vimos de pron-

    to una luz encendida que era indicio cierto de habitacion hu-

    mana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construc-

    ciones, unos destartalados galpones al parecer vacios. Entra-

    mos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes

    troncos encendidos en el centro de la habitacion, cuerpos de

    arboles gigantes que alli ardian de dia y de noche y que

    dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que

    vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo

    azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los

    cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados co-

    mo sacos, yacian algunos hombres. Distinguimos en el si-

    lencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una can-

    cion que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traia la

    primera voz humana que habiamos topado en el camino. Era

    una cancion de amor y de distancia, un lamento de amor y de

    nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciuda-

    des de donde veniamos, hacia la infinita extension de la vida.

    Ellos ignoraban quienes eramos, ellos nada sabian del fugi-

    tivo, ellos no conocian mi poesia ni mi nombre. O lo co-

    nocian, nos conocian? El hecho real fue que junto a aquel fue-

    go cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la

    oscuridad hacia unos cuartos elementales. A traves de ellos

    pasaba una corrientel termal, agua volcanica donde nos sumer-

    gimos, calor que se desprendia de las cordilleras y nos acogio

    en su seno.

    Chapoteamos gozosos, cavandonos, limpiandonos el peso

    de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bau-

    tizados, cuando al amanecer emprendimos los ultimos kilome-

    tros de jornadas que me separarian de aquel eclipse de mi

    patria nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras,

    plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empuja-

    ba al gran camino del mundo que me estaba esperando.

    Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los mon-

    taneses algunas monedas de recompensa por las canciones,

    por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y

    los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos sa-

    lio al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin

    un ademan. Nos habian servido y nada mas. Y en ese "nada

    mas" en ese silencioso nada mas habia muchas cosas sub-

    entendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos

    suenos.

    Senoras y Seriores:

    Yo no aprendi en los libros ninguna receta para la com-

    posicion de un poema: y no dejare impreso a mi vez ni siquie-

    ra un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban

    de mi alguna gota de supuesta sabiduria. Si he narrado en

    este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nun-

    ca olvidado relato en esta ocasion y en este sitio tan diferen-

    tes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he

    encontrado siempre en alguna parte la aseveracion necesaria,

    la formula que me aguardaba, no para endurecerse en mis

    palabras sino para explicarme a mi mismo.

    En aquella larga jornada encontre las dosis necesarias

    a la formacion del poema. Alli me fueron dadas las aporta-

    ciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesia es una

    accion pasajera o solemne en que entran por parejas medidas

    la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la accion, la in-

    timidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta

    revelacion de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que to

    do esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su

    actitud, el hombre y su poesia- en una comunidad cada vez

    mas extensa, en un ejercicio que integrara para siempre en

    nosotros la realidad y los suenos, porque de tal manera los

    une y los confunde. Y digo de igual modo que no se, des-

    pues de tantos anos, si aquellas lecciones que recibi al cru-

    zar un rio vertiginoso, al bailar alrededor del craneo de una

    vaca, al banar mi piel en el agua purificadora de las mas al-

    tas regiones, digo que no se si aquello salia de mi mismo

    para comunicarse despues con muchos otros seres, o era el

    mensaje que los demas hombres me enviaban como exigen-

    cia o emplazamiento. No se si aquello lo vivi o lo escribi,

    no se si fueron verdad o poesia, transicion o eternidad los

    versos que experimente en aquel momento, las experiencias

    que cante mas tarde.

    De todo ello, amigos, surge una ensenanza que el poeta

    debe aprender de los demas hombres. No hay soledad inex-

    pugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la

    comunicacion de lo que somos. Y es preciso atravesar la so-

    ledad y la aspereza, la incomunicacion y el silencio para

    llegar al recinto magico en que podemos danzar torpemen-

    te o cantar con melancolia; mas en esa danza o en esa can-

    cion estan consumados los mas antiguos ritos de la conciencia:

    de la concioncia de ser hombres y de creer en un destino

    comun.

    En verdad, si bien alguna o mucha gente me considero

    un sectario, sin posible participacion en la mesa comun de

    la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme,

    no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan ca-

    bida entre los deberes del poeta. Despues de todo, ningun

    poeta administro la poesia, y si alguno de ellos se detuvo a

    acusar a sus semejantes, o si otro penso que podria gastarse la

    vida defendiendose de recriminaciones razonables o absurdas,

    mi conviccion es que solo la vanalilad es capaz de desviarnos

    hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesia no

    estan entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta

    de concordancia del poeta.

    El Cartero y Pablo Neruda

    En la entrega de premios de la Academia de Hollywood de 1995, una película destacaba de entre las demás por sus características especiales. "El cartero y Pablo Neruda" se trata de un coproducción entre cuatro países: Italia, Francia, España y Portugal. Esto venía a romper la tradicional supremacía de filmes norteamericanos y británicos, en favor de una historia repleta de matices sentimentales; de una película que supone todo un canto a la poesía y a la amistad.

    "El cartero y Pablo Neruda" recibió cinco nominaciones a los oscars de la Academia:

             Mejor película

             Mejor actor principal

             Mejor guión adaptado

             Mejor director

             Mejor banda original de drama.

    Finalmente, consiguió el premio a una hermosa partitura compuesta por Luis Bacaloy. Basada en el libro "Ardiente paciencia" del chileno Antonio Skarmeta, "El cartero y Pablo Neruda" aparece como una muy libre adaptación de la relación que se establece entre el poeta y un cartero de las Islas Negras (Chile). El escenario de la película del director británico Michael Radford se sitúa en una isla de Nápoles, en el año 1952. Los guionistas Anna Pavignano, Furio y Giacomo Scarpelli y el actor y director Massimo Troisi quisieron trasladar la historia al momento del exilio político de Pablo Neruda, cuando el Partido Comunista fue prohibido en Chile por el gobierno constitucional y democrático de Gabriel González Videla.

    Los protagonistas de "El cartero y Pablo Neruda" son Massimo Troisi (en el papel del cartero), el protagonista de Cinema Paradiso, Philippe Noiret (Pablo Neruda) y la actriz María Grazia Cucinotta (Beatrice).

    La figura del actor, director y guionista Massimo Troisi se presenta como la más destacada de la película. Troisi padecía de una enfermedad del corazón desde los veinte años. Necesitaba urgentemente un trasnplante. Sin embargo, pospuso la operación hasta que hubiese finalizado el rodaje. El popular actor y cómico italiano murió un día después de que la película fue completada y una semana antes de ser sometido a la operación en la que le realizarían el transplante. Algunas opiniones han dado a entender que esta circunstancia fue un impulso para que "El cartero" recibiese cinco nominaciones a los oscars. Sin embargo, la película cuenta con suficientes méritos propios: mezcla de un buen guión y una dirección simple, pero efectiva. Por otra parte, la sorprendente capacidad de Massimo Troisi para parecer totalmente natural. La historia que se narra es imperecedera, universal. Los temas que se tocan involucran a cualquier espectador: la amistad, el amor, la lucha por los ideales... y el canto a la necesidad de poesía en nuestras vidas.

    Sinopsis de "El Cartero y Pablo Neruda"

    Mario Ruópolo (Massimo Troisi) es un joven que se niega a seguir el oficio de pescador de su padre. Sin embargo, la pequeña isla de Nápoles en la que vive no parece ofrecer posibilidades mejores. La oferta de un trabajo como cartero cambia su existencia. El destinatario de la correspondencia es una sola persona: el poeta chileno Pablo Neruda, recién llegado a la isla. Pablo Neruda se exilia de Chile en el momento en que es prohibido el Partido Comunista en su país, en el que milita. Acompañado por su mujer, Matilde, permanece ajeno a la aldea y a sus habitantes.

    "El cartero y Pablo Neruda" narra la relación que se establece entre Mario (un personaje mezcla de ingenuidad, de ternura y de impertinencia) y un Pablo Neruda tratado en su faceta más humana. El hilo de esta amistad se teje alrededor de las palabras y su poder, de la construcción de metáforas y de la poesía como forma de entender y afrontar la propia existencia.

    El hecho que desencadena los acontecimientos es el amor que Mario siente por Beatrice, una hermosa mujer que trabaja en la taberna de la aldea. El cartero recurre a la ayuda de Neruda (que recibe muchísimas cartas de mujeres) para conquistarla. A partir de este punto, la película se abre a la dimensión de la amistad en su sentido más puro y profundo. Mario tendrá acceso al poeta, a su inspiración y a sus ideales. Neruda, al principio muy distante, reflejará su cara más cercana y sencilla.

    La película de Michael Radford, constituida a base de cuidadísimos detalles, es un homenaje al valor de las palabras, de las claves que arrojan para la vida y del camino que abren a lo espiritual, a una nueva realidad.

    Veinte poemas de amor
    y una canción desesperada

    VEINTE POEMAS DE AMOR

    1.Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
    2.En su llama mortal la luz te envuelve.
    3.Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
    4.Es la mañana llena de tempestad
    5.Para que tú me oigas
    6.Te recuerdo como eras en el último otoño.
    7.Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
    8.Abeja blanca zumbas—ebria de miel—en mi alma
    9.Ebrio de trementina y largos besos,
    10.Hemos perdido aun este crepúsculo.
    11.Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas
    12.Para mi corazón basta tu pecho,
    13.He ido marcando con cruces de fuego
    14.Juegas todos los días con la luz del universo.
    15.Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
    16.En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
    17.Pensando, enredando sombras en la profunda soledad.
    18.Aquí te amo.
    19.Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
    20.Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

    LA CANCION DESESPERADA

    •Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.

    1
    Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
    te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
    Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
    y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

    Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
    y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
    Para sobrevivirme te forjé como un arma,
    como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

    Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
    Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
    Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
    Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!

    Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
    Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
    Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
    y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

    2
    En su llama mortal la luz te envuelve.
    Absorta, pálida doliente, así situada
    contra las viejas hélices del crepúsculo
    que en torno a ti da vueltas.

    Muda, mi amiga,
    sola en lo solitario de esta hora de muertes
    y llena de las vidas del fuego,
    pura heredera del día destruido.

    Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro.
    De la noche las grandes raíces
    crecen de súbito desde tu alma,
    y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas,
    de modo que un pueblo pálido y azul
    de ti recién nacido se alimenta.

    Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava
    del círculo que en negro y dorado sucede:
    erguida, trata y logra una creación tan viva
    que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.


    3
    Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
    lento juego de luces, campana solitaria,
    crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
    caracola terrestre, en ti la tierra canta!

    En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye
    como tú lo desees y hacia donde tú quieras.
    Márcame mi camino en tu arco de esperanza
    y soltaré en delirio mi bandada de flechas.

    En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla
    y tu silencio acosa mis horas perseguidas,
    y eres tú con tus brazos de piedra transparente
    donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.

    Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla
    en el atardecer resonante y muriendo!
    Así en horas profundas sobre los campos he visto
    doblarse las espigas en la boca del viento.

    4
    Es la mañana llena de tempestad
    en el corazón del verano.

    Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,
    el viento las sacude con sus viajeras manos.

    Innumerable corazón del viento
    latiendo sobre nuestro silencio enamorado.

    Zumbando entre los árboles, orquestal y divino,
    como una lengua llena de guerras y de cantos.

    Viento que lleva en rápido robo la hojarasca
    y desvía las flechas latientes de los pájaros.

    Viento que la derriba en ola sin espuma
    y sustancia sin peso, y fuegos inclinados.

    Se rompe y se sumerge su volumen de besos
    combatido en la puerta del viento del verano.

    5
    Para que tú me oigas
    mis palabras
    se adelgazan a veces
    como las huellas de las gaviotas en las playas.

    Collar, cascabel ebrio
    para tus manos suaves como las uvas.

    Y las miro lejanas mis palabras.
    Más que mías son tuyas.
    Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

    Ellas trepan así por las paredes húmedas.
    Eres tú la culpable de este juego sangriento.

    Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
    Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

    Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
    y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

    Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
    para que tú las oigas como quiero que me oigas.

    El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
    Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

    Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
    Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
    Amame, compañera. No me abandones. Sígueme.
    Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

    Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
    Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

    Voy haciendo de todas un collar infinito
    para tus blancas manos, suaves como las uvas.

    6
    Te recuerdo como eras en el último otoño.
    Eras la boina gris y el coazón en calma.
    En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
    Y las hojas caían en el agua de tu alma.

    Apegada a mis brazos como una enredadera,
    las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
    Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
    Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

    Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
    boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
    hacia donde emigraban mis profundos anhelos
    y caían mis besos alegres como brasas.

    Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
    Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
    Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
    Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

    7
    Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
    a tus ojos oceánicos.

    Allí se estira y arde en la más alta hoguera
    mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago.

    Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
    que olean como el mar a la orilla de un faro.

    Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
    de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.

    Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
    a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.

    Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
    que centellean como mi alma cuando te amo.

    Galopa la noche en su yegua sombría
    desparramando espigas azules sobre el campo.

    8
    Abeja blanca zumbas—ebria de miel—en mi alma
    y te tuerces en lentas espirales de humo.

    Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
    el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.

    Ultima amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
    En mi tierra desierta eres la última rosa.

    Ah silenciosa!

    Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche.
    Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.

    Tienes ojos profundos donde la noche alea.
    Frescos brazos de flor y regazo de rosa.

    Se parecen tus senos a los caracoles blancos.
    Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.

    Ah silenciosa!

    He aquí la soledad de donde estás ausente.
    Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.

    El agua anda descalza por las calles mojadas.
    De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.

    Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
    Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.

    Ah silenciosa!


    9
    Ebrio de trementina y largos besos,
    estival, el velero de las rosas dirijo,
    torcido hacia la muerte del delgado día,
    cimentado en el sólido frenesí marino.

    Pálido y amarrado a mi agua devorante
    cruzo en el agrio olor del clima descubierto,
    aún vestido de gris y sonidos amargos,
    y una cimera triste de abandonada espuma.

    Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única,
    lunar, solar, ardiente y frío, repentino,
    dormido en la garganta de las afortunadas
    islas blancas y dulces como caderas frescas.

    Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos
    locamente cargado de eléctricas gestiones,
    de modo heroico dividido en sueños
    y embriagadoras rosas practicándose en mí.

    Aguas arriba, en medio de las olas externas,
    tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
    como un pez infinitamente pegado a mi alma
    rápido y lento en la energía subceleste.

    10
    Hemos perdido aun este crepúsculo.
    Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
    mientras la noche azul caía sobre el mundo.

    He visto desde mi ventana
    la fiesta del poniente en los cerros lejanos.

    A veces como una moneda
    se encendía un pedazo de sol entre mis manos.

    Yo te recordaba con el alma apretada
    de esa tristeza que tú me conoces.

    Entonces, dónde estabas?
    Entre qué gentes?
    Diciendo qué palabras?
    Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
    cuando me siento triste, y te siento lejana?

    Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
    y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.

    Siempre, siempre te alejas en las tardes
    hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.

    11
    Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas
    la mitad de la luna.
    Girante, errante noche, la cavadora de ojos.
    A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.

    Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye.
    Fragua de metales azules, noches de las calladas luchas,
    mi corazón da vueltas como un volante loco.
    Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos,
    a veces fulgurece su mirada debajo del cielo.
    Quejumbre, tempestad, remolino de furia,
    cruza encima de mi corazón, sin detenerte.
    Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta.
    Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella.
    Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
    Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas.
    Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio,
    ah nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.

    Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos,
    es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría.
    Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas
    para qué tocarla ahora, para qué entristecerla.

    Ay seguir el camino que se aleja de todo,
    donde no esté atajando la angustia, la muerte, el invierno,
    con sus ojos abiertos entre el rocío.

    12
    Para mi corazón basta tu pecho,
    para tu libertad bastan mis alas.
    Desde mi boca llegará hasta el cielo
    lo que estaba dormido sobre tu alma.

    Es en ti la ilusión de cada día.
    Llegas como el rocío a las corolas.
    Socavas el horizonte con tu ausencia.
    Eternamente en fuga como la ola.

    He dicho que cantabas en el viento
    como los pinos y como los mástiles.
    Como ellos eres alta y taciturna.
    Y entristeces de pronto, como un viaje.

    Acogedora como un viejo camino.
    Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
    Yo desperté y a veces emigran y huyen
    pájaros que dormían en tu alma.

    13
    He ido marcando con cruces de fuego
    el atlas blanco de tu cuerpo.
    Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
    En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.

    Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
    muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
    Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
    El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.

    Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
    La soledad cruzada de sueño y de silencio.
    Acorralado entre el mar y la tristeza.
    Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.

    Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
    Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
    Así como las redes no retienen el agua.
    Muñeca mia, apenas quedan gotas temblando.
    Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
    Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
    Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
    Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
    Triste ternura mía, qué te haces de repente?
    Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
    mi corazón se cierra como una flor nocturna.


    14
    Juegas todos los días con la luz del universo.
    Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
    Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
    como un racimo entre mis manos cada día.

    A nadie te pareces desde que yo te amo.
    Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
    Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?
    Ah déjame recordarte cómo eras entonces, cuando aún no existías.

    De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
    El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
    Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
    Se desviste la lluvia.

    Pasan huyendo los pájaros.
    El viento. El viento.
    Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
    El temporal arremolina hojas oscuras
    y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

    Tú estás aquí. Ah tú no huyes.
    Tú me responderás hasta el último grito.
    Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
    Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

    Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
    y tienes hasta los senos perfumados.
    Mientras el viento triste galopa matando mariposas
    yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

    Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,
    a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
    Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
    y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

    Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
    Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
    Hasta te creo dueña del universo.
    Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
    avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

    Quiero hacer contigo
    lo que la primavera hace con los cerezos.

    15
    Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
    y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
    Parece que los ojos se te hubieran volado
    y parece que un beso te cerrara la boca.

    Como todas las cosas están llenas de mi alma
    emerges de las cosas, llena del alma mía.
    Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
    y te pareces a la palabra melancolía.

    Me gustas cuando callas y estás como distante.
    Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
    Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
    déjame que me calle con el silencio tuyo.

    Déjame que te hable también con tu silencio
    claro como una lámpara, simple como un anillo.
    Eres como la noche, callada y constelada.
    Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

    Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
    Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
    Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
    Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

    16
    Paráfrasis a R. Tagore

    En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
    y tu color y forma son como yo los quiero.
    Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces,
    y viven en tu vida mis infinitos sueños.

    La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
    el agrio vino mío es más dulce en tus labios:
    oh segadora de mi canción de atardecer,
    cómo te sienten mía mis sueños solitarios!

    Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa
    de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
    Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
    estanca como el agua tu mirada nocturna.

    En la red de mi música estás presa, amor mío,
    y mis redes de música son anchas como el cielo.
    Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
    En tus ojos de luto comienza el país del sueño.

    17
    Pensando, enredando sombras en la profunda soledad.
    Tú también estás lejos, ah más lejos que nadie.
    Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes,
    enterrando lámparas.
    Campanario de brumas, qué lejos, allá arriba!
    Ahogando lamentos, moliendo esperanzas sombrías,
    molinero taciturno,
    se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.

    Tu presencia es ajena, extraña a mí como una cosa.
    Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti.
    Mi vida antes de nadie, mi áspera vida.
    El grito frente al mar, entre las piedras,
    corriendo libre, loco, en el vaho del mar.
    La furia triste, el grito, la soledad del mar.
    Desbocado, violento, estirado hacia el cielo.

    Tú, mujer, qué eras allí, qué raya, qué varilla
    de ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora.
    Incendio en el bosque! Arde en cruces azules.
    Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.
    Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.

    Y mi alma baila herida de virutas de fuego.
    Quien llama? Qué silencio poblado de ecos?
    Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad,
    hora mía entre todas!
    Bocina en que el viento pasa cantando.
    Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.

    Sacudida de todas las raíces,
    asalto de todas las olas!
    Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.

    Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad.
    Quién eres tú, quién eres?

    18
    Aquí te amo.
    En los oscuros pinos se desenreda el viento.
    Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
    Andan días iguales persiguiéndose.

    Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
    Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
    A veces una vela. Altas, altas estrellas.

    O la cruz negra de un barco.
    Solo.
    A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
    Suena, resuena el mar lejano.
    Este es un puerto.
    Aquí te amo.

    Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
    Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
    A veces van mis besos en esos barcos graves,
    que corren por el mar hacia donde no llegan.

    Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
    Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
    Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
    Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.

    Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
    Pero la noche llega y comienza a cantarme.
    La luna hace girar su rodaje de sueño.

    Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
    Y como yo te amo, los pinos en el viento,
    quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

    19
    Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
    el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
    hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
    y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

    Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
    de la negra melena, cuando estiras los brazos.
    Tú juegas con el sol como con un estero
    y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

    Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
    Todo de ti me aleja, como del mediodía.
    Eres la delirante juventud de la abeja,
    la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.

    Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
    y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
    Mariposa morena dulce y definitiva
    como el trigal y el sol, la amapola y el agua.

    20
    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

    Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
    y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

    El viento de la noche gira en el cielo y canta.

    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
    Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

    En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
    La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

    Ella me quiso, a veces yo también la quería.
    Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
    Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

    Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
    Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

    Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
    La noche está estrellada y ella no está conmigo.

    Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
    Mi alma no se contenta con haberla perdido.

    Como para acercarla mi mirada la busca.
    Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

    La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
    Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

    Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
    Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

    De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
    Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

    Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
    Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

    Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
    mi alma no se contenta con haberla perdido.

    Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
    y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


    La canción desesperada

    Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
    El río anuda al mar su lamento obstinado.

    Abandonado como los muelles en el alba.
    Es la hora de partir, oh abandonado!

    Sobre mi corazón llueven frías corolas.
    Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

    En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
    De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

    Todo te lo tragaste, como la lejanía.
    Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!

    Era la alegre hora del asalto y el beso.
    La hora del estupor que ardía como un faro.

    Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
    turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

    En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
    Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

    Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
    Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

    Hice retroceder la muralla de sombra,
    anduve más allá del deseo y del acto.

    Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
    a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

    Como un vaso albergaste la infinita ternura,
    y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

    Era la negra, negra soledad de las islas,
    y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

    Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
    Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

    Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
    en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

    Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
    el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

    Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
    aún los racimos arden picoteados de pájaros.

    Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
    oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

    Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
    en que nos anudamos y nos desesperamos.

    Y la ternura, leve como el agua y la harina.
    Y la palabra apenas comenzada en los labios.

    Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
    y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

    Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
    qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!

    De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
    De pie como un marino en la proa de un barco.

    Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
    Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

    Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
    descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

    Es la hora de partir, la dura y fría hora
    que la noche sujeta a todo horario.

    El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
    Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

    Abandonado como los muelles en el alba.
    Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

    Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
    Es la hora de partir. Oh abandonado!

    Partenogénesis.

    Todos los que me daban consejos
    están m´s locos cada día.
    Por suerte no les hice caso
    y se fueron a otra ciudad,
    en donde viven todos juntos
    intercambiándose sombreros.

    Eran sujetos estimables,
    políticamente profundos,
    y cada falta que yo hacía
    les causaba tal sufrimiento
    que encanecieron, se arrugaron,
    dejaron de comer castañas,
    y una otoñal melancolía
    por fin los dejó delirantes.

    Ahora yo no sé que ser,
    si olvidadizo o respetuoso,
    si continuar aconsejado
    o reprocharles su delirio:
    no sirvo para independiente,
    me pierdo entre tanto follaje,
    y no sé si salir o entrar,
    si caminar o detenerme,
    si comprar gatos o tomates.

    Voy a tratar de comprender
    lo que no debo hacer y hacerlo,
    y así podre justificar
    los caminos que se me pierdan,
    porque si yo no me equivoco
    quién va a creer en mis errores?
    Si continúo siendo sabio
    nadie me va a tomar en cuenta.

    Pero trataré de cambiar:
    voy a saludar con esmero,
    voy a cuidar las apariencias
    con dedicación y entusiamo
    hasta ser todo lo que quieran
    que uno sea y que uno no sea,
    hasta nos sino los otros.

    Y entonces si me dejan tranquilo
    me voy a cambiar de persona,
    voy a discrepar de pellejo,
    y cuando ya tenga otra boca,
    otros zapatos otros ojos,
    cuando ya sea diferente
    y nadie pueda conocerme
    seguiré haciendo lo mismo
    porque no sé hacer otra cosa.

    Fábula de la sirena y los borrachos.

    Todos estos señores estaban dentro
    cuando ella entró completamente desnuda
    ellos habían bebido y comenzaron a escupirla
    ella no entendía nada recién salía del rio
    era una sirena que se había extraviado
    los insultos corrían sobre su carne lisa
    la inmundicia cubrió sus pechos de oro
    ella no sabía llorar por eso no lloraba
    no sabía vestirse por eso no se vestía
    la tatuaron con cigarrillos y con corchos quemados
    y reían hasta caer al suelo de la taberna
    ella no hablaba porque no sabía hablar
    sus ojos eran color de amor distante
    sus brazos construídos de topacios gemelos
    sus labios se cortaron en la luz del coral
    y de pronto salió por esa puerta
    apenas entro al rio quedó limpia
    relució como una piedra blanca en la lluvia
    y sin mirar atrás nadó de nuevo
    nadó hacia nunca más hacia morir.

    Ya se fue la ciudad.

    Cómo marcha el reloj sin darse prisa
    con tal seguridad que se come los años:
    los días son pequeñas y pasajeras uvas,
    los meses se destiñen descolgados del tiempo.

    Se va, se va el minuto hacia atrás, disparado
    por la más inmutable artillería
    y de pronto nos queda sólo un año para irnos,
    un mes, un día, y llega la muerte al calendario.

    Nadie pudo parar el agua que huye,
    no se detuvo con amor ni pensamiento,
    siguió, siguió corriendo entre el sol y los seres,
    y nos mató su estrofa pasajera.

    Hasta que al fin caemos en el tiempo, tendidos,
    y nos lleva, y ya nos fuimos, muertos,
    arrastrados sin ser, hasta no ser ni sombra,
    ni polvo, ni palabra, y allí se queda todo
    y en la ciudad en donde no viviremos más
    se quedaron vacíos los trajes y el orgullo.

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