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Relacion niño-familia

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Agregado: 10 de OCTUBRE de 2002 (Por ) | Palabras: 5576 | Votar |
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Categoría: Apuntes y Monografías > Sociología >
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    RELACIóN NIÑO-FAMILIA

    Autora: Dra. Hebe

    Psicología es, según la definición académica, tratado, doctrina del alma. Parte de a filosofía que trata del alma, sus facultades y operaciones. Por ex‑ 1 tensión todo lo que atañe al espíritu. Manera de sentir de una persona o un pueblo. Hablando de pueblos o naciones, la síntesis de sus caracteres espirituales y morales. Partimos de premisas de fuerte raigambre humanística, para llegar, paulatinamente, al conocimiento científico del hombre. Ambas culturas se funden hoy y cada vez más definidamente, en la búsqueda de una verdad básica donde apoyar la futura preparación del hombre, para pulir su esencia, aguzar sus medios de defensa y convivencia dentro de la comunidad, despojándolo de su natural estimulando sus condiciones, haciéndolo apto para cumplir deberes inherentes a su propio yo, a la vez que satisfaciendo todas las proyecciones positivas de su ego". Crear un individuo útil y querido en la socie­dad en la cual le toque desempeñarse.

    Todos sabemos el importante papel que la especie desarrolla en las relaciones humanas. La adolescente que suspira por el espigado galán desde su metro cua­renta escaso de estatura, el joven deportista que sueña con la ultima manifestación de arte abstracto de su amada, no hacen más que buscar el comple­mento esencial para que el posible fruto de su amores sea un ser anatómica y mentalmente compensado, es decir, que dotado de las características de uno y otro, mejore y eleve sus facultades.

    De vital importancia es para la pareja humana conocer asimismo todas las im­perfecciones individuales propias, y de su cara mitad. Familiarizarse con ellas para estar libres de futuras sorpresas, saber que ambos aportaran a la probable descendencia no solo sus peculiaridades físicas y psíquicas, sino también muy posiblemente, las reacciones histéricas de mamá o la avaricia del suegro. De esta no muy alegre comprobación parte lo inexacto de esa común aseveración que reza: "Yo no me caso con su familia me caso con ella".

    Conscientes del aporte con que dotaremos a nuestros hijos, no dejemos de re­conocer que todo ser normal y equilibrado tiene a lo largo de su vida innumerables ocasiones conflictuales. Manejar los conflictos conocerlo en su real valor, resolverlo sin exterioridades, es privilegio del hombre equilibrado.

    Por y para el logro de este deseado objetivo toda nuestra confianza, nues­tro amor, nuestros esfuerzos*

    Y entremos en materia. Se anuncia un niño en el panorama familiar. Supongamos que se trate de un primogénito La madre llora de alegría el padre se enfrenta con una realidad concreta, aparentando regocijada calma, los tíos aportan el ajuar, los abuelos piensan en la carrera que seguirá el futuro nieto. Repuesta de la emoción es la futura madre la que ha de organizar el rompecabezas. Asegurarse de que su marido no se sienta desplazado por el intruso, inculcar en sus hermanos y cu­ñados el sentido de lo práctico en cuanto a ropa de bebé se refiere, orga­nizar ‑he aquí lo más escabroso en este momento‑los arrebatos pasatistas de los abuelos. Inducirlos, informarlos, crear en ellos el actual sentido y la orientación de la psicopedagogía actual. Nada de fajas. Al niño no lo deforman, pero lo traban y molestan. Nada de brazos. Para adaptarse al medio y evitar in­comodidades para el bebé y sus padres, el niño debe permanecer en su cuna. Solo luego de mamar estará permitido que la tía y la abuela lo tenga', un rati­to en brazos. En esta postura se cumplirá la primer etapa de la digestión, que escasamente insumirá diez‑ minutos por reloj. Al niño se le hablará dulcemente, sin pellizcarlo ni zamarrearlo, verdaderas agresiones a su invalidez.

    Los días de frío intenso el baño se suplantará por una limpieza prolija con lociones adecuadas o suero fisiológico. Pero los días templados o calurosos al bebé viste tal como lo hacemos nosotros.

    Pero volvamos al embarazo:

    Éste es el momento en que la futura mamá lee textos de psicología infantil, prepara un ajuar útil y funcional sin muchas puntillas y bordados que luego no tendrá tiempo de acondicionar y que para nada favorecen al niño se somete a revisaciones periódicas, conociendo y cobrando fe en su medico especia­lista, comenzará sus clases de "Parto sin Temor", donde principios yogas de respiración controlada y relajación muscular permitirán afrontar el parto co­mo una maravillosa e impostergable experiencia de la cual se alegrará infinitamente en lo futuro, descartando viejos "tabúes" con su carga de tensiones. La nueva vida exige: madurez emocional, examen de conciencia frecuente que le permitirá adquirir mayor objetividad sobre ella misma y el mundo circundante, promoviendo un clima hogareño pacífico lo más posi9ble; dieta equilibrada, reposo, cuidados, que repercutirán de manera positiva sobre el sistema nervioso del niño, en formación a partir del noveno día de vida uterina, insustituible y sin repuestos validos, por lo menos conocidos hasta hoy, y que desde ese momento debemos respetar la higiene mental del hombre comienza desde el embarazo de la madre. La madre equilibrada es la que espera a su hijo en plenitud de fe. íntimamente con­tenta, pero sin alardes exteriores. Es la que no oculta su estado a partir del momento en que lo conoce y da por cierto, pero tampoco aquella que al mes usa mocasines y camina sobre sus talones, en desmedido alarde maternal. Es la que no sufre el embarazo como un castigo, porque la madre madura no tiene ningún inconveniente físico ni psíquico. La que se queja de dolores, vómitos, mareos están, generalmente, rechazando su estado subconscientemente por lo que le podrá acarrearle de responsabilidad, de limitaciones en su libertad personal o económica, o por otras razones que no es el caso reseñar aquí.

    Se ocupara de donde y como vivirá si hay comodidad, si sufrirá necesidades­ no siempre materiales, pero si de presencia o conocimiento (hay niños deshidra­tados, porque madres bien informadas en muchos aspectos, se olvidan de darle de beber). No podemos ignorar que llegan a hospitalizarse a la capital, niños de hasta 8 y 10 años que no conocen la leche ni la carne, elementos básicos de cualquier dieta equilibrada, por pertenecer a hogares ten míseros que no pueden cubrir sus necesidades más inmediatas.

    Mamá seguirá pensando si el niño por venir tendrá lugar para jugar. Si ella tendrá tiempo y ganas de llevarlo a la plaza. Como futuro miembro de una comunidad convendrá asesorarse sobre los requisitos para asociarlo a una institución de bien público, asegurar sus estudios en una compañía especializada. Esto parecerá apresurado y aventurado, pero son medidas actuales que van más allá del mimo elemental. Los hijos no son un presente de la Naturaleza, sino una larga y costosa adquisición, que, últimamente, no ha de pertenecernos como tal, Un hijo no es un accidente, sino la suma de decisión más amor. Sabemos que muchas veces no es así. La aceptación del primer postulado sindica la lucha de los que bregamos, de una manera u otra, por la obtención de un hombre mejor.

    A medida que se combate la enfermedad, la epidemia, se organiza higiénicamente la sociedad, aumentan los problemas de conducta, de carácter, de comportamiento y se altera la convivencia. Ello ha hecho que se comenzara por analizar concienzudamente el medio donde se gesta y desarrolla el individuo, renovando en ocasiones destruyendo otros patrones hoy inaceptables por elementales y negativos.

    Así llegamos a una conclusión valedera. Una cosa es lo que el adulto cree que el niño necesita. Otra, lo que el niño precisa realmente. Claro ejemplo de este principio lo da el niño al rechazar el juguete caro, reemplazándolo por tapas, envases o cartones, ya que en él la necesidad reside en jugar, en manifestarse a sí mismo a través de su imaginación, Esto es más importante que el juguete en sí, que lo limita a su forma y función. Hoy los padres no desconocen el riesgo de la improvisación en cuanto a educación se refiere, lo relativo de la buena voluntad y lo peligroso de seguir la vieja escuela tradicionalista que durante siglos rigió una conducta que hoy re quiere ser reemplazada. El solo intento de la información y el interés que despiertan las nuevas técnicas educacionales conforman un auspicioso comienzo. La posición de muchos que aseguran que "la gente de antes no ‑tenia complejos" se equipara a la de los que piensan" la alergia es un invento de esta época mientras estornudan copiosamente, lagrimean o se rascan la urticaria. Para unos y otros diremos que lo único que ha cambiado es la definición del fenómeno no el fenómeno en sí. Ser buenos padres ha dejado ser tina suma de sueños y buenas intenciones, para convertirse en el deseo de saber, de despertar a una responsabilidad autentica que nos señala que los cinco primeros años de vida son fundamentales para la futura personalidad adulta, que la vida del niño es un ensayo general coordinado y metódico que lo condiciona definitivamente para su actuación comunitaria y personal. Que durante los primeros meses el niño vive "con la corteza cerebral de su madre", por lo cual le es indispensable la figura rectora de ella o de quien la reemplace. Alguien que lo libre del desamparo psíquico‑fisiológico en que comienza su experiencia vivencial; que se ocupe de 61, lo acompañe, lo acaricie, lo llame por su nombre. Observen bien que para estos requisitos, simplemente conque el adulto se acerque al niño, desarrolle cerca de él su actividad cotidiana sin necesidad de tenerlo en brazos. Meciéndolo o alzándolo solo en aquellas ocasiones en que su llanto punzante acuse un dolor y luego de mamar durante breve plazo. Estas nociones y propósitos conforman una conducta, una función inteligentemente cumplida en el terreno irreemplazable del afecto y el equilibrio familiar. Es importante acotar aquí que al niño debe hablársele serena, pausada y claramente desde el principio. El pretenderá imitarnos por lo que debemos acercarle el conocimiento de los vocales y las primeras consonantes de fáciles pronunciación como la m y la p, sin nasalizar, emitiendo claramente, y dejando las jerigonzas sentimentales que solo confunden al niño creándole graves problemas de comunicación con quienes no comprenden el idioma parental, y desgraciadamente y muy a menudo este se revela y manifiesta en el trato escolar, limitando y desconcertando al pequeño que tiene ya razones sobradas para sentirse abrumado en este medio desconocido, y no siempre apto para satisfacer sus necesidades. Oportunamente volveremos al tema. Es fundamental para la educación del bebé la disciplina y el método. Respetar las horas de sus comidas, acostumbrarlo a prescindir de la mamada durante por lo menos 6 horas de descanso nocturno, complementar la administración del pecho con mamaderas ‑administradas en la cuna", elevando el nivel de la cabeza. Hacer del acto de mamar, una especie de rito en que la madre esté tranquila, serena, relajada evitan­do nerviosismos concretándose al hecho de alimentar a su pequeño fisiológica y afectivamente, evitando en ese momento la charla por teléfono o el programa televisivo, hechos que el niño captara intuitivamente y que para nada satisfa­cerá su necesidad afectiva de presencia materna. Tampoco debe hacerle más cómoda la succión oprimiendo el seno, porque la educación comienza con la acepta­ción del propio esfuerzo para ganar el sustento. Si ha sufrido un choque, una conmoción, un disgusto, la madre debe postergar por unos minutos el amamanta­miento, tomar un vaso de agua, tenderse de espaldas en la cama, relajar sus músculos y tratar de superar el mal momento, recobrando el equilibrio psíquico necesario para que no se frustre ella y su hijo en la más hermosa y armónica relación de mutua dependencia conocida.

    Podemos iniciar al bebé en el gusto por el ejercicio físico, si al cambiarlo le hacemos flexionar rítmicamente sus rodillas, sus brazos, girar la cabeza y reclinarla sobre el pecho, ponerlo boca abajo, movimientos estos que lo desentumecerán y le darán tonicidad a sus músculos. Acostumbrémoslo a la al aire y al sol manteniéndolo mientras esté despierto en lugares claros y ventilados, sin corrientes y con temperatura templada. En invierno podrá tomar sol en sus piernitas y hasta el cuello a través de la ventana cerrada cuando la temperatura no se lo permita, para que lo goce lo goce sin la alarma del estornudo, El niño se defiende más cuanto más entrenadas estén sus defensas. Así es preferible que peque por falta de abrigo y no por exceso, si de pecar se trata. Asimismo el pequeño debe acostumbrarse al ruido propio de la casa y las vecindades. Su oído es afinado y debemos evitarle sobresaltos, consecuencia de portazos, chillidos, golpes. De vital importancia es el lugar que el niño ocupara en la casa para dormir. De tener una habitación independiente el problema se soluciona automáticamente. Desgraciadamente entonces esto no es nada comun. Lo ideal seria situar la cuna o el cochecito cerca de la puerta de nuestra habitación, pared por medio con la puerta abierta, o entornada esta de no ser posible por la adecuación espacial. Muchas madres se resisten sistemáticamente a este procedimiento. En todos casos deben saber que es totalmente contraindicado que el niño permanezca en la habitación de los padres supera­dos los 8 meses de vida. Interfiere en las relaciones maritales sin proponérselo y siendo su presencia nefasta para las efusiones conyugales, perturbando su psiquismo con una captación subconsciente su mundo interior, Madurez en los padres es reconocer la independencia gradual del hijo, que comienza desde su nacimiento y su orientación existencial, hasta el derecho de ser respetado en su individualidad, plasmándose como un ser ajeno a nuestros gustos y modalidades. Encaminarlo como el niño lo necesita y en tal sentido, no hacia lo que nosotros soñamos para él. Lo que para el padre puede constituir un éxito, para el hijo, de quien lo separan 20 años y que a la vez esta más dotado que él para absorber experiencia y cuya sensibilidad es de extraordinaria agudeza en la inmensa mayoría de los casos, puede constituir ese mismo ideal un concepto de frustración y fracaso. Esta es una de las más graves desubicaciones de los padres con respecto al niño, que se prolongan en la etapa adolescente* La educaci0n integral actúa con visión de futuro, insisto. Interesa amar al hombre de mañana en el niño de hoy, y todo lo mayor que sea la normalidad de su vida infantil, tanto más segura su posibilidad de dicha en lo por venir.

    Sobre la necesidad de amar al niño más ella de su realidad actual, comprende, inducirlo positivamente, aceptar la época en que le ha tocado vivir, tan distinta de la que nos correspondió a nosotros, y tan infinitamente distante técnica y científicamente de la de los abuelos, dice un notable psicopedago italiano, el Dr. Cammelli: "Mientras nosotros estamos en la época de la bicicleta nuestros hijos viven en la época del reactor". Necesario es captar que las diferencias entre padres e hijos están basadas en el enfoque temporal distinto frente a iguales situaciones y problemas. De plantearse estos y la improvisación al respecto es contraindicada, malsana y perjudicial. Solo un terapeuta prestigiado estará en condiciones de marcar rumbos a padres e hijos. Los consejos de "entre casa" no deben ponerse en vigencia antes de asegurarnos de su validez.

    Es interesante e instructivo ver en los debates públicos con referencia a estos temas como en el profesor o conferenciante puede proyectarse el auditor

    Ya apoyando su orientación o su tesis, ya negándola más obstinadamente al identificar en 61 alguna figura rectora que le atribula a través de alguna vivencia conflictual no superada. Además del deseo de ilustración se encuentra en el auditorio la a imperiosa necesidad de intercambio emocional, la anhelada comunicación que es común a todo ser humano. De ahí la importancia de la calidad y cantidad de conocimientos que se ofrezcan es obligación indeclinable del técnico o profesional, que a la vez se verá obligado a agudizarse y captar todo cuanto su publico se halle dispuesto a brindarle.

    Para cultivar una conciencia, es imprescindible poseerla. El especialista y la lectura pueden ayudar a satisfacerla, siempre y cuando cada cual la sienta

    en sí y esté ávido de nutrirla. Y esta ayuda será o no positiva en la medida del interés que se tenga de trabajar sobre un enunciado, y no de satisfacer con fórmulas mágicas los problemas familiares.

    Hoy que muchos chicos rebaten sólida y justicieramente la educación propor­cionada en el hogar ‑hecho que configura una maduración positiva‑ producen un prurito conflictual en los padres. Conviene acotar que estas manifestaciones son deseables en cuanto a evitar que la acusación se repliegue en la conciencia y no cobre la forma de un resentimiento no manifestado, que enfríe y coarte el normal desarrollo efectivo.

    La adolescencia es el estado en que se contraen nuevas responsabilidades y la vez estas son equilibradas con mayores derechos. Hoy el dialogo, a pesar de las interrupciones, suele reanudarse, y padres e hijos sienten necesidades en la de mutua comunicación y comprensión. Cosas que hace sombra, 20, 30, 40 años quedaban limitadas y frenadas hoy conocen su verdadera dimensión gracias al inteligente aporte de ambas partes. La divulgación psicológica no crea ni inventa problemas, simplemente los saca a la luz haciendo que el chico los exteriorice en casa en lugar de hacerlo rojo con los amigos o los parientes, cuanto más lejanos, mejor. El hecho de que hoy los menores ensayen la critica, es todo una garantía de franqueza. Si esta crítica es acusada como impacto se escapa el grito represor o la cachetada inoportuna, lo fundamental es que papá o mama sepan que están procediendo mal injusta y compulsivamente. Y ni los espejos‑ en estos casos la psiquis doliente del niño‑suelen devolvernos la propia imagen. Claro que esta actitud no invalida la consulta con la almohada liada y el ulterior cambio de conducta, que no debe postergarse para después. El equilibrio de nuestros chicos no admite prorroga, empecemos por admitir que los conceptos varían, que lo que antes era insolencia hoy es liberación y que de nosotros depende encontrar los elementos de juicio que nos acerquen al niño y nos ayuden a esclarecer sus problemas. Al adolescente hay que aclararle el cómo y el porque de nuestras actitudes evitando en todo lo posible la arbitrariedad en nuestros estados anímicos. Debemos coincidir en que situaciones que antaño parecían triviales, hoy nos consta, son de vital importancia. Volviendo a la comunicación familiar, hemos dicho que el diálogo se inicia entre madre e hijo con el aprendizaje de las vocales y no debe cesar más. Solo quién ha iniciado y mantenido el contacto humano a través de la palabra tierna y confidente, puede gozar de los frutos de la mutua comprensión que es condición indispensable de la más ideal felicidad* Y llegamos así a un punto importantísimo. La salud mental. Sepamos que la paternidad no implica el general concepto de prisión sexual. No debe serlo. En cambio es, eso sí, una obligación inexcusable pero libremente aceptada. Ante todo el niño debe estar seguro del amor de sus padres, no-solo a través de sus cuidados o su protección material, sino por sus besos y caricias en las que el contacto físico corrobora la necesidad de amor filial. Jamás hagamos participes de los desacuerdos conyugales al niño, no perturbaremos impunemente su necesidad de normalidad. No lo amenacemos con la posibilidad de su soledad como castigo, ni con el medico, la inyección, el dentista o el vigilante creando mitos deformantes en su fértil imaginación. No exageremos. Demos a las cosas su valor real. No conturbemos su paz con nuestros problemas de oficina, nuestra ambición, nuestros deseos malogrados. No hagamos del rezongo, la protesta, la insatisfacción, el descontento y la crítica inútil nuestra razón de vida y el apoyo moral de nuestra conciencia. Las posiciones adultas de desconfianza, confianza, rechazo o negativismo se harán patrimonio educacional de su descendencia por el conocido efecto dominó. No viva como graves situaciones pasajeras y hechos intrascendentes que superará Ud. una semana después pero que se incorporaran al recuerdo de su hijo, quitándole el sentido de proporción y ecuanimidad. No olvide el valor de la risa.

    Si la sonrisa nos obliga a distendernos para practicarla y es nuestro mejor pasaporte de simpáticos la risa franca hará de Ud. una persona amada por to­dos y en especial por sus chicos. Conozca y comparta el gozo de las cosas simples que la vida nos regala a manos llenas si sabemos verlas con los ojos del espíritu. La luz del sol, las flores, el canto de los pájaros, las bellezas de la Naturaleza la bondad y el altruismo son realidades tangibles. Solo que sobre ellas no se efectúa una publicidad adecuada y a fuerza de contemporizar con el milagro lo hacemos cotidiano.

    No nos gocemos asimismo, don la broma, la pulla o la critica que hacemos a nuestros pequeños, sobre todo en presencia de extraños. Hasta los cinco años y aun después los niños son irascibles y no las soportan. Todavía están en la etapa de lo absoluto y resulta natural que no acepten aquello que no pueden comprender. En contraposición, signo de madurez implica reconocer nuestros e­rrores e imperfecciones, más absolutamente cuanto menos víctimas de ellos se nos haya hecho.

    De gran importancia es la inestimable condición del buen humor. Si no gozamos de sus beneficios, pensemos que sus aliados más eficaces son la tolerancia y la sonrisa, elementos no siempre suficientemente recalcados. Pocas manifesta­ciones hacen que un niño se sienta más seguro y a gustos condiciones que a la vez acrecientan la inteligencia y la personalidad. No obstante, hay que saber diferenciarlo de la tontería, la vacuidad y el mal gusto que suelen confundirse con el humor y cuyos resultados son tan negativos, como positivos aquellos. Los temas de guerras, enfermedades y crisis económicas solo deben ser motivos ocasionales de charlas. No un sonsonete constante, solo logrará neurotizarnos, ya que si bien la conciencia colectiva del problema es una forma de acercarnos a la solución, importa en este cambio más la acción que el reconocimiento y la queja. Hablamos de tiempo de transiciones y crisis, ne­gativizándolos, sin la convicción de que ellos son necesarios para ampliar el horizonte del hombre y las actuales formas de la convivencia. El adulto insis­te en la critica del nuevo sistema, mientras el niño lo acepta y asimila na­turalmente por no poseer puntos anteriores de referencia.

    Dos grandes constantes tienen la generalidad de los padres copio lograr el hijo que quieren, y como ese hijo se logrará la vida. Anteponen un sueño y una esperanza a una realidad: la salud mental‑ del hijo.

    Conocí a un chico que con­testaba parcamente a la pregunta de que le gustaría ser cuando fuese grande con un rotundo: Bueno, Quería ser un hombre bueno. Es aquí donde se revela intuitivamente que el niño acondicionaba la bondad como derivado de la salud mental y como anhelo de un ideal claramente signado. Educamos a fin de que el niño sea capaz mañana de ocupar y justificar su puesto dentro de la comunidad a la que pertenece. Uno de los puntales de la muy mencionada e importante salud mental esta dada por las característi­cas y tendencias de nuestras relaciones con los demás, con el mundo que nos rodea. Uno de los síntomas más concretos de la neurosis es el aislamiento de los seres que frecuentamos y aun de aquellos a quienes amamos, señal inequí­voca de fuertes tensiones interiores. Y de fundamental importancia es para la superación de estos estados la actitud que adopten lo demás frente a esta situación de fracaso, frustración o accidente. Aquí hace su aparición la comparación, el sentido de inferioridad y por ende la autocompasión. Inconscientemente se busca el equilibrio perdido en la justificación del móvil que desa­tó la crisis emotiva, ante uno mismo y ante los demás. Si no se encuentran se inventan, se repiten y quien padece es el primero en creer en un hecho ficti­cio. Aquí comienza el principio de la mitomanía, una forma de evasión frente a la realidad que nos circunda, nos aprisiona, nos cercena hasta aniquilarnos. Y así, junto a la integridad moral peligra y a menudo desaparece, la salud mental.

    La rebeldía es otra manifestación que oscila entre los más puros objetivos dignos de ser estimulados, y la inmadurez individual. Cuando de ella se hace tina bandera sin catalogación de‑ los valores que debemos defender ardientemente y aquellos que nos urgen respetar. Pero es dolencia agresiva de muy difícil solución cuando el niño es tratado y reprimido con violencia, rechazando cualquier manifestación de fuerza o imitándola tenazmente. El rebelde que por lo general es abiertamente agresivo o se muestra compungido ente el reto para cortar luego la cortina nueva de mamá o el tapizado del sillón de papá, vengándose contra la proyección de sus progenitores en aquello que aprecian y no contra el objeto dañado en sí, como habitualmente se supone. Este caso necesita más que ningún otro, paciencia, ternura, buenos modales y conocimiento de su problema, amen de una mano fuerte y justa que lo encauce. Es por lo general el niño a quien se le exige más de lo que él esta en condiciones de dar, o que no esta muy seguro de nuestro afecto y quiere llamar nuestra atención de alguna manera, De allí la recomendación que antecede.

    Si bien es importante saber ganarse la vida, impostergable real izarse como hombre normal. Por lo tanto con un umbral psicológico sólido haremos del niño un ser integral si tenemos fe en él. Fe en su potencialidad creadora y su perfec­cionamiento, en su capacidad, en su fuerza física, en su audacia. El niño podrá adquirir estas experiencias en sus primeros meses de vida, si a la falta de grandes espacios posee un lugar determinado aunque pequeño aislado de peligros como enchufes, proximidad de la plancha, aguas hirvientes, cuchillos, drogas. Un lugar donde el niño pueda gatear, sentarse, dar unos pasos, desparramar sus juguetes -que enseñaremos gradualmente a guardar en un cajón para tal fin‑ En lo posible e este sitio es­tará pintado con pinturas lavables para limpiar con facilidad las manchas y marcas que dejaran las manitas sucias. Desprovisto de adornos o colocados a prudente altura, objetos tan tentadores para la curiosidad del niño como frágiles para su seguridad física y psíquica. Solo después de los 3 años puede mamá libertar el jarro chino confiscado y previo conocimiento de su forma, su color, y la delicadeza de su tapa incluirlo en la decoración soñada y pos­tergada hasta que el pequeño este en condiciones de conocer y adaptarse a sus limitaciones físicas. Cumplidos los dos años es el momento indicado para enseñarle a servirse de los pasamanos. El niño ya se aprehende fuertemente, y esa seguridad aunada a la costumbre de mirar el escalón que pisa, convenientemente vigilado a distancia, y poniendo nuestra potencialidad en la urgencia del ademán para sostenerlo‑que casi nunca es necesario y no en las desmedidas precaucio­nes a base de suspiros entrecortados, exclamaciones violentas o maldiciones contra los que indicamos. Al nene no hay que llevarlo aúpa para ahorrarnos nosotros la inseguridad, transfiriéndosele a él, que a se preguntará cuál es la razón de nuestras prohibiciones y el atávico terror a la escalera. Esta es una forma concreta y sustancial que le permitirá tomar conciencia de su incipiente independencia a la vez que se entrenará en el arduo camino de la propia res­ponsabilidad,

    Cuando el niño esta solo o tiene que compartir sus juegos con otro niño, ya sea su hermano o un amigo ocasional, suele mostrar sus principios agresivos. Apelemos al entretenimiento en común, interviniendo imperceptible pero efectivamente creando una actividad que les interese y les induzca a la cooperación

    Un niño, para ser normal, requiere una vida de rutina horaria, solo interrum­pida los días de fiestas y salidas y siempre en transgresiones leves. La TV, los libros y revistas previamente seleccionadas por papá y mamá para los ma­yorcitos, y siempre aquellos de común acuerdo.

    Otro tema insoslayable es el de la individualidad. Estemos siempre listos a escuchar al hijo, Su necesidad de comunicación es siempre imperiosa e impostergable. No lo desoigamos con el pretexto de nuestras tareas y preocupaciones. No lo interrumpamos para enseñarle que a su vez no debe interrumpir las conversaciones de sus mayores. Solo respetándolo amándolo confiando en él, lo educaremos cabalmente. De todos estos principios que atañen directamente a la salud mental en el orden psíquico y físico. La fe es la más im­portante. Los dones espirituales como el amor, la amistad, el razonamien­to, el llamado del arte, solo cobrarán potencialidad si la persona más in­fluyente en la vida del, niño las sostiene y estimula con su fe en ellos.

    El ser humano se logra y manifiesta enteramente cuanto mayor es el estímulo de lo que lo rodea. La fe es al hombre lo que la tierra a la semilla. Sin ella no podrá germinar, frustrándose irremediablemente La reacción del menor ante la injusticia o la prepotencia asumen formas alar­mantes para la mentalidad adulta. Tener fe en el niño implica creer en lo que no hemos visto ni presenciado, pero que intuimos como posible y valedero. Solo apelaremos a su amor a través de la fe, que es la más pura manifestación de és­te. Y no nos baste con sentirla. Hagámosla sentir al niño reiterándola ante él y los demás cuantas veces lo necesite de su comprobación. Símbolo ejemplarizante, constituye un elemento educacional sin contraindicaciones.

    Por el contrario, no agredamos a los niños con la desconfianza. Desconfianza en su conducta en la casa durante nuestra ausencia, desconfianza de su comportamiento escolar, de sus amigos, del mandado que no sabemos si será capaz de realizar y de la exactitud del vuelto, hasta la desconfianza en su hones­tidad, su altruismo, su sentido del bien, configuran el panorama infantil del neurótico, el inseguro, el conflictual, el enfermo de la voluntad. Enseñar tampoco significa sobreproteger, hacer las cosas por ellos, llenarlos de advertencias innecesarias y traumatizantes. Cuando el niño intenta alguna experiencia personal no es capaz de medir las consecuencias adversas. Indicarlas y preverlas sin falsas insistencias es privilegio de padres centrados.

    No venguemos en los hijos nuestra insatisfacción afectiva. Ellos no tienen la responsabilidad de la cantidad ni de la calidad del amor que lloramos por perdido, o lo que es peor, por no gustado. Convirtamos nuestro desposeimiento en buen amor para ellos. A su vez ellos volcaran ese preciado tesoro del sentimiento afec­tivo sobre sus propios hijos y nosotros repondremos nuestro déficit al ser queridos por más seres puros durante más largo tiempo

    Rompamos el esquema severidad muchas veces injustificadas y la violen­cia, negativa y arbitraria con que fuimos educados. No transfiramos nuestra tristeza, experiencias como represalia subconsciente ‑o no-, esforzándonos sin violencia, gradual y pausadamente hacia una superación digna de nuestra condición de seres dotados de pensamiento y voluntad. El deseo de auto trascendencia con que nos proyectamos en nuestros hijos será valedero solo en la medida que ellos reproduzcan, mejorándola, nuestra propia imagen. Cuanto más estos se li­beren de nuestras traumatizaciones, temores, ‑ frustraciones, más hemos adelan­tado en el camino que nos lleva a la condición humana.

    Hay personas que declaran abiertamente que los niños los molestan e incomodan. Son los que llevan la carga de su misantropía. Quien rechaza al hombre en su faz inicial más pura e inocente niega su contacto con el mundo exterior. Es vulgar la costumbre de que los padres quieren a los hijos sólo por tenerlos. Si bien el ni­ño nace con el instinto materno que revela en sus juegos. Las niñas con las muñecas, instinto que hogar y escuela promueven, el varón acata la paternidad como impuesta. Es un accidente no siempre agradable y una forma de impuesto que paga a sus necesidades de índole amatoria.

    Otra particularidad se ofrece al observador:

    Hay dos grandes grupos amatorios. El que ama a los chicos y el que ama a sus chicos. Estos últimos defienden continuamente a los suyos de la agresión ajena culpando siempre a los demás de las situaciones ingratas o desagradables en las que los pobrecitos se han visto envueltos víctimas de su inocencia o de la picardía ajena. Creen que los hijos propios son distintos y absolutos. Estos tipos de padres acarrean con tan perniciosa actitud la desubicación social y el célebre complejo de superioridad en sus hijos.

    Actitud amplia, gesto franco, manifestación cordial son patrimonios de los que aman a los niños, ejerciendo una patria potestad para con todos los muchachos. En el adulto ve el niño a una posible figura rectora que vincula a papá o mamá cuanto más necesitado se encuentre de la legitimidad del vínculo parental. No basta con ser padre. Lo fundamental es el sentimiento propio de la paternidad y una palabra dicha a tiempo, un oportuno y medi­do estimulo, son recuerdos 9 que se atesoran y gozan porque justifican a menudo toda una existencia. Con tacto, y sin enfrentar al menor con la posible inconducta de sus progenitores y es mucho lo que podemos hacer por el sobrino, el hijo del amigo o el del vecino que está siempre dispuestos a querernos, admirarnos, a imitarnos. El niño esta más ávido de consideración y cariño que sus padres dispuestos a escuchar buenos consejos. Saber acercar­nos a unos y otros cuando nuestra solidaridad nos lo indique claramente sin producir choques ni enfrentamientos, conducta esta muy comprometida y poco ejercitada habitualmente, es inestimable condición de los que batallamos el egoísmo y la indiferencia, dolorosa realidad de un pueblo que escoge el slogan que reza: "No te metás..." o el "a mi que...".

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