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Los jovenes y la television

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Agregado: 23 de ABRIL de 2000 (Por ) | Palabras: 6554 | Votar | Sin Votos | Sin comentarios | Agregar Comentario
Categoría: Apuntes y Monografías > Educación >
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    TEXTO BAJADO DE WWW.ALIPSO.COM

    Universidad Nacional de Entre Ríos

    Facultad de Ciencias de la Educación

    Teorías Políticas

    Monografía

    "La televisión y los jóvenes"

    Leandro Fridman


    La televisión y los jóvenes

    "¿Qué es la televisión, pobre? (...) Probablemente, a través de la selección de críticas que aquí se incluyen pueda surgir el malentendido de que la TV es sólo esa porquería'. Bueno, no, por favor no, no es así. Pero no nos engañemos, en la Argentina nunca fue mucho más..."[1]

    "¿Qué es la televisión, pobre? (...): opio de los pueblos'; narcotizante barato'; especie de inmundo Atila electrónico que todo lo que toca se destruye'; siniestro deformante de nuestra realidad'; aparato al que no hay que dejar entrar en nuestras casas para protección de niños y mayores'; instrumento para moldear la opinión pública'; síntesis acabada de lo grosero'; pantalla generadora de mentes apáticas y pasivas'; máquina de tontería y vulgarización', o como lo decretó el juez Mario Pizzoni a principio de 1973 en una sentencia histórica un alienante, desviacionista y enajenante'"[2]

    Antes que nada, no olvidemos que la televisión (TV) es un negocio y como tal otorga más importancia a lo cuantitativo de las divisas que a lo cualitativo del producto. Su interés es generar ganancias en una lógica de mercado. La diferencia que existe entre un canal de TV y el quiosco de la esquina, aunque mínimo a los ojos económicos, es el producto a comercializar. Uno nos vende caramelos, el otro productos culturales.

    Si partimos de la base de que no existe una neutralidad ideológica, y a este precepto lo aplicamos a los productos culturales, podemos llegar a la conclusión que, no solamente la TV, sino todos los medios, son industrias ideológicas. La televisión privada, que es como la conocemos hoy en Argentina, reconoce abiertamente su objetivo de entretenimiento - amusement, según Adorno y Horkheimer -, descargando la responsabilidad educativa sobre el Estado, quien, no hace falta que se diga desde aquí, sabemos cómo la pondera. La TV, como híbrido que es del cine y la radio, no se somete fácilmente a definiciones positivas. Mientras que, siguiendo la línea de sus genes cinematográficos, se declara una industria de la diversión, por otro lado, y tal vez para no deshonrar su herencia genética radiodifusora, emplea un discurso, demagogo claro está, sobre lo que ofrece:

    "...está sobradamente probado que cuando usted le exige al espectador un esfuerzo atencional fuera de los común, ese hombre lo deja a usted plantado. TV es un medio masivo, y las preferencias de la masa son las que marcan la pauta"[3].

    ¿En qué quedamos? ¿Lo que la TV ofrece es lo que pide la masa o la masa es lo que ofrece la TV? ¿O tal vez es la masa la que pide lo que la convierte justamente en masa, lo que lo objetiviza? ¿El viejo ideal iluminista de "conviértete en lo que ya eres", ya analizado por Marcuse? ¿Será como dice Adorno que la TV a los hombres"...los convierte en lo que ya son, sólo que con mayor intensidad de lo que efectivamente son. Ello corresponde a la tendencia económica general fundante de la sociedad contemporánea, que no pretende en sus formas de conciencia sobrepasarse y superar el statu quo, sino que trata incansablemente de reforzarlo..."[4]?

    Además de la referencia a estos autores, me viene a la cabeza uno de los aspectos de la noción de obediencia en la Epístola a los Romanos de San Pablo. Allí como en nuestra TV, es nuestra culpa estar en desobediencia: "...como el pecado entró al mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron."[5]. Por eso: "A la gente hay que darle lo que pide, pero eso sí, fácil porque la gente no entiende y no hay por qué preocuparla con más problemas de los que ya tiene...", en un claro proceso de homogeneización hacia abajo. Este tipo de afirmaciones, subestima a la audiencia, rebajándola a la categoría de Cultura de Masas donde se anulan las diferencias. Este tipo de recursos ideológicos propagados desde la omnipotencia del oligopolio de los medios de comunicación durante la última represión, favoreció la "despolitización" de 30.000 "subversivos", algo así como la promesa de "...ira y enojo a los que (...) no obedecen a la verdad"[6] que dejó una secuela de desconfianza mutua, de fragmentación social traducida en la frases del tipo "por algo será" que en mucho se asemeja a la advertencia bíblica "No te ensorbebezcas, sino teme"[7]

    Cuando Herbert Marcuse pensó la cultura afirmativa, no tenía idea de las dimensiones que ésta tomaría de la mano (o debería decir de los ojos) de la TV. Así es, los medios de comunicación y, por su carácter masivo y popular, especialmente la TV, son reproductores de un estado de cosas, no importa cuál sea éste. El clima político no puede, y bajo la lógica de mercado neoliberal, no debe ser un impedimento para seguir generando ganancias. Así, los personajes televisivos suelen afirmar cosas como:

    "En este país el trabajo es lo que sobra y el que quiere trabajar no necesita recomendación"[8]

    Ejemplos como este de cómo se elude la problemática social ofreciendo una imagen arcadiana de la realidad, los hay y de sobra. La proliferación de programas que podríamos denominar como "sin contenido" es uno. Bajo esta calificación llamamos a aquellos programas que no tienen más objeto que el entretenimiento en su esfera más pura. Es así que dentro de esta categorización que intentamos hacer -que peca de rígida pero que a los fines metodológicos nos es de gran utilidad - encontramos:

            las telenovelas: que no son otra cosa que historias serializadas bajo un esquema de vulgarización de una trama original ajustado a tiempos;

            los programas de premios: que tanto abundan en los veranos cuando el clima "general" es de esparcimiento vacacional (sobre todo por la "creciente" cantidad de trabajadores que veranean);

            aquellos que se autodenominan de entretenimiento;

            los talk shows, esa puesta en escena de la vida cotidiana convertida en drama, en espectáculo público y dentro de esta misma línea, aquellos programas de chismes que hacen lo propio con la vida privada de los personajes públicos (y no tanto) de la llamada farándula nacional;

            los canales de deportes, una variante más de elusión enmascarada bajo la calificación de "espacios de descarga social"; y por último,

            aquellos canales cuya programación se basa en videos musicales y todo lo relacionado a ese entorno (merchandising, publicidad de recitales y lanzamientos comerciales, etc.).

    Respecto a este último ítem, algunos podrán argumentar que la música puede ser considerada arte, y en tal caso estos canales no se ajustarían a la categoría a la que tratamos de fijarlos. A aquellos que así piensen, desde aquí les respondemos que el modo y el contenido de los programas que en esos canales (MTV, MuchMusic, etc.) se emiten no hay más que la difusión con fines comerciales de un círculo muy restringido de artistas, relacionados a las compañías discográficas más importantes y que las excepciones, cuando las hay, no responden más a que a un intento demagógico de legitimación de sus consignas de abarcar todo el espectro de, por ejemplo en el caso de MTV, América Latina. Además, la división de sus programas corresponde a la división comercial de estilos, cuyo objetivo, más que el representar a aquellos quienes se sienten identificados con estas características tipificadas que se convierten en arquetipos de música (Hard y Heavy Metal, Clásicos, etc.) es el de abarcarlos como consumidores.

    Asimismo, consideramos válido aclarar que el uso de las comillas responde a la necesidad de escepticismo con el que hay que tratar la falta de contenido. Como dijimos más arriba, no existe la neutralidad ideológica, y aquellos intentos por manifestarse como tal, no son más que la ratificación del orden, es decir, de las relaciones de poder reinantes. Aquí, el uso del vocablo "reinantes" tampoco es casual, sino que también responde a una forma de calificar como monárquicas las decisiones tomadas desde las posiciones más altas de la estructura de poder que, globalización y concentración de por medio, se acercan cada vez más a un Leviathán hobbesiano, no sólo por lo diabólico de su imagen, sino por la imposibilidad de romper con el contrato -siguiendo la terminología del inglés- ya que un estado de naturaleza de los medios de comunicación, y especialmente de la TV, es tan imposible como utópico. El poder de los medios para decidir y manipular la programación está basada en la gramática del miedo que expresan las citas de San Pablo y Hobbes, representado en la exclusión -y consecuente "muerte" comercial- de un programa. Este deceso equivale a desempleo y éste a la necesidad de reemplearse, muchas veces -la mayoría- al costo de la calidad de la propuestas presentadas.

    Como decíamos, la proliferación de estos programas y su consumo son sintomáticos en una sociedad en crisis, tanto económica como de valores sociales y políticos, entendiéndose éstos como aquellos intereses que están relacionados más con la comunidad como colectividad cuyo destino está interrelacionado que con el individualismo propio de la política global de neoliberalismo en la que estamos viviendo.

    Ante la pregunta "¿Qué tipos de programas te gustan ver?", Alejandra, una prostituta de 18 años contestó: "Novelas, no miro mucho televisión", y más abajo concluyó que "todos los políticos son iguales", pues "prometen y no cumplen..." cuando se le preguntó por los posibles funcionarios públicos; y Ana, una estudiante de 20 años, reafirma que los políticos "son lo peor que hay..." y admite pasar unas cinco horas diarias frente a la "caja boba", mirando preferentemente "programas de entretenimiento". Tal vez podríamos coincidir con Adorno y asegurar que Alejandra, como muchos otros, confunden "lo que es enteramente mediato, planificación de ilusiones, con una solidaridad a la que se aspira"[9].

    De esto, y de una serie más amplia de entrevistas analizadas, consideramos que, y en esto consiste nuestra hipótesis, la relación que existe entre el tipo de programas que se miran por TV y el grado de interés y confianza en la política es constante. A mayor descreimiento en esta última, es mayor el consumo de programas "sin contenido".

    En el extremo opuesto, podemos considerar a Francisco, un estudiante de 18 años de Administración de Empresas de la Universidad Austral en Rosario, quien es militante de Acción por la República y asegura interesarse en la política: "Es un tema que me gusta", pero eso sí, no pudo contarnos con claridad qué sucedió en el '76 o en el 82. Este muchacho, consume programas que entrarían bajo la etiqueta de "interés general" con los que etiquetan a programas como CQC y los noticieros, además de los programas de fútbol.

    De esta manera, podríamos comparar qué tipos de programas son consumidos según el grado interés de los televidentes en la llamada "actualidad". De alguna forma, es acordar con Adorno y Horkheimer en que el Iluminismo es ya Barbarie. Si, como los autores dicen, "el programa del Iluminismo consistía en liberar el mundo de la magia", es decir, que "mediante la ciencia, disolver los mitos..."[10], la programación televisiva, hoy se encarga de volver a los mitos y fábulas, como las de las domésticas que son hijas no reconocidas del patrón pero no hija de la patrona y que por una candidatura política no puede salir la verdad a la superficie[11], y desviar la mente en rumbos menos productivos, y a la vez, menos peligrosos a los intereses de quienes manejan los hilos del poder, que, dadas las circunstancias político-económicas de hoy, son los mismos propietarios de canales de TV, de las señales de radio, los periódicos, los distribuidores de la publicitada Internet y, próximamente, legalmente los dueños también de los teléfonos.

    Por otro lado, sabemos por estudios realizados por Lazarsfeld y Merton que los únicos que consumen los llamados "programas políticos serios", que en nuestro país es, lamentablemente, sólo sinónimo de Grondona y Lanata, son aquellos que ya tienen una posición tomada respecto a lo que en esos programas se trata, posición que no cambian por lo que se diga en éste. Esto quiere decir que aquellos a quienes supuestamente están dirigidas estas emisiones, que no es otra que la mentada Opinión Pública, en realidad, jamás los ve.

    Esta división tajante, esta relación inicialmente mecanicista se complica un poco en otros ejemplos. Tomemos la entrevista realizada a Mariela. Ella tiene 23 años y estudia Licenciatura en Historia. Como era de esperarse, tiene presente los acontecimientos del '76, '82 y de Semana Santa -en su aspecto político- y tiene una postura tomada respecto a cada uno. Cuando se le preguntó respecto a su interés por la política respondió: "Sí, por supuesto... Porque si no ¿para qué sirve la Historia (...)?. La historia sirve para comprender (...) las cosas que están sucediendo...". Aquí encontramos, una nueva relación. Entre política e historia. Está claro que Mariela era, por sus estudios, la encargada de explicitarla. ¿Dónde, entonces, se pueden adquirir conocimientos de historia? La que nos dieron en las escuelas primarias, no cuenta. Y los datos -no me animo a considerarlos conocimientos-, suministrados en la secundaria no son suficientes. Así llegamos a la conclusión que, si no es por interés propio o estudiándolo aunque sea de manera aledaña en alguna carrera terciaria o de grado, la educación no nos brinda posibilidades de conocer, de aprehender saberes que nos sirvan para evaluar sucesos pasados y darnos, de esta manera, la oportunidad de, como dice Mariela, "comprender las cosas que están sucediendo...". Lo que quiero decir es que, dentro de la relación que habíamos encontrado entre los programas que se ven y el grado de interés en la "actualidad", es decir, en la relación entre las variables que habíamos comenzado a estudiar, existe un tercer factor que en un comienzo no habíamos contemplado: la educación. Pero no la educación como sinónimo de instrucción, no. La educación como factor de interés. Esa educación, o mejor, la falta de esa educación, atenta directamente sobre el interés en la actualidad y, dando por cierta nuestra hipótesis, hace que se consuman ciertos productos culturales fabricados para apagar cada día un poco más la chispa de curiosidad. Dice Giovanni Sartori:

    "La escuela apoya este proceso de degradación cultural por motivos independientes (...). La escuela baja su nivel frente a la TV porque los maestros que están en ella provienen de la generación de la TV y no tienen una formación completa"[12]

    Con esta cita queremos exponer una cierta perspectiva global de este conflicto. La problemática de la educación degradada es un tema que viene siendo discutido desde tiempo ha, y sigue sin resolverse. Es nuestra humilde opinión que lamentablemente seguirá irresoluta hasta que las bases desde donde se discute sean también replanteadas e incorporen en un grado mucho mayor la opinión de los principales implicados: los alumnos. Y aunque no estemos en un todo de acuerdo con este pensador, compartimos sí su lucha por evitar que los debates desaparezcan, aunque en muchos casos el precio sea el encono de alguna de las partes.

    Las novelas como Muñeca Brava; las tragedias ajenas reflejadas en los talkshows de Lía Salgado y Moria Casán; las búsquedas de Franco Bagnato, los programas farandulescos como los de Lucho Avilés -hoy retirado- o Rumores (América), y su éxito no son casualidades. Hay una estrategia detrás de todo esto. Sin caer en la paranoia de los Expedientes X (siguiendo con los ejemplos que la TV nos proporciona), sí existe un proyecto de elusión que durante la reciente coyuntura electoralista que hemos vivido, había menguando.

    Pero volviendo sobre el vínculo que existe entre la educación, el interés en la actualidad y los programas de TV que se consumen, podemos nombrar más ejemplos dentro del cúmulo de entrevistas. La tenemos a Carolina (Estudiante de teatro, 19 años), quien no recuerda nada del '76, ni del '82, a quien no le interesa la política, aunque está segura que "todos los políticos son una cagada" y que consume casi exclusivamente "películas, boludo (sic)". La tenemos también a Jessica (estudiante de Licenciatura en Matemáticas, no consta la edad), quien del '76 sólo tiene la memoria de lo que contaron sus familiares y del '82 una posición anti, no se sabe muy bien anti qué, si anti guerra o anti la gente que la orquestó. Dice no interesarse por la política porque "La política no se merece que a mí me interese porque no es política, es un circo. Hay mucha mentira (...) Prefiero no hablar del tema porque me molesta, me enferma y no tiene sentido porque nunca llegás a nada, porque cualquier protesta que puedas llegar a hacer cae en un saco roto y no sirve" y afirma mirar "Gasoleros y una novela de las dos de la tarde, Mirada de Mujer, miro muchos canales de música..." y cuando se le preguntó por los políticos concluyó que éstos son personas "que no tienen alma (...) [y] son inservibles".

    Podríamos seguir dando ejemplos, pero estos son suficientes. Hubiese sido muy enriquecedor contar con respuestas a otras preguntas más acordes con la articulación que estamos intentando demostrar, tales como "¿Qué opina de la educación que recibió?". Tal vez las respuestas de estos jóvenes hubiesen sido muy ilustrativas a los fines de explicar cómo se conectan las variables que manejamos en esta monografía.

    La televisión especula con la desocupación y el estancamiento económico y hace las veces de hada madrina, en una maniobra tendiente a neutralizar los conflictos sociales y a velar, una vez más, la realidad.

    A través de las búsquedas de "Gente que busca gente", con la conducción de Franco Bagnato, la TV funciona como un hada madrina cumplidora de los deseos de reencuentro entre familiares; la mayoría de ellos desperdigados por el país a causa de la situación económica que atravesaba en un momento equis de la historia la familia y que los obligó a separarse en busca de mejor destino, o a causa de traiciones amorosas. En todos los casos, las lacrimógenas escenas concluyen con un final feliz. Si el buscado está muerto, no caben dudas que tuvo una segunda familia y entonces la reunión entre su hermano y su esposa, o entre la hija del primer matrimonio y los hijos del segundo, servirán a los fines de un final que, ineluctablemente está pactado a las siete de la tarde; mas nunca se analizan las razones últimas que llevaron a que esa familia se distanciara. Si fue por cuestiones económicas, no será mencionado; aunque si la causa está relacionada con alguna imagen impactante a los sentidos, en una apelación descarada a los sentimientos colectivos, de seguro se le dedicará un segmento especial, puesto que se trata de un condimento extra a la fórmula de probado éxito de este programa. Para este conductor -y discúlpennos los que piensan de otra manera -, la televisión es un negocio y en ese negocio la exigencia consiste en lograr picos de audiencia, de rating que garanticen el ingreso de capitales bajo la forma de publicidades. No explica las razones sociopolíticas que condujeron a los protagonistas de sus programas a tomar semejantes decisiones, se limita a explotar la emoción y los "golpes bajos", bordeando el sadismo.

    Lo mismo sucede con los enfermos. Gracias a los medios, pues ya no es patrimonio exclusivo de la "tele", es posible conseguir una silla de ruedas o remedios o dinero para una operación en el exterior en cuestión de minutos. Los medios aparecen así como omnipotentes. Pueden conseguirlo todo: una pareja ("Yo me quiero casar...y Ud."), una familia perdida ("Gente que busca gente"), la identificación con una mujer golpeada o engañada -o por qué no, con un hombre golpeado- ("Hablemos claro"), los electrodomésticos para la casa, un viaje a Bariloche, dinero en efectivo, o virtualmente lo que fuera. Desde esta postura, la televisión canaliza los deseos de la gente y los proyecta, acercándolos asintóticamente. ¿Por qué asintóticamente? Porque permite a los telespectadores reflejarse en los actores hasta casi sentir a través suyo, pero sola e irremediablemente casi. Si en vez de utilizar esa identificación para vender se pusieran en práctica políticas efectivas de concientización -no como la propaganda de lucha contra el cólera-, distinto sería quizás el contenido de este texto.

    Pero entonces, ¿por qué el zapping? Pero antes ¿qué es el zapping?

    El zapping, según Eliseo Verón, es el "producto de la confluencia de tres elementos: la generalización del control remoto, la irritación que causan las tandas publicitarias, y el desarrollo de un gran número de canales (posibilitado por la TV por cable)"[13]. ¿Pero es tan sólo eso? No.

    El zapping es, según algunos intelectuales, la mirada resultante de una cultura que llaman posmoderna, cuya máxima característica es ser anti-modernidad, y las palabras de Sartori arriba transcriptas dan cuenta de ello. La degradación de la educación está íntimamente relacionada con la necesidad de replanteamiento de la dinámica de aprendizaje. En esta lógica de deconstrucción-reconstrucción, el zapping parece ser una forma de mirar, esto es, crear significación anti-moderna. ¿Y qué significa ser anti-moderno? Significa rechazar la razón como Razón instrumental, significa reconocer una vez más, que las palabras de Adorno y Horkheimer siguen vigentes, significa que la noción de función disruptiva de Walter Benjamín sigue, no sólo vigente, sino que extendida a todo el campo de los productos culturales. Significa reconocer que el avance tecnológico vinculado a los medios masivos de comunicación, trajo consigo una serie de consecuencias sociales que aún deben ser estudiadas, pero que, quizás inconscientemente, la gente -no la masa amorfa que conforma el público- ya ha comenzado a combatir. No olvidemos que los medios de comunicación son, a la vez que parte del proceso del capitalismo, y como tal indispensable para éste; una herramienta del poder político, el cual en su mayoría, al menos en nuestro país, está ejercido por los mismos que detentan el poder económico, de lo que se deduce que los medios de comunicación, esas industrias ideológicas como las hemos llamado, son también herramientas del poder económico.

    Lo que intentamos lograr es mostrar, utilizando una metáfora gráfica, un círculo, en donde el poder económico impulsa la tecnología de las comunicaciones y transportes para alcanzar una mayor y más rápida circulación de sus mercaderías. Una vez que el capitalismo conquista el poder político, sigue utilizando a los medios para reproducir su lógica de consumo de un sistema favorable esencialmente a las necesidades económicas de sus promotores. De este modo, los medios de comunicación se convierten en "punta de lanza" de un sistema que, en sus distintas fases, ha ido expandiéndose, reproduciéndose y regenerándose, en fin, adaptándose a los cambios que su propia gramática provoca.

    Y si el sistema ha debido adaptarse a sus propios cambios, cómo no habrían de hacerlo las personas. En este sentido entendemos el zapping: como un modo de defensa.

    De esta manera, el control remoto ha sido considerado como el arma con la cual defenderse ante el desentendimiento cualitativo que respecto a sus productos hacen los canales de televisión. Pero, cuando el "si no les gusta, cambien de canal" prolifera hasta la generalización e inclusive hasta la totalidad -excepto por algunas excepciones que otorga la televisión por cable, que es una forma de más de exclusión-, el principio del zapping, esto es, defenderse de los ataques a la inteligencia de parte de los programas, se torna inofensivo, puesto que no hay programación que no atente contra las facultades del razonamiento. Y cuando esto sucede, la energía conservada en las baterías del control remoto se esfuma como se terminan también las balas de una pistola contra un ejército organizado por las empresas multimedios editoras de cientos (quizás miles) de programas, y es allí, en esa asimetría insoslayable, cuando el tiempo simplemente se limita a transcurrir - que no es poco - sin lograr que la indefensa mente logre articular un discurso razonable según los parámetros modernos; o lo que es lo mismo, se desarticule completamente al intentar la articulación a partir de una multiplicidad que la supera.

    Esta situación, hay que decirlo, no es exclusiva de la TV, ni siquiera de los medios de comunicación. Como dice Hugo (24 años, sin trabajo estable), "los políticos en general son excelentes vendedores. Son vendedores ambulantes para mí (...) Son vendedores, que se venden a sí mismos y te venden promesas que, mayormente, hoy no las cumplen...". En este punto, coincide con Habermas, cuando dice: "La propaganda es la otra función con que carga ahora la publicidad, dominada por los medios de comunicación de masas. Los partidos y sus organizaciones auxiliares se ven necesitados de influir publicísticamente sobre las decisiones de sus electores de un modo análogo a la presión ejercida por el reclamo publicitario sobre las decisiones de los consumidores: surge la industria del marketing político (...) La publicidad política temporalmente fabricada reproduce -sólo que con otros fines- la esfera regida por la cultura integrativa; también el ámbito político acaba siendo integrado social y psicológicamente por el ámbito del consumo"[14].

    Esta reflexión es traída a colación con el objeto de evitar circunscribir las relaciones entre los programas, el interés en la realidad y la educación al ámbito de lo comunicacional. Hoy en día, en tiempos de globalización e Internet, los medios de comunicación juegan un rol esencial en la configuración social, económica y política de nuestro país. Los medios masivos son, casi sin excepción, voceros de una política económica emprendida por los holdings multimedios con capitales extranjeros, plan que tiene íntima relación con la situación institucional y política que atraviesa el país. Dentro de este plan, están previstos los programas que son convenientes que lleguen al grueso de la población, a través de los canales de aire. La censura, no es sólo de la época del Proceso. Debería hacerse un estudio respecto a la cantidad de "pilotos" que son "rebotados" por no ser políticamente correctos, o congruentes con la política de la compañía, perdón, del canal.

    Tomemos dos entrevistas más. Por un lado, Gustavo (22, estudiante), asegura interesarse en la política, y refuerza esta afirmación con la participación activa en el "Centro de Estudiantes de mi facultad (...) [y en] Franja Morada". No suele pasar mucho tiempo delante del televisor, pero a la hora de elegir programas se inclinó por aquellos que son "preferentemente informativos. Los programas que tienen que ver con la investigación periodística; vinculados al ámbito de lo político". Tras este cruce de educación, participación social (con su carga de experiencia) e información, la conclusión de Gustavo sobre los políticos fue: "son personas, son individuos (...)hay buenos y malos".

    En un polo opuesto, encontramos a una chica de 24 años, con dos hijos de 8 y 6 años. Por sus respuestas, inferimos que viene de una familia religiosa ("porque yo estaba en la Iglesia en grupos juveniles"). No recuerda ni sabe nada respecto a 1976, tampoco quiso o pudo opinar sobre 1982 y Semana Santa le sugirió sólo la connotación católica. Mira "Verano del 98" y el noticiero al mediodía. No mira más de tres horas diarias, de las cuales sólo una está dedicada a informarse, los dos tercios restantes son consumidos en series. Tampoco escucha radio, ni lee revistas o diarios. ¿Resulta extraño, entonces, que no le interesen los políticos? "Los sigo porque lamentablemente tenemos que depender de ellos, de los movimientos que hagan, de los pasos que den, la perjudicada siempre somos la gente, más la gente de barrio, que vienen y te pintan un futuro, una cosa hermosa y vos te re-enganchás, pero una vez que suben... chau. Se olvidaron. Mucho como que no les llevo el apunte"[15]. Sin embargo, fue la única de las entrevistadas que ante la pregunta "¿Qué te gustaría hacer y no podés?", no respondió de manera egoísta: "Me gustaría poder ayudar más a la gente, tener una posibilidad de poder brindar algo más de lo que la gente necesite, poder ayudar (...). Ayudar más de lo que hago".

    Qué conclusiones podemos sacar de esto: ninguna... al menos de manera determinante. Por un lado, tenemos la confluencia de información, educación y participación, que de alguna manera es ya ayudar a la gente; y por el otro esta muchacha que, sin un cúmulo de información con la que nutrirse de forma autodidacta y con una educación limitada, tiene una vocación de participación y, sobre todo, de solidaridad. Son dos modos de ayudar, uno desde lo macro de la política; la otra desde lo micro del barrio. Ambas igualmente válidas; ambas igualmente necesarias. La política, desde nuestro punto de vista, debería consistir justamente en reproducir e integrar estas formas.

    Entonces, ¿cuál es la respuesta?

    Evidentemente, no hay una respuesta. Hay, sí, negaciones comunes. Surge, tal como en la TV un "descartar todas las imágenes mentirosas', para explicarme quién soy', y contarme mi historia desde una relación negativa'; sin olvidar esta afirmación: rechazar las otras historias' construye, al sesgo de mi praxis de rechazo, la mía propia"[16].


    Conclusión

    La televisión, en vez de ser un arma de crítica del público al Poder (corporizado en el Estado) - en nuestras democracias, un cuarto poder que sea contrapoder de los otros tres -, se ha convertido en un narcotizante proporcionado desde el Poder hacia el público-consumidor, a través de una banalización del rol del público, el cual queda relegado a la pura consumición de los productos culturales, posibilitado a su vez, por una degradación paulatina pero constante de la educación de la que resulta un estado de desinformación general y un desentendimiento de las cuestiones comunes, corporizadas en nuestros representantes y el juego de poder al que llamamos vulgarmente "política", y reforzadas por una programación de alcance masivo que, lejos de ofrecer información como información y no como espectáculo -haciendo del periodista, un héroe- no hace más que generar espacios donde proliferan los espejos rotos que sólo reflejan realidades ajenas o distorsionadas.

    En vez de utilizar los medios masivos de comunicación como transmisor de exigencias hacia "arriba", como elemento de presión - ya que tampoco se encuentran ecos a nuestros reclamos de parte de nuestros "representantes" democráticamente elegidos -; son los medios los que nos utilizan, los que nos presionan con sus constantes ofertas de productos, ya no sólo comerciales, sino políticos, económicos y morales, muchas veces imponiéndonos dichas mercaderías a través de un proceso de formación de opinión. Como afirmaban Adorno y Horkheimer en su "Dialéctica del Iluminismo", "...a través de las innumerables agencias de la producción de masas y de su cultura, se inculcan al individuo los estilos obligados de conducta, presentándolos como los únicos naturales, decorosos y razonables..."[17], resultando que "las masas tienen lo que quieren y reclaman obstinadamente la ideología mediante la cual se las esclaviza..."[18].

    "...la constitución del Estado social de nuestros días como una democracia de masas obliga a la publicidad a la actividad de los órganos del Estado con objeto de que pueda llegar a hacerse efectivo un proceso permanente de formación de la opinión y la voluntad como correctivo - y garantía de libertad - del ejercicio del poder y del dominio..."[19].

    Y la única arma de la cual disponemos es el control remoto que, cargado de canales a modo de municiones, dispara incesantemente sobre los discursos que no nos satisfacen, no en un canal, sino -casi siempre- en todos.

    La sensación de vértigo virtual que implica el flujo continuo de imágenes, el desarrollo de la memoria retiniana; el fenómeno de destemporalización posibilitado por la simultaneidad y sensación de presente continuo que nos ofrece el saltar (y saltar, y saltar...) de canal en canal, su lógica consecuencia fragmentadora de la gramática visual, que influye sobre las funciones de lectoescritura[20]; son sólo algunas de las incidencias que trajo aparejada la "justicia por mano propia" que intentamos realizar a través de la efectiva negación de ver algo intentando abarcarlo todo.

    Esta tendencia a la autodefensa ha surgido espontáneamente, posibilitada por la tecnología, pero influenciada por lo que Marx llamaría las condiciones objetivas del medio. Ya que el único mensaje que se emite ejerce una violencia contra el hombre-masa televidente, descentrándolo de la realidad; el hombre-usuario no tiene más remedio que seguir descentrándolo hasta encontrarle una forma, hasta centrarlo. Mas nada -ni nadie- asegura que esto sea posible. Como hemos dicho, la Programación Televisiva es en sí, tiene el objetivo casi podríamos decir que por naturaleza, de descentrar la atención sobre la realidad para centrarla en los millones de píxeles que componen la imagen. Una no debe ser necesariamente excluyente de la otra. La utópica posibilidad de que imagen televisiva sea reflejo de realidad, existe. La tecnología está, lo que sigue ausente es un uso, una política, que tienda ha funcionar como espejo.

    Parafraseando a Adorno y Horkheimer, es el hombre mismo el que se defrauda constantemente respecto aquello que se promete. Dice Marcuse: "El idealismo burgués (...) no sólo tranquiliza ante lo que es, sino que también recuerda aquello que podría ser". El zapping constituye, justamente, el último reducto de aquello que podría ser. Mas lamentablemente, ese reducto está construido con materiales de aquello que sólo tranquiliza. Así, nos insertamos en un círculo de construcción de alternativas, sobre la base de aquello de lo que queremos escapar. La solución definitiva, al menos desde nuestro punto de vista (el cual no es menos utópico que el deseo de que se cumpla), no es alternar hasta el infinito; sino crear las bases de una forma nueva.

    ¿Qué hacer entonces? Las respuestas no son absolutas. Sólo planteo repensar la idea de hegemonías de Gramsci y tomar a los medios de comunicación como trincheras desde las cuales luchar por crear esas bases que son necesarias para el cambio que estamos solicitando.

    Esta consistiría en aprovechar las disidencias internas que todo consorcio tiene, según el supuesto marxista de que nada es absoluto y todo es unidad de contrarios.

    Es cierto que "...bajo una modalidad u otra el capital siempre vigila la existencia y la reproducción adecuada de las instancias de la circulación, ya que el proceso de las mismas, implica crear las condiciones de conclusión de su proceso general de producción, y en consecuencia, de su acumulación contemporánea."[21], pero entonces, la respuesta debe estar en escapar a la vigilancia. Alternar con lo impuesto, lucharle, no de igual a igual, sino subrepticiamente. Haciendo trabajo de hormiga, uno a uno, hasta conseguir cambiar los patrones de imposición.

    Como dijo Antonio Gramsci: "Los lectores -sobre cualquier soporte físico o tecnológico- deben ser considerados desde dos puntos de vista principales: 1) como elementos ideológicos transformables' filosóficamente, capaces, dúctiles, maleables a la transformación; 2) como elementos económicos' capaces de asimilar las publicaciones y de hacerlas asimilar a los demás. Estos dos elementos son siempre diferenciados en la realidad, porque el elemento ideológico es un estímulo para el acto económico de la adquisición y de la difusión..."[22].

    En base a esto y haciéndome eco de un texto titulado "La pantalla de la Comunicación", recuerdo que "un espacio de negociación con los medios, en la búsqueda irrenunciable de una democracia mediática, requiere del fortalecimiento de las organizaciones de la sociedad civil"[23].

    No olvidemos nunca que, por lo menos en nuestra realidad, el poder sólo dialoga con el poder...


    Bibliografía

            Walger, Sylvina y Ulanovsky, Carlos. TV Guía Negra. Ediciones de la Flor, Bs. As., 1974

            Adorno, T. y Horkheimer, M. Dialéctica del Iluminismo. Editorial Sudamericana. Bs.As,. 1987.

            Diario Página/12 (Consultado por Internet)

            Diario Clarín (Consultado por Internet)

            Horowicz, A. y Seri, G. Zapping: ¿un modelo de afasia? *

            Habermas, J. Historia y crítica de la opinión pública. Ed. Gilli, México, 1986.

            Esteinou Madrid, Javier. El surgimiento histórico de los medios de comunicación social.*

            Gramsci, Antonio. Los intelectuales y la organización de la cultura. Ed. Lautaro. Bs. As. 1960

            La pantalla de la comunicación*

            Adorno, Theodor. Intervenciones. Nueve modelos de crítica, capítulo: Prólogo a la televisión. Ed. Monte Avila. Caracas, 1978

            Martín Barbero, Jesús. Identidad, comunicación y modernidad en América Latina, en La dinámica global/local. Ed. Circus. Bs. As. 1999

            Vellegia, S. Imágenes e imaginarios en la tensión global/local, en La dinámica global/local. Cultura y comunicación: nuevos desafíos. Ed. Circus - La crujía. Bs. As. 1999

            Marcuse, Herbert. "Cultura y Sociedad". Ed. Sur. Bs. As, 1967.

            Biblia. Éxodo y Epístola a los Romanos

            Hobbes, Thomas. "De Cive" en Antología. Ediciones Península. España.

            Los textos fueron obtenidos a través de diferentes cátedras y en ellos no constan más datos que los especificados.



    [1] Walger, S. Y Ulanovsky, C. TV Guía Negra. Ediciones de la Flor. Buenos Aires, 1974 Pág. 15

    [2] ibídem, pág 15

    [3] Goar Mestre, 1967. GM era propietario de Proartel, una de las productoras televisivas más importantes del país, antes de la caducidad de las licencias de los principales canales. Ibídem, pág. 10

    [4] Adorno, Theodor. Intervenciones. Nueve Modelos de Crítica. Ed. Monteávila, Caracas, 1978. Pág. 56

    [5] Romanos 5.12

    [6] Romanos 8.18

    [7] Romanos 11.20

    [8] Dicho por el actor Osvaldo Miranda haciendo de padre argentino medio en el film "Un muchacho como yo" con el hoy candidato a vicepresidente de la Nación Ramón Palito Ortega.Extraído de Walger, S. y Ulanovsky, C. Op.Cit. pág 20

    [9] Adorno, Theodor. Intervenciones. Nueve Modelos de Crítica. Ed. Monteávila, Caracas, 1978. Pág. 60

    [10] Adorno, T., y Horkheimer, M. Dialéctica del Iluminismo. Ed. Sudamericana. Buenos Aires, 1987.

    [11] Nos estamos refiriendo a la telenovela "Muñeca Brava"

    [12] Giovanni Sartori es uno de los mayores protagonistas del debate político-cultural contemporáneo. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, es profesor emérito en la Universidad de Columbia en Nueva York y en la Universidad de Florencia y obtuvo en 1988 el Premio Nacional de Ciencias Sociales de Italia. Intelectual polémico como pocos, llegó a España para presentar su último ensayo, Homo videns-La sociedad teledirigida, editado por Taurus en donde analiza el papel de la televisión en la cultura actual y vaticina que los video-niños modernos serán los pobres adultos del siglo XXI. En una entrevista con Página/12 en el Instituto Italiano de Madrid, Sartori planteó que su obra se propone generar polémica, bajo la certeza de que sin ella se cae en un mundo regido por un único discurso, muy probablemente el de la propia televisión. Diario Página/12 del 31/03/98.

    [13] Eliseo Verón, citado en "Zapping: ¿un modelo de afasia?" de Alejandro Horowicz y Guillermina Seri.

    [14] Habermas, J. Historia y Crítica de la Opinión Pública, Cap. VI Ed. G. Gilli, México, 1986. Pág. 242

    [15] Las negritas son nuestras

    [16] Horowicz, A. Y Seri, G. Zapping: ¿un modelo de afasia?

    [17] Adorno y Horkheimer. Dialéctica del iluminismo. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1987. Pág. 44

    [18] Adorno y Horkheimer. Op. Cit. Pág. 162.

    [19] Habermas, J. Historia y Crítica de la Opinión Pública, Cap. VI Ed. G. Gilli, México, 1986. Pág. 234

    [20] Una perspectiva mayor de las consecuencias de las nuevas tecnologías la da Velleggia, Susana en "La Audiovisualidad", incluído en el libro "La dinámica global/local. Cultura y comunicación: nuevos desafíos". Comp. Rubens Bayardo y Mónica Lacarrieu. Ediciones Ciccus - La Crujía, 1999. Bs. As.

    [21] Esteinou Madrid, Javier. El surgimiento histórico de los medios de comunicación social. Pág. 43

    [22] Gramsci, Antonio. Los intelectuales y la organización de la cultura. Ed. Lautaro. Bs. As. 1960. Pág. 144

    [23] La Pantalla de la Comunicación, Pág. 20

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