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Tormenta en el río, la subversión de las categorías heideggerianas

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El análisis de uno de los más importantes escritores italianos, Dino Busatti, llevado a cabo a partir de la filosofía de Hegel

Agregado: 23 de OCTUBRE de 2011 (Por Hernan Lobosoco) | Palabras: 3249 | Votar | Sin Votos | Sin comentarios | Agregar Comentario
Categoría: Apuntes y Monografías > Literatura >
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    Autor: Hernan Lobosoco (hernanlobosco@gmail.com)


     



    TORMENTA EN EL RÍO, LA SUBVERSIÓN DE LAS CATEGORÍAS HEIDEGGERIANAS



     



                                                                                      Prof. Lobosco, Luis Hernán



                                                                                             Universidad de Morón



     



    Introducción:



     



                Tormenta en el río, cuento de Dino Buzzati[1], es quizá el relato en el que con más claridad se puede observar  la transmisión de una angustia existencial, la cual nos sitúa paradigmáticamente en los límites de la filosofía sartreana, por lo tanto cualquier tipo de análisis debería basarse en esta filosofía. No obstante creemos que este cuento va más allá de la teoría existencialista y nos presenta los conceptos del filósofo Heidegger tal cual éste los planteó a sabiendas de que luego los tomaría Sartre para reformularlos en su filosofía. Los conceptos que podemos observar en el cuanto son: “ser – ahí”,  “para un ser –ahí (modus existendi)”, el concepto de “cura” y por último  “ser-ahí-para-la-muerte”. Nuestro análisis apunta a demostrar que mediante la subversión de estas categorías heideggerianas, el cuento se transforma en un enunciado donde el hombre, cosificado o naturalizado, se diluye dentro de un mundo que observa no con indiferencia, la única noción que comparten “ser-ahí-para-la muerte”. Aparecerá en el cuento “lo fantástico” que planteará la necesidad de reinterpretar las categorías a partir de la misma subversión, dado que esta intromisión de lo fantástico acarrea una ruptura con la trama convencional y se constituye nuevamente como subversivo; y a partir de esta subversión de todos los elementos es que se genera la angustia.



     



    Conceptos hedeggerianos:



     



                El concepto de Dasein, el ser-ahí, trabajado tanto desde el existencialismo sartreano, se encuentra bien desarrollado por el filósofo Günter Anders[2], quien explica que a este concepto no se le aplica la categoría de conciencia, sino que se caracteriza por la intencionalidad[3] ya que se distingue por su “ser-fuera-de sí-en-vista-de algo” y este algo no es su mismo ser, por lo tanto “el mundo” es un atributo ontológico de este “ser –ahí”. La naturaleza “es” simplemente, condenada al mero ser. El ser-ahí funciona como una especie de “ser en el mundo”. Este “ser-en-el –mundo” no se debe a la relación con el mundo de nuestros actos, sino que nuestros actos se dirigen al mundo, porque en definitiva nuestro “ser” que es distinto a lo que simplemente “son”, se haya en una relación intencional propia del “ser-en-el mundo”



                Dicho lo anterior podríamos resumir que el “ser –ahí” no es naturaleza, pues esta es “para un ser-ahí, en tal sentido es un (modus existendi). El mundo pasa a ser un atributo ontológico del “ser-ahí”, y la naturaleza está por lo tanto condenada a un mero ser. Las relaciones que se realizan entre el “ser-ahí y el mundo” Heidegger las llama “cura”, y son dos, por un lado la relación del “ser-ahí” consigo mismo, y por otro la relación con el mundo.



                El “ser-ahí” es finito, y entabla una relación con el mundo que define la finitud, es decir, todo aquello que el “ser-ahí” a través del “cura” intencione sobre la realidad pondrá de manifiesto lo no eterno del “ser-ahí”, pues es a través de esta dependencia en la que surge el concepto mismo de finitud. Por lo tanto Heidegger defina la existencia en un apoderarse de la muerte, en volverla en “ser-para-la-muerte”, de esta manera la muerte se vuelve inocua en la medida que es un atributo de la vida misma, sin quitarle, por supuesto, la idea de que sigue siendo una amenaza.



                Por último, la misma idea de la finitud, entra en relación con el tiempo, que se reduce continuamente a algo inocupable e inaferrable, por cual el tiempo es la conquista del propio ser en detrimento del tiempo, como la disolución de este, logrando la eternidad del “ser-ahí”. Heidegger cifra la temporalidad como un radical de la finitud. De hecho esa finitud afecta radicalmente al ser, que se haya en intrínseca vinculación con la nada.



     



    Síntesis argumental del cuento:



     



                El cuento presenta un narrador homointradiegético innominado. El relato comienza “in media res”, donde apenas las cosas son recordadas por un tronco viejo, hasta llagar al presente. El narrador nos introduce de lleno ante un mundo que tiene conciencia  de sí y de los otros. Un páramo con juncos, árboles, las hierbas de las orillas,  ven iniciarse una costumbre: un hombre va a pescar, el hombre luego lleva a un niño, el hombre deja de ir, el niño ya es un hombre,  y se repite el esquema continuamente. El tiempo del relato llega a un “presente” donde un hombre va a pescar solo. Se avecina una tormenta. Una gruesa viga cuadrada se ha quedado atascada y comienza a contar una historia, pero se interrumpe porque es empujada por el viento hacia la corriente que la lleva. Hay una casita de madera y una mosca encerrada en ella, de donde provienen ciertos extraños ruidos. No llega el niño. Una gota seca el cigarrillo que sostiene el hombre y todos comprenden lo que sucede. Se escuchan golpecitos en la casilla, pero la mosca ya ha huido.



     



    La subversión de las categorías heideggerianas:



     



                Planteamos en la hipótesis inicial, que en el cuento Tormenta en el río, Buzzati invierte las categorías heideggerianas para así lograr una atmósfera en la cual la intromisión de lo fantástico configure la angustia. Veamos cómo sucede esto.



     



    “Los juncos, las hierbas de la orilla, las pequeñas matas de los sauces y los árboles grandes vieron llegar…”[4]



     



                Todo este mundo  “ve” contempla la realidad desde un “ser-ahí” que se pone en relación con lo observado “ser-fuera-de-sí-en-vista-de-algo”. Por lo tanto en términos literarios podemos decir que la Naturaleza se encuentra personificada, y que el hombre (más todo lo que concierne a él) aparece como un personaje minimalista. Este mundo contempla desde un tiempo, que está determinado por sucesos precisos:



     



    “Muchos años antes –sólo los troncos más viejos lo recuerdan vagamente- un desconocido había empezado a pescar en aquel remanso (…) Cuando había buen tiempo, todas las fiestas regresaba puntualmente.”[5]



     



                La historia, para Heidegger está determinada por el Ser. Este, en sus diversos modos de mostrarse al “ser-ahí”, va a fundamentar cada una de las épocas de la historia de la humanidad:



     



    “La historia en cuanto ser, en cuanto proviene incluso de la esencia del ser mismo, permanece impensada. Por eso, toda reflexión historiográfica del hombre sobre su saturación es una reflexión metafísica y forma parte, ella misma, del esencial dejar fuera del permanecer fuera del ser”[6]



     



     



                El narrador nos muestra una historia que está regida por el recuerdo del ser-ahí, el recuerdo de la naturaleza que contempla al hombre ir y venir “todas las fiestas” “cuando había buen tiempo”. Estas marcas temporales construyen un mundo “humano” en el sentido heideggeriano, aquel que apenas es comprendido desde la propia historicidad del ser. Es decir que el “ser-ahí” es el “ser-ahí-histórico”.



                El comienzo de la tradición de un “hombre-cosa” que aparece en la historia como objeto de atención de la naturaleza está planteando la idea de que la misma historia pertenece a la “naturaleza” y el hombre está apenas condicionado al mero ser:



     



     “…un desconocido había empezado a pescar en aquel remanso solitario de aguas quietas y profundas”[7]



     



                 Así las acciones del hombre se comprenden como simples movimientos percibidos por el “ser de la naturaleza”. La acción de pescar se encuentra por lo tanto enmarcada dentro de un mero suceso contable, que en su repetición cumple la función de establecer un “para-ser-ahí” (modus existendi), una especie de atributo ontológico de la naturaleza.  La atemporalidad del hombre configura un tiempo en la existencia de la naturaleza misma:



     



    “Luego el tiempo siguió consumiéndose. El mozo, que volvía de cuando en cuando, perdió aquella su voz límpida, también él comenzó a envejecer. Pero también él un día regresó acompañado”[8]



     



             Este paso de una generación a otra es innominado, pues apenas es un “mozo” que regresó acompañado. Su tiempo es el devenirse para quien observa dentro de un marco mayor, donde el ser-ahí puede medir este continuo desplazarse de lo otro. Es, como explicita el cuento: “Una larga historia a la que todo el bosque es aficionado”[9]. Así llegamos al tiempo presente del relato: “Hoy también, a la hora acostumbrada[10], situándonos en un breve lapso de tiempo, en una hora incierta pero que es la que entra dentro de la tradición de la naturaleza, no del hombre.



     



    “Se ha dirigido a la pequeña cabaña medio escondida entre la maleza donde se guardan desde tiempo inmemorial los aparejos de pesca.”[11]



     



                 De este modo, dentro de la repetición aparece una “cabaña con los aparejos de pesca”. ¿Quién la construyó? ¿Cuándo? Preguntas que se evaporan en la mención del “tiempo inmemorial” que corresponde al tiempo del recuerdo de la naturaleza, y si esta no puede recordar, pasa a un plano metafísico, donde el tiempo no responde a las categorías “ser-ahí histórico”, pero queda claro que tampoco corresponde a un orden temporal del hombre, sino de esa naturaleza que es el “ser-ahí”. La cabaña pasa a mostrarse como parte  del paisaje (modus existendi)  que comprende al hombre y sus cosas.



                Varios datos del cuento ponen de relieve que la naturaleza esperaba que el niño fuese con él: “El bosque está ansioso porque el niño no viene.”[12]  La naturaleza (ser-ahí) construye una manera de relacionarse con el hombre (para-ser-ahí) y ahora está contrariada por la ausencia del niño, como si en el paisaje faltara un elemento: “Resulta más bien irritante ese hombre solo con esa cara demacrada y pálida.”[13]   Aparece en escena algo que es perturbador para la misma naturaleza:



     



    “Las cañas de la orilla del río atienden a una gruesa viga cuadrada. Se ha quedado atascada entre las hierbas y aprovecha para contar una historia; explica que pertenecía a un puente, que se cansó de aquel trabajo, que cedió por la rabia que le tenía al peso, haciendo venirse todo abajo. Las cañas la escuchan, luego murmuran algo entre ellas, extienden en torno un rumor que se prolonga por el prado hasta las ramas de los árboles y se difunde con el viento.” (Buzzati, Dino, p.35)



     



                Esta viga “ser-ahí”, se relaciona en tanto pertenece a un puente, pero se cansa del peso. ¿Qué es ese cansarse del peso? Como metáfora de la vida, la viga acaba por cansarse también del peso que esta significa y se deja caer, sinónimo del suicidio, pero esto no parece gustarle a la naturaleza, pues su murmullo llega a todos lados. Esto muestra una de las formas en la cual la naturaleza se relaciona consigo misma. Recordemos el término que utiliza Heidegger: “cura”. En este caso se relaciona a través del prejuicio, proponiendo una “moral” constitutiva del “ser-ahí”. Y por otro lado también se relaciona con el hombre, es decir con el modus existendi, el “para-ser-ahí”. Estas dos formas de relaciones son propias del ser-ahí, que intenciona sobre sí misma y sobre el mundo.



                Otro elemento de la naturaleza que entra en juego es la mosca, quien se ha quedado encerrada dentro de la cabaña, dando vueltas, sus compañeras desaparecieron: “La mosca no se da cuenta de que es otoño.”[14] Esta mosca quedó atrapada en un micro clima que es la cabaña, y sus compañeras ya han muerto “Quien sabe dónde habrán ido.”[15] Dice el narrador desconocedor de lo que debía llegar: la muerte. Pero más adelante dice: “Al fin y al cabo, no hay ninguna razón para que las otros se hayan ido.”[16] Se fueron, sin razón, pero es otoño y está atrapada. No hay moscas en otoño, o hay algo que se aproxima, como la tormenta que las ha espantado. Ella está encerrada en la cabaña y está destinada a morir si logra huir de allí. Aquí comienza la trama del relato: la viga, la mosca y el hombre por un lado, en espera de la muerte,  y la naturaleza  que observa cómo la muerte “es” en el otro.



                La naturaleza es un ser-ahí finito que logra su existencia en apoderarse de la muerte, y así, con la disolución del tiempo, es que logra la eternidad. En el cuento ella observa cómo es la muerte, para apoderarse de ella. La viga es empujada por el viento y dice el narrador: “La historia ha quedado interrumpida. El madero se aleja, condenado a pudrirse en el mar.[17]”. De la misma manera la mosca consigue huir de la cabaña, pero esto sólo la acerca a la muerte porque estaba encerrada en su propia vida, en un clima en el cual podía vivir, y por lo tanto fuera de la naturaleza se convertirá en el ser-ahí-para-la-muerte. Por último el hombre:



     



    “Ahora los árboles grandes, las pequeñas matas de los sauces, las hierbas de la orilla y las plantas acuáticas comienzan a comprender. Parece que el pescador se haya dormido, pese a que desde el final del horizonte los truenos se aproximan.”[18]



     



                De esta manera la naturaleza se apropia de la muerte, despojándola de todo matiz aterrador o siniestro, pero a la vez el cuento presenta este matiz como algo ajeno a la naturaleza misma, como si la subversión de las categorías fuera sólo una farsa para mostrar algo más que está por encima o por debajo, pero que inquieta y vuelve a reorganizar el espacio y el tiempo dentro de lo “humano”. Este aspecto aparece en el cuento como lo fantástico, aquello que puede reinvertir las categorías y generar al lector angustia.



     



    Lo fantástico:



               



                Tomaremos la definición de Barrenechea, ya que suponemos la más próxima para esclarecer lo fantástico en este cuento:



     



    “...la literatura fantástica quedaría definida como la que presenta en forma de problema hechos a-normales, a –naturales o irreales.”[19]



     



                Dentro de una atmósfera hostil que constantemente amenaza con irrumpir en el paisaje, existe un marcado elemento que introduce lo fantástico en forma  de hechos a-normales, que no concuerdan con la “normalidad” de los sucesos: “De la cercana cabaña llegan dos o tres golpecitos secos de origen misterioso.”[20] El narrador nos advierte que estos “golpecitos” (el diminutivo aumenta la tensión sobre lo inexplicable) son de origen misterioso. Mientras que la subversión de las categorías generaban una lectura que cuadraba dentro del relato metafísico, esta aparición vuelve a subvertir esa categoría para advertirnos que hay algo que existe en ese mundo (que no es otro que este), que genera angustia. Así, la idea de la muerte apropiada dentro de los parámetros del “ser-ahí-para-la-muerte” se constituye en una amenaza por la sola implicación de lo desconocido, de que en el orden (desorden) del mundo y sus categorías, persiste eso “otro” desconocido, y que por tal genera angustia. “En la cabaña cercana se repiten con más insistencia los golpes inexplicables.”[21]  Dos veces nos advierte el narrador que esos golpes son inexplicables o misteriosos, y ahora que se repiten con más insistencia. La primera vez los golpes sucedieron cuando la mosca aún estaba dentro de la cabaña, y esta segunda sucede cuando la tormenta se está desatando: “Las nubes que se han vuelto negras dejan caer un poco de lluvia.”[22] Esto interrumpe la idea de un mundo organizado, cerrado en sí mismo y en su devenir-histórico.



     



    “La existencia de otros mundos paralelos al natural no hace dudar de la real existencia del nuestro, pero su intrusión amenaza con destruirnos o destruirlo. No se duda de que seamos seres vivos, de carne  hueso, pero se descubre que hay fuerzas no conocidas que nos amenazan.” [23]



     



    Conclusión:



           



                   Así esta intrusión de lo desconocido, amenaza con la destrucción, metáfora de la tormenta que se avecina y cae sobre la cabeza del hombre que ha muerto. Las categorías heideggelianas invertidas: la naturaleza personificada (ser-ahí), y el hombre con su mundo como complemento minimalista del paisaje (para-ser-ahí), recobran su orden natural ante lo desconocido que irrumpe. La muerte pasa a un plano secundario en tanto es la muerte de los otros: la mosca, la viga, el hombre, y vuelve a recobrar lo aterrador cuando se subvierten y producen la angustia de la propia muerte vista en el otro. El tiempo heideggeriano, aquel que se percibe dentro de un ser-ahí-historia,  se presenta en este final coincidiendo con la naturaleza que se apodera de la muerte logrando la disolución del tiempo, es decir, la eternidad; es en esta eternidad impensada, sólo vívida en los acontecimientos, en los que el tiempo se constituye aterrador para el ser-para-la muerte, dado que en el devenir de lo que somos  puede simplemente ser contado dentro de lo mismo inexplicable que sucede en la cabaña. Es en ese mundo en el que Buzzati nos sumerge, el mundo en el que la angustia se presenta a partir la eternidad de algo que nos apresa en el ser-ahí-para-la muerte, y con este “apresar”, se minimaliza la “humanidad”, nos cosifica en lo indescifrable de las acciones humanas. Un elemento del cuento que es esclarecedor de esto es que el niño no llegará: “El niño no vendrá ya, la tarde está demasiado avanzada.”[24]   Si dentro de la tradición de la naturaleza está el contemplar al niño que llega con el señor, esta tradición que genera zozobra en ella, presenta la inestabilidad de las circunstancias humanas que no pueden ser encasilladas en el devenir propio de la misma historicidad de la naturaleza. La falta del niño, pensando esto como una metáfora de las generaciones ausentes, es un acontecimiento devastador, pues la muerte ha apresado al hombre y quizá, como la mosca, también el niño ha quedado apresado en el destino humano. La sola ausencia de este actante produce un estado angustioso en el lector que advierte, igual que la naturaleza, que es una ausencia justificable sólo si la muerte intervino, y este desorden en el orden natural acompaña el desorden de las categorías subvertidas.    



     



     



    Bibliografía:



               



    1-Barrenechea, Ana María, Ensayo de una tipología de la literatura fantástica. En: Revista Hiberoamericana, 2009 (en línea) Nº 35 (citado el 6 de octubre de 2011) disponible en interntet:



    http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/download/2727/2911



    2-Buzzati, Dino, Los siete mensajeros y otros relatos, Alianza Editorial, Madrid, 1996



    3-Heidegger, Marín, Ser y tiempo, Fondo de cultura económica, Madrid, 1998



     



     









    [1]Buzzati, Dino, Los siete mensajeros y otros relatos, Alianza Editorial, Madrid, 1996





    [2]Ander, Günther, Heidegger esteta de la inacción. En: Sobre Heidegger cinco voces judías, Ed. Manantial, Buenos Aires, 2008. (p.65-111)





    [3]Ver Husserl, Edmund, Invitación a la fenomenología, Ed. Paidós, Madrid, 1992





    [4]Op.Cit 1.,p.33





    [5]Op.Cit 1.,p.33





    [6]Heidegger, Marín, Ser y tiempo, Fondo de cultura económica, Madrid, 1998. p. 313





    [7]Op. Cit 1., p.33





    [8]Op. Cit 1., p.34





    [9]Op. Cit 1., p.34





    [10]Op. Cit 1., p.34





    [11]Op. Cit 1., p.34





    [12]Op. Cit 1., p.35





    [13]Op. Cit 1., p.35





    [14]Op. Cit 1., p.35





    [15]Op. Cit 1., p.35





    [16]Op. Cit 1., p.35





    [17]Op. Cit 1., p.36





    [18]Op. Cit 1., p. 36





    [19]Barrenechea, Ana María, Ensayo de una tipología de la literatura fantástica, p, 393





    [20]Op. Cit 1., p. 35





    [21]Op. Cit 1., p. 36





    [22]Op. Cit 1., p. 36





    [23]Op. Cit 19., p. 401





    [24]Op. Cit 1., p. 36




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