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Jueves 28 de Marzo de 2024 |
 

La concepción de la virgen de María.

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Su vida hasta el momento de su parto, La anunciación del ángel y el propósito de la virginidad, María, modelo de virginidad, La unión virginal de María y José, Conclusiones.

Agregado: 22 de OCTUBRE de 2000 (Por ) | Palabras: 5061 | Votar |
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    Virginidad e Inmaculada Concepción de la Virgen María

    Su vida hasta el momento de su parto

    Para hablar de la virginidad e inmaculada concepción de María debemos comenzar haciendo referencia a su vida desde el comienzo; como fue su concepción, su niñez, y su vida en el templo.

    María pertenecía a la estirpe real de la familia de David, nació en la ciudad de Nazaret, y fue criada en Jerusalén en el templo del Señor. Su padre llamábase Joaquín y su madre Ana. Su casa paterna era de Galilea y su linaje materno de Belén.

    La vida de éstos, simple y recta ante el Señor, era también irreprochable y piadosa a los ojos de los hombres. Efectivamente, hicieron una triple división de toda su fortuna: una parte la consagraban al templo y a los servidores del templo; otra la destinaban a los peregrinos y pobres y se reservaban ellos la tercera para gastos de su familia y para sí mismos.

    Queridos de Dios y piadosos para con los demás vivían su casto matrimonio en casa ya por casi veinte años, aunque sin haber logrado engendrar hijos.

    Prometieron, no obstante, que si Dios les concedía un descendiente lo cederían al servicio del Señor. Por esta razón solían frecuentar el templo del Señor en las festividades a través de todo el año.

    Ocurrió que, al aproximarse la fiesta de los Encenios (Dedicación del templo), subió a Jerusalén Joaquín junto con otros de su misma tribu.

    Era en esa época Pontífice allí Isacar. Al ver éste también a Joaquín con su oblación junto a los demás conciudadanos, lo despreció y le rechazó sus ofrendas, preguntándole por qué tenía la presunción de presentarse en medio de quienes tenían hijos, él, que no los tenía; y le dijo además que sus ofrendas de ningún modo podrían parecer dignas de Dios, puesto que éste lo había juzgado a él mismo inmerecedor de tener prole, al afirmar la Escritura que era un maldito todo aquel que no hubiera engendrado un varón en Israel.

    Le dijo además que debía primero liberarse de esta maldición teniendo descendencia, y que recién entonces podría venir con sus ofrendas ante la presencia del Señor.

    Cubierto de gran rubor ante la barrera de este oprobio, se aisló junto a unos pastores que estaban en los prados con sus rebaños. Y no quiso volver a su casa, para no ser marcado con la misma sentencia de oprobio por sus compañeros de tribu, que habían estado presentes y escuchado todo eso de parte del Sacerdote.

    Pasado allí un tiempo, estaba un día él solo cuando se le apareció un ángel del Señor con enorme resplandor.

    Turbado él ante tal visión, el ángel que se le había aparecido calmó sus temores diciéndole: "No temas, Joaquín, ni te turbes con mi visión, pues yo soy un ángel del Señor enviado a ti por él mismo para comunicarte que han sido escuchadas tus oraciones y que tus buenas intenciones subieron hasta su presencia. El vio ciertamente tu humillación y oyó el insulto de esterilidad que se te lanzó injustamente. Dios en verdad es vengador del pecado y no de la naturaleza. Y por eso, cuando cierra el útero de alguna mujer, lo hace precisamente para que, al abrirlo de nuevo milagrosamente, se conozca que lo que nace no es de la voluptuosidad sino de la divina largueza¨.

    Así el ángel le dio a Joaquín varios ejemplos sobre distintas mujeres del pueblo de Israel que, habiendo sido estériles durante gran parte de sus vidas, engendraron un hijo al final de la misma.

    ¨ Si por lo tanto tu razón no se convence con mis palabras -continuó el ángel-, créeme que las concepciones diferidas por largo tiempo y los partos estériles suelen ser más admirables.

    Por lo tanto, Ana, tu esposa, te dará una hija y la llamarás María. Ella será, tal como lo prometisteis, consagrada al Señor desde su infancia y será llena del Espíritu Santo ya desde el seno materno.

    Nada inmundo comerá ni beberá, ni pasará sus días afuera en medio de las diversiones populares, sino en el templo del Señor, a fin de que nada equívoco pueda decirse o al menos pensarse de ella.

    Y de esta manera, al avanzar en la edad, así como ella nacerá prodigiosamente de una estéril, así también, permaneciendo virgen, engendrará de un modo inigualable al Hijo del Altísimo, que será llamado Jesús. Y él según la etimología de su nombre, será el Salvador de todas las naciones.

    Y tendrás esta señal de todo lo que te anuncio: cuando llegues a la puerta dorada de Jerusalén, hallarás a tu esposa Ana saliéndose al paso, quien, muy preocupada hasta ahora por la demora de tu regreso, se alegrará entonces con tu vista."

    Dichas estas cosas, se retiró el ángel.

    Luego se apareció el ángel a Ana, la esposa de aquél, diciéndole: "No temas, Ana, ni creas que es un fantasma lo que estás viendo. Puesto que yo soy el ángel que ofrecí en la presencia del Señor vuestras preces y limosnas y ahora os he sido enviado para anunciamos que os va a nacer una hija, que llamada María será la bendita sobre todas las mujeres.

    Llena de gracia desde el instante mismo de su nacimiento, permanecerá los tres años de su lactancia en la casa paterna y luego, consagrada al servicio del Señor, no saldrá del templo hasta la edad de la reflexión.

    Allí, finalmente, sirviendo al Señor de día y de noche en ayunos y oraciones, se abstendrá de todo lo impuro, no conocerá jamás a varón alguno; y sin embargo ella sola, sin igual precedente, sin mancha, sin corrupción, sin intervención de varón, virgen engendrará a su hijo, ella la esclava a su señor, de gracia, de nombre y de hecho Salvador del mundo.

    Así pues, hiérguete, sube a Jerusalén y, cuando hubieres llegado a la puerta llamado áurea, te saldrá al encuentro tu marido por cuya incolumidad estás tan preocupada. Y cuando hayan sucedido estas cosas, ten por cierto que lo que te anuncio deberá cumplirse¨.

    Y así, conforme a la orden del ángel, desde el lugar donde se hallaba cada uno, subieron a Jerusalén, y llegando al lugar marcado por el vaticinio del ángel, se encontraron mutuamente.

    Alegres entonces a causa de su recíproca visión y seguros por la certidumbre de la prole que les había sido prometida, dieron les debidas gracias al Señor.

    Al tiempo Ana concibió y dio a luz una hija y, conforme a lo impuesto por el ángel, sus padres la llamaron con el nombre de María.

    Al cabo de tres años, y pasado el período de lactancia, condujeron al templo del Señor a su Virgen junto con las ofrendas.

    En consecuencia, celebrado el sacrificio Según la costumbre de la ley, y cumplido su voto, dejaron en los ámbitos sagrados del templo a su Virgen, para que fuera allí mismo educada junto con las otras vírgenes. Y luego ellos retornaron a su casa.

    La Virgen del señor, junto con el desarrollo normal de la edad progresaba también en las virtudes. Cada día disfrutaba de una visión divina que la preservaba de todos los males y la hacía sobreabundar en todos los bienes.

    Y así llegó a los catorce años, de tal modo que no sólo nada digno de crítica podían imaginar los malos acerca de ella, sino que además los buenos que la conocían juzgaban su vida y costumbres dignas de toda admiración.

    Por ese tiempo el Pontífice informó que las vírgenes que se educan oficiales en el templo y ya hubiesen cumplido esa edad , tenían que regresar a sus casas y de acuerdo a la madurez de su edad.

    El Pontífice, por su parte, en gran perplejidad de espíritu, juzgando por una parte que no debía quebrantarse aquel juramento, contra la Escritura que dice: "Prometed y cumplid", y no atreviéndose por otra parte a introducir una costumbre desusada en su pueblo, mandó que se hicieran presentes en la festividad ya próxima todos los principales de Jerusalén y de las comarcas circundantes, a fin de poder saber mediante su consejo qué era lo que debía hacerse en una cuestión tan dudosa.

    Realizada esta convención, a todos plugo que se debía consultar al Señor acerca del asunto. Y estando así todos dedicados a la oración, accedió el Pontífice a consultar según los ritos. Y al instante todos pudieron oír una voz procedente del oráculo y del lugar propiciatorio, expresando que, según el vaticinio de Isaías, debía buscarse alguien a quien debería ser encomendada y desposada la Virgen aquella.

    Efectivamente es manifiesto que Isaías dice: "Surgirá una vara de la raíz de Jesé y una flor ascenderá desde su raíz y sobre ella descansará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y piedad y la colmará el espíritu del temor del Señor". (Is., 11, l). Por consiguiente y en conformidad con esta profecía anunció que todos los célibes y aptos para el matrimonio, oriundos de la casa y familia de David, tendrían que llevar cada uno su vara al altar y que la varilla de quienquiera de ellos que una vez presentada germinara una flor y en la punta de ésta se asentara el espíritu del Señor en forma de paloma, ese tal sería a quien debía ser encomendada y desposada la Virgen.

    Habiendo aquél penetrado donde ella estaba, inundó de enorme luz toda la habitación y saludándola con gran cortesía le dijo: "Dios te salve, María, Virgen queridísima del Señor, Virgen llena de Gracia, contigo el Señor, bendita tú sobre todas las mujeres, bendita también sobre todos los hombres nacidos hasta ahora".

    La Virgen, que ya conocía bien los rostros angelicales y para quien no era algo desacostumbrado la luz del cielo, ni se asustó por la vista del ángel ni se asombró por la magnitud de la luz, pero quedó en cambio perturbada sólo por la conversación del ángel, y se puso a pensar qué sería ese saludo tan insólito o qué era lo que le pronosticaba o qué fin iría a tener.

    A esta reflexión le salió al paso el ángel inspirado de Dios. "No temas, María, -le dijo- no temas como si en este saludo yo te hubiera ocultado algo contrario a tu castidad. En efecto, has encontrado ciertamente gracia ante el Señor, porque elegiste la castidad. Por lo tanto concebirás y darás a luz tu hijo, Virgen y sin pecado.

    Este será grande, puesto que dominará desde un mar al otro mar y desde el río hasta los últimos límites del mundo. Y será llamado el Hijo del Altísimo, porque el que nacerá abyecto en la tierra, reina ya encumbrado en el cielo. Y le dará a él el Señor Dios el trono de su padre David y reinará eternamente en la casa de Jacob y no tendrá fin su reino. Es él sin duda rey de reyes y señor de señores y su trono para los siglos de los siglos". (Ps. 44, 7).

    La Virgen, no por falta de fe en las palabras del ángel, sino porque deseaba conocer el contenido del mensaje, le respondió así: "¿Cómo es posible que esto llegue a cumplirse? ¿Cómo puedo dar a luz sin la participación del semen viril, siendo así que yo misma por causa de mi voto no conozco varón?".

    A esto contestó el ángel: "No pienses, María, que vas a concebir en el normal modo humano, pues sin intervención de varón darás a luz virgen y virgen amamantarás. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá contra los ardores de la concupiscencia. Por lo tanto lo que nacerá de ti será el único santo, porque, siendo el único concebido y nacido sin pecado, será llamado el Hijo de Dios".

    Entonces María, abriendo sus ojos y alzándolos hacia el cielo, dijo: "He aquí la esclava del Señor, la que no soy digna del nombre de señora. Que ocurra conmigo de acuerdo a tu palabra".

    Vuelto de Judea a Galilea, José se disponía a tomar en matrimonio a la Virgen con quien había contraído los esponsales. Y ya habían transcurrido tres meses y estaba a punto de cumplirse el cuarto desde la fecha de los esponsales.

    Entretanto al ir hinchándose paulatinamente su seno, comenzó a evidenciarse su estado de gravidez. Y esto evidentemente no pudo ocultársela a José, pues éste al entrar libremente según sus derechos de esposo a los aposentos de la Virgen y hablar familiarmente con ella, pronto se percató de que estaba embarazada.

    Por lo mismo comenzó a agitarse en su espíritu y a sentirse indeciso, ya que desconocía qué era lo que debía hacer preferentemente. Y no quiso delatarla, porque era justo, ni difamarla con sospecha de fornicación, porque era piadoso. Así que pensaba renunciar por su cuenta al matrimonio y abandonarla a ocultas.

    Estaba él calculando estas cosas, cuando he aquí que el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas. Es decir, no tengas sospecha de fornicación acerca de tu Virgen. No pienses nada siniestro, ni temas tomarla como esposa en matrimonio. Pues lo que en ella ha nacido y que ahora angustia tu alma, no es obra de hombre sino del Espíritu Santo.

    Dará efectivamente a luz al Hijo de Dios, Virgen única, y lo llamarás con el nombre de Jesús, esto es, Salvador, pues él salvará a su pueblo de sus pecados".

    Y así José, de acuerdo al precepto del ángel, tomó a la Virgen en matrimonio pero sin embargo no la tocó, sino que la custodió velando castamente por ella.

    Y ya estaba por cumplirse el noveno mes desde la concepción, cuando José, tomando a su esposa con todo lo que necesitaba, se dirigió a la ciudad de Belén, de donde era él mismo.

    Y ocurrió que estando ellos allí, se cumplieron los días del parto y ella dio a luz a su hijo primogénito, tal como los evangelistas nos lo enseñaron, a Nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos.

    Hallábase entre los demás José, de la casa y familia de David y ya se encontraba en edad de contraer matrimonio. Y mientras que todos presentaban según la orden sus varas, sólo él sustrajo la suya.

    Y por eso, al no ocurrir nada en consonancia con la voz divina, el Pontífice juzgó que se debía volver a consultar al Señor. Este respondió que sólo aquél de entre todos los designados que no había presentado su vara era justamente a quien debía desposarse la Virgen.

    Y de este modo fue José puesto en evidencia. Pues, una vez que él llevó su vara y sobre su punta se asentó una paloma bajada del cielo, resultó patente para todos que era él con quien debería desposarse la Virgen.

    Celebrado, pues, el rito de los esponsales según costumbre, él se retiró a su casa a la ciudad de Belén para disponerse y procurar las cosas necesarias para el casamiento.

    Y María la Virgen del Señor, junto con otras siete vírgenes de su misma edad y crianza, que las había recibido de parte del Sacerdote, regresó a Galilea, a la casa de sus padres.

    En aquellos días, o sea, apenas llegada a Galilea le fue enviado de parte de Dios el ángel Gabriel para anunciarle la concepción del Señor y exponerle el orden y manera de la misma.

    Habiendo aquél penetrado donde ella estaba, inundó de enorme luz toda la habitación y saludándola con gran cortesía le dijo: "Dios te salve, María, Virgen queridísima del Señor, Virgen llena de Gracia, contigo el Señor, bendita tú sobre todas las mujeres, bendita también sobre todos los hombres nacidos hasta ahora".

    La Virgen, que ya conocía bien los rostros angelicales y para quien no era algo desacostumbrado la luz del cielo, ni se asustó por la vista del ángel ni se asombró por la magnitud de la luz, pero quedó en cambio perturbada sólo por la conversación del ángel, y se puso a pensar qué sería ese saludo tan insólito o qué era lo que le pronosticaba o qué fin iría a tener.

    A esta reflexión le salió al paso el ángel inspirado de Dios. "No temas, María, -le dijo- no temas como si en este saludo yo te hubiera ocultado algo contrario a tu castidad. En efecto, has encontrado ciertamente gracia ante el Señor, porque elegiste la castidad. Por lo tanto concebirás y darás a luz tu hijo, Virgen y sin pecado.

    Este será grande, puesto que dominará desde un mar al otro mar y desde el río hasta los últimos límites del mundo. Y será llamado el Hijo del Altísimo, porque el que nacerá abyecto en la tierra, reina ya encumbrado en el cielo. Y le dará a él el Señor Dios el trono de su padre David y reinará eternamente en la casa de Jacob y no tendrá fin su reino. Es él sin duda rey de reyes y señor de señores y su trono para los siglos de los siglos". (Ps. 44, 7).

    La Virgen, no por falta de fe en las palabras del ángel, sino porque deseaba conocer el contenido del mensaje, le respondió así: "¿Cómo es posible que esto llegue a cumplirse? ¿Cómo puedo dar a luz sin la participación del semen viril, siendo así que yo misma por causa de mi voto no conozco varón?".

    A esto contestó el ángel: "No pienses, María, que vas a concebir en el normal modo humano, pues sin intervención de varón darás a luz virgen y virgen amamantarás. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá contra los ardores de la concupiscencia. Por lo tanto lo que nacerá de ti será el único santo, porque, siendo el único concebido y nacido sin pecado, será llamado el Hijo de Dios".

    Entonces María, abriendo sus ojos y alzándolos hacia el cielo, dijo: "He aquí la esclava del Señor, la que no soy digna del nombre de señora. Que ocurra conmigo de acuerdo a tu palabra".

    Vuelto de Judea a Galilea, José se disponía a tomar en matrimonio a la Virgen con quien había contraído los esponsales. Y ya habían transcurrido tres meses y estaba a punto de cumplirse el cuarto desde la fecha de los esponsales.

    Entretanto al ir hinchándose paulatinamente su seno, comenzó a evidenciarse su estado de gravidez. Y esto evidentemente no pudo ocultárselo a José, pues éste al entrar libremente según sus derechos de esposo a los aposentos de la Virgen y hablar familiarmente con ella, pronto se percató de que estaba embarazada.

    Por lo mismo comenzó a agitarse en su espíritu y a sentirse indeciso, ya que desconocía qué era lo que debía hacer preferentemente. Y no quiso delatarla, porque era justo, ni difamarla con sospecha de fornicación, porque era piadoso. Así que pensaba renunciar por su cuenta al matrimonio y abandonarla a ocultas.

    Estaba él calculando estas cosas, cuando he aquí que el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas. Es decir, no tengas sospecha de fornicación acerca de tu Virgen. No pienses nada siniestro, ni temas tomarla como esposa en matrimonio. Pues lo que en ella ha nacido y que ahora angustia tu alma, no es obra de hombre sino del Espíritu Santo.

    Dará efectivamente a luz al Hijo de Dios, Virgen única, y lo llamarás con el nombre de Jesús, esto es, Salvador, pues él salvará a su pueblo de sus pecados".

    Y así José, de acuerdo al precepto del ángel, tomó a la Virgen en matrimonio pero sin embargo no la tocó, sino que la custodió velando castamente por ella.

    Y ya estaba por cumplirse el noveno mes desde la concepción, cuando José, tomando a su esposa con todo lo que necesitaba, se dirigió a la ciudad de Belén, de donde era él mismo.

    Y ocurrió que estando ellos allí, se cumplieron los días del parto y ella dio a luz a su hijo primogénito, tal como los evangelistas nos lo enseñaron, a Nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos.(1)

    Una vez hecha la revisión sobre los primeros años de la vida de María podemos analizar algunos de los aspectos de la misma.

    La anunciación del ángel y el propósito de la virginidad

    El anuncio del ángel no fue algo extraordinario para María, no debemos olvidar que ésta había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, llena de gracia (Lc 1,28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de su Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret.

    La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad. Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio de su existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuerpo, a Dios en el ofrecimiento de su virginidad. Es decir que ya desde su concepción María se perfilaba como un instrumento del Señor

    María, al comprometerse plenamente en este camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal de la mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen (Lumen gentium, 55). Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando una fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momento de la Anunciación María descubre que el Señor ha transformado su pobreza en riqueza: será la Madre virgen del Hijo del Altísimo. Más tarde descubrirá también que su maternidad está destinada a extenderse a todos los hombre que el Hijo ha venido a salvar (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.501).(3)

    María, modelo de virginidad

    El propósito de virginidad, que se vislumbra en las palabras de María en el momento de la Anunciación, ha sido considerado tradicionalmente como el comienzo y el acontecimiento inspirador de la virginidad cristiana en la Iglesia.

    San Agustín no reconoce en ese propósito el cumplimiento de un precepto divino, sino un voto emitido libremente. De ese modo se ha podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgenes en el curso de toda la historia de la Iglesia. María consagró su virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir, para que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y mortal se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no por necesidad de servicio.

    El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María quien revela libremente su propósito de virginidad. En este compromiso se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal.

    Aunque san Agustín utilice la palabra voto para mostrar a quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estado de vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulado expresamente un voto, que es la forma de consagración y entrega de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos de la Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la decisión personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Señor. Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la hija de Sión. Sin embargo, con su decisión se convierte en el arquetipo de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor con corazón indiviso en la virginidad.

    Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, nos informan acerca del momento en el que María tomó la decisión de permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace al ángel se deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, dicho propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su deseo de conservar la virginidad también en la perspectiva de la maternidad que se le propone, mostrando que había madurado largamente su propósito.

    María no eligió la virginidad bajo el expectativa, imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró su elección en su conciencia antes del momento de la Anunciación. Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presente en su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad virginal influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalidad, mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde sus primeros años, el deseo de la unión más completa con Dios. Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elección de valores más grandes.

    La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano la estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multiplique en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realidad y como anticipación profética de la vida futura.

    Muchas mujeres, en le historia de la Iglesia, inspiradas en la nobleza y la belleza del corazón virginal de María, se han sentido alentadas a responder generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de la virginidad.

    No olvidemos que las maravillas que Dios hizo, en María, también hoy las hace en el corazón y en la vida de tantos muchachos y muchachas. Así, muchos adolescentes aceptan la invitación que proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Señor y al servicio de sus hermanos.

    La unión virginal de María y José

    En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito.

    Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad.

    El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo" (Mt. 1, 20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio.

    El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.

    José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (cf. exhortación apostólica Redemptoris custos).

    La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños le invita a poner el nombre al Niño: "Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1, 21).

    Aun excluyendo la filiación sanguínea, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Hay que distinguir entre padre y progenitor. José no fue solo un compañero para María sino que ejerció además, en relación con Jesús, la función de padre, gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se "sometió" (Lc. 2, 51), contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero.

    Por todo esto, José debe ser tomado, no solo, como un ejemplo de padre, sino también de esposo. Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a san José. Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.

    Conclusión

    1.      Que María fue iluminada por el Espíritu Santo ya desde su concepción, y que éste la acompaño durante toda su vida, preparándola para ser la madre de Cristo.

    2.    Que su virginidad no proviene de un mandato del Señor, sino que es una decisión adoptada por ella.

    3.    Que María no es solo un ejemplo para aquellas jóvenes que deciden dedicar su vida al celibato, sino también para aquellas que optan por el camino del matrimonio y la maternidad.

    4.       Que es importante la aceptación por parte de José, ya que quizás no muchos hombres hubieran aceptado la situación a la que él se enfrentó.

    Bibliografía

    §  ¨Libro acerca de la natividad de María¨, Ed Fidelidad, tradcida del Latín por el Prof. Pedro López.

    §    ¨Catecismo¨, Obispado Castrense de la República Argentina

    §    Catesismo del Papa

    §         Audiencia general del miércoles 24 de julio de 1996.

    §         Audiencia general del miércoles 29 de mayo de 1996.

    §         (3)Audiencia general del miércoles 24 de julio de 1996.

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