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Las relaciones de Freud con las drogas

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Desarrollos post-freudianos relativos a las adicciones

Agregado: 10 de JUNIO de 2005 (Por anonimo) | Palabras: 9001 | Votar | Sin Votos | Sin comentarios | Agregar Comentario
Categoría: Apuntes y Monografías > Educación >
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    Autor: anonimo (info@alipso.com)


    Desarrollos post-freudianos relativos a las adicciones

    Hay una profusa literatura psicoanalítica de los post-freudianos, sobre alcoholismo y drogadicción. La presente revisión intenta ofrecer un panorama de la misma, correlacionando sus hallazgos.

    Abraham (1908) examinó las relaciones psicológicas entre la sexualidad y el alcoholismo. El autor sugiere que el alcohol, al suprimir inhibiciones, incrementa la actividad sexual, no solamente de tipo normal sino también perverso, tal como el incesto, la homosexualidad, la escoptofilia y el exhibicionismo. Destaca que las perversiones como el sadismo y el masoquismo se hacen tan manifiestas que muchos crímenes brutales se perpetran en estados de intoxicación alcohólica. Al referirse al alcoholismo como evasión dice que el alcoholista utiliza el alcohol como medio para obtener placer sin problemas. Renuncia a las mujeres y abraza la bebida. Luego proyecta sus sentimientos de culpa sobre su esposa y la acusa de serle infiel. Abraham considera que la disminución de la potencia es causa principal de los celos del alcoholista. En su artículo "La primera etapa pregenital de la libido" Abraham (1916) destaca la importancia en todas las adicciones del deseo oral insaciable. Observó a pacientes que sufrían de alimentación compulsiva y excesiva y notó que si sus deseos no eran satisfechos sufrían una tortura similar a la de los "morfinómanos y a la de muchos dipsómanos". En el mismo artículo examina la adicción a los medicamentos y dice que el neurótico deprimido o excitado es a menudo favorablemente influido, aunque sea en forma pasajera, por el solo hecho de ingerir medicamentos aunque ellos no posean una acción sedante. Es interesante señalar que Abraham destacó sólo el factor oral de las adicciones sin vincularlas a los estados maníaco-depresivos.

    Ferenczi (1911) contribuye a la psicopatología del alcoholismo con la descripción de un caso de paranoia alcohólica con delirios de celos. Piensa que entre los deseos heterosexuales conscientes y los deseos homosexuales inconscientes del paciente había un conflicto insoluble, pero sugiere que en este caso el alcohol sólo desempeñó el papel de agente destructor de la sublimación. En una nota al pie de página del mismo artículo dice que, en la gran mayoría de los casos, el alcoholismo no es la causa de la neurosis, sino su consecuencia. El alcoholismo tanto individual como social sólo puede curarse con la ayuda del psicoanálisis, que revela las causas de la huida hacia el narcotismo y las neutraliza. Señala que cuando se abandona o se priva de alcohol quedan abiertos muchos caminos a disposición de la psiquis para "escapar hacia la enfermedad". En su examen de casos en una fecha posterior (1916-1917, 1919) de nuevo se refiere a la homosexualidad como problema fundamental subyacente al alcoholismo.

    Juliusburger realizó varias contribuciones a la psicología del alcoholismo: destaca (1912) la importancia de los impulsos homosexuales inconscientes en la dipsomanía, combinada con una tendencia al autoerotismo y a la masturbación. Considera (1913) a la homosexualidad inconsciente sólo como uno de los factores del alcoholismo. Examina las tendencias sádicas de los homosexuales a menudo observable en quienes sufren de delirios celotípicos, y cree que el deseo de intoxicarse responde al deseo de perder totalmente la conciencia individual, subrayando la tendencia al suicidio.

    Pierce Clark (1919) pone el acento en la importancia de las regresiones profundas en el alcoholismo, tales como las primitivas identificaciones con la madre combinadas con un intenso amor a sí mismo (narcisismo). Está particularmente impresionado por la relación que hay entre depresión y alcoholismo. En varios de sus casos se registraron episodios depresivos irregulares pero periódicos. Describe el caso de una paciente que se entregó a la bebida por razones de soledad, depresión y falta de adecuación. Aparentemente, el hábito alcohólico se constituyó para poder sobreponerse a situaciones desagradables y para ayudarla a olvidar. Sin embargo, otro paciente, un dipsómano, se tornó cada vez más depresivo y suicida durante las etapas posteriores del ataque de borrachera. Por momentos asumía actitudes paranoides hacia las mujeres con quienes intimaba. Clark concuerda con otros observadores en que en algunos casos son los rasgos homosexuales y en otros los sadomasoquistas o exhibicionistas, los que aparecen en la superficie.

    Kielholz realizó muchos aportes a la psicopatología del alcoholismo y la psicosis alcohólica (delirium tremens). Considera al alcoholismo como una neurosis narcisista relacionada con la psicosis maníaco-depresiva. Existe una obvia regresión al narcisismo, que se manifiesta en la vanidad, egoísmo y en el aumento de la autoestima del alcohólico. Examina la relación existente entre el exceso de bebida de los banquetes y la psicología de los festejos, y compara el jolgorio del alcoholista con la elación maníaca. A la intoxicación alcohólica le sigue la melancolía alcohólica. Piensa que la disociación entre el ideal del yo y el yo es profunda e intolerable tanto en las melancolías puras como en las melancolías alcohólicas. Como consecuencia de esta disociación, el instinto de muerte se vuelve contra el yo conduciendo a menudo al suicidio. En el estado maníaco del festín alcohólico el instinto de muerte es volcado hacia afuera y el sadismo es abiertamente expresado y actuado. Kielholz concuerda con otros autores acerca de la frecuencia de las perversiones entre los adictos al alcohol. Al examinar las experiencias alucinatorias delirantes del alcohólico, dice que, contrariamente a la opinión generalizada halló en el análisis experiencias profundamente enraizadas en la infancia. En un caso de delirium tremens descubrió una escoptofilia intensa, y ansiedades homosexuales y persecutorias que podrían vincularse con las experiencias y fantasías de la escena primaria. Sobre el tratamiento del alcoholismo sugiere que es importante controlar la bebida aconsejando una abstinencia total de acuerdo con el consejo de Freud para el tratamiento de las fobias. Al destacar la importancia del narcisismo, Kielholz concuerda con Clark. Al relacionar el jolgorio del alcoholista con la elación maníaca coincide con el punto de vista de Freud. Aun más que Clark, Kielholz subraya la importancia de la depresión en el alcoholismo.

    Rádo realizó una cantidad importante de contribuciones acerca del problema de la drogadicción. En 1926 destacó la predisposición a la adicción sugiriendo que "algunas manifestaciones del erotismo oral están siempre presentes en forma marcada, incluso en aquellos casos de toxicomanía en los que la droga no es ingerida por vía oral". Piensa que el "orgasmo alimenticio" experimentado primeramente por el lactante en el pecho es revivido en la adicción a las drogas, y la excitación sexual perteneciente a las fantasías de la situación edípica se descarga no por medio del onanismo sino a través del orgasmo alimenticio. El sugiere que en la drogadicción crónica "toda la personalidad mental representa un aparato de placer autoerótico. El yo es totalmente sojuzgado y devastado por la libido del ello". O sea, "convertido nuevamente en ello". "El mundo externo es ignorado y la conciencia desintegrada". El dice que por una parte, a causa del instinto destructivo, las organizaciones y las diferenciaciones mentales superiores han sido desechadas. Por otra parte, las tendencias agresivas se ligan al superyó del drogadicto, de tal manera que la tensión inconsciente de la conciencia se intensifica, implicando una gran necesidad de castigo que da por resultado un círculo vicioso.

    Rádo piensa que una función importante de las drogas es la de proveer una coraza contra la estimulación interna, la cual se hace imprescindible cuando por obra de una estimulación excesiva se ha quebrado la barrera del dolor. También observa que las drogas producen sensaciones de tensión y al mismo tiempo alivian las existentes, siendo el resultado final la conversión de las tensiones dolorosas en placenteras. El estimulante abre paso a las intenciones trabadas del ello; aplaca asimismo las influencias inhibitorias, en especial las tensiones producidas por la conciencia. El efecto secundario del intoxicante es la producción de estados de bienestar que varían ampliamente en intensidad y calidad. Rádo destaca la naturaleza erótica de este estado y cree que en la drogadicción la intoxicación se ha convertido en objetivo sexual. Todo el aparato sexual periférico es dejado a un lado, estado que él denomina "metaerotismo". Tarde o temprano el fracaso en la concreción del orgasmo farmacotóxico ocurre por razones fisiológicas o psicológicas. Aparecen terribles estados de ansiedad, de excitación torturante y de visiones terroríficas relacionados con una poderosa reacción de la conciencia. Rádo efectuó numerosas observaciones sobre el papel de la conciencia en la drogadicción, lo cual parece contradecir lo expresado por él en el mismo artículo en el que dice que en la etiología de insaciedad mórbida no puede adscribir ningún papel específico a la tensión inconsciente de la conciencia y al sentimiento de culpa. Rádo compara el estado deteriorado del drogadicto con ciertos aspectos de las etapas finales de la esquizofrenia, pero es más enfático en la elaboración de las similitudes de la manía y de la melancolía en relación con el estado de intoxicación y el de depresión que le sigue. En 1933 Rádo destaca y elabora la importancia de la disposición narcisista del drogadicto, y sugiere que cuando las personas permanecieron fundamentalmente narcisistas reaccionan a la frustración con una "tensa depresión". El cree que la base de la drogadicción es una "tensa depresión" inicial, marcada por una tensión dolorosa y al mismo tiempo un alto grado de intolerancia al dolor. Esto sensibiliza al paciente al efecto farmacógeno placentero, de modo que en el uso de la droga se halla un notable alivio. Continúa el tema del artículo anterior remarcando que el efecto de las drogas es apaciguar o prevenir el dolor y producir euforia y estimulación, sirviendo así al principio del placer. La elación resultante es una base necesaria al desarrollo de una "farmacotimia". En la elación farmacogénica el yo permanece en su estado narcisista original, el cual se vincula a la omnipotencia y a la realización mágica de deseos. Se libra de la depresión, de una ansiedad incrementada y de una mala conciencia. Pero la elación es transitoria, le sigue la depresión y en consecuencia una renovada necesidad de elación, un proceso cíclico. Pone bien en claro que la farmacotimia es una perturbación narcisista, que por medios artificiales produce una disrupción de la natural organización yoica. Las drogas causan una inflación sin valor del narcisismo e impiden percatarse del progreso de la autodestrucción, porque la elación ha reactivado la creencia narcisística del paciente en su invulnerabilidad e inmortalidad. El cree que una dosis letal de droga no se ingiere para cometer suicidio, sino para expulsar para siempre la depresión. Rádo destaca que el masoquismo juega una parte importante en los episodios psicóticos. Las alucinaciones y los delirios terribles en los que el paciente se cree perseguido o amenazado, particularmente por el peligro de la castración o de los ataques sexuales, son fantasías que satisfacen deseos masoquistas. El yo de placer narcisístico desea placer sin dolor y por esa razón los deseos masoquistas latentes son proyectados y convertidos en fantasías terroríficas. Rádo no cree que el drogadicto utilice el tratamiento de privación por razones de satisfacción masoquista sino para rehabilitar el valor depreciado del veneno. Es de la opinión que la homosexualidad del drogadicto se desarrolla bajo la influencia del masoquismo. Está impresionado por la frecuencia de las perversiones en la drogadicción tales como el fetichismo o el sadismo. En 1953 confirmó su anterior teoría acerca de la importancia de la ruptura extensiva del umbral de dolor en la etiología tanto de la depresión como de la drogadicción. Introduce su teoría del placer espurio de la elación que infla al yo o "self de acción". Dice que el efecto eufórico de las drogas se produce en dos etapas: introducen placer más allá del mero alivio del dolor y luego producen en el paciente una intoxicación con placer espurio. Confirma la estrecha relación entre la intoxicación narcótica y el placer espurio de la manía. En 1958, Rádo pone de manifiesto la omnipotencia del drogadicto, quien sensibilizado por su depresión, encuentra en el efecto placentero del narcótico el cumplimiento de su anhelo por una ayuda milagrosa, a la que responde con una sensación de triunfo personal. El divide ahora a las drogadicciones en tres grupos: el grupo pisconeurótico o maníaco-depresivo, el esquizofrénico, y el psicopático. Al examinar el tratamiento de la drogadicción, aconseja como primera medida la de retirar la droga, de preferencia en un hospital especialmente equipado, con apoyo psicoterapéutico para evitar los peligros potenciales de violencia y suicidio. En este artículo no hace referencia al tratamiento psicoanalítico del drogadicto, pero señala que, de un modo general, el pronóstico de la drogadicción es desfavorable.

    Rádo concuerda con Kielholz, Juliusburger y Clark en subrayar la importancia del narcisismo y de la depresión en las adicciones. Coincide con Freud, Abraham y Kielholz en destacar los aspectos maníacos. Introduce el concepto de orgasmo alimenticio y sugiere que la droga provee de una coraza contra el dolor, lo cual parece ser una observación obvia. Sin embargo, Rádo es el primer analista que llamó la atención sobre el hecho importante de que las drogas son empleadas como defensa permanente contra el dolor. Parece percatarse más que los otros autores de la naturaleza deteriorante de las adicciones, que él vincula con la liberación incontrolada de los instintos destructivos.

    Simmel entre los años 1928 y 1949 realizó numerosas contribuciones a la psicopatología y al tratamiento de la drogadicción y el alcoholismo. En 1928, al examinar la drogadicción, sugiere que los adictos sufren de neurosis narcisistas (enfermedad maníaco-depresiva) que evitan utilizando mecanismos de la neurosis obsesiva. El cree que el efecto de la droga se focaliza en el superyó. También tiene en cuenta la importancia del sadismo en la drogadicción y piensa que, por causa de los impulsos asesinos y de la necesidad de autocastigo el tratamiento del drogadicto está plagado de peligros, en particular el suicidio. En 1930, Simmel subraya la importancia del narcisismo y la ciclotimia patológicos en la personalidad pre-mórbida del drogadicto. Cuando se desarrolla la drogadicción, el paciente se transforma más y más en el niño narcisista, e irrumpe a la conciencia el infantil principio del placer. Al examinar la drogadicción grave describe una regresión a la fase de la succión en la que el paciente (especialmente durante el tratamiento de aislación) representa a un ser ya incapaz de emplear su aparato mental para vincularse con los estímulos. En su lugar, el cuerpo responde autoeróticamente a las tensiones y a los estímulos, lo cual explicaría los cólicos, los vómitos y la frialdad que sufre el drogadicto durante el tratamiento de privación. Simmel está impresionado por las fantasías orales del adicto, de comer y de ser comido por otros, que él vincula con el último recurso del deseo del paciente de perder los límites de su yo como el niño en el útero materno. También destaca la relación entre el dormir y la drogadicción. El dormir es el cumplimiento de todo objetivo sexual infantil de alimentación al pecho o masturbación. El dormir debe considerarse como una repetición de la situación dentro de la madre, pero el dormir y la situación prenatal también representan simbólicamente la muerte. El drogadicto que desea dormir y morir ha quedado bajo el dominio del instinto de muerte, impulsado por la dominación omnipotente del principio del placer. Sin embargo, existe también una tendencia a desviar nuevamente hacia afuera el "odio introvertido", para envenenar a otro en lugar de envenenarse uno mismo, situación que es actuada por la seducción ante los demás para convertirlos en adictos.

    En este artículo, Simmel intenta clarificar la relación de la drogadicción con la enfermedad física, la neurosis obsesiva, los estados maníaco-depresivos y la perversión. Por ejemplo, vincula la drogadicción con los ritos obsesivos y la masturbación y sugiere que el deseo de drogarse es sólo una nueva edición del conflicto de la masturbación, de la misma manera que en la neurosis obsesiva. A menudo las drogadicciones comienzan con psiconeurosis bajo el dominio de mecanismos obsesivos, pero ante la vivencia de la intoxicación se convierten en neurosis narcisistas de tipo maníaco-depresivo. Simmel observa que en la enfermedad física, en la depresión y la drogadicción, los instintos agresivos y destructivos se vuelven contra el yo.

    En la enfermedad física, el dolor ligado al órgano corporal corresponde al objeto interno de la melancolía contra el cual se dirige la agresión. Ello explica, desde la perspectiva de Simmel, por qué el alivio del dolor físico por medio de la droga puede ligar por efectos de la droga con los mecanismos melancólicos. La drogadicción también actúa como defensa contra la melancolía: puede considerarse como una "manía artificial". Sin embargo, la manía farmacotóxica progresiva, en contraste con la manía espontánea, no ayuda al paciente a encontrar el camino de regreso a los objetos. Originariamente, la droga protege al yo en su conflicto con el ello, con la realidad y el sentimiento de culpa, pero en el curso de la adicción la droga usurpa el lugar de todos los objetos contra los cuales alguna vez se dirigió la agresión. Simmel compara el tratamiento de privación con la fase depresiva de la enfermedad maníaco-depresiva, y sugiere que el drogadicto aumenta su dosis no a pesar de, sino a causa de la tortura que le significará la privación, situación que sirve a su necesidad de castigo por parte de un superyó severo. Simmel comparte la opinión de que la drogadicción está estrechamente vinculada con las perversiones y puede actuar además como una defensa contra la criminalidad. Tiene conciencia del significado simbólico de las drogas y sugiere que durante el análisis surge con claridad la frecuente identificación de las drogas con la orina y las heces y su relación con la compulsión a tomar algo repugnante. A menudo, el frasco o la jeringa representan al falo, pero en la capa más profunda de la simbolización, el falo está significando al pecho materno al cual el drogadicto anhela unirse. Simmel cree que la madre del drogadicto es a menudo seductora y permisiva en exceso como madre nutricia y que extrae ella misma de la nutrición un placer autoerótico. Esta madre se constituye en el superyó temprano del drogadicto, fácilmente seducible y seductora, lo cual a su entender explica por qué el superyó del drogadicto totalmente desarrollado es corrompido con facilidad por el ello.

    Al abocarse al alcoholismo, Simmel (1949) examina sus efectos sobre el yo y el superyó, y confirma la importancia de los instintos agresivos en el alcoholismo, que él supone se relacionan estrechamente con la enfermedad maníaco-depresiva. Piensa que en el alcoholismo es esencial establecer si la desintegración del yo es la causa o la consecuencia del consumo crónico de alcohol por parte del alcoholista. Depende de la extensión de la morbilidad del yo que el alcohol ayude al paciente a encontrar una adaptación artificial a la realidad exterior o que su yo esté condenado a desintegrarse en forma progresiva y a perder la guía superyoica en el enfrentamiento entre los insaciables deseos instintuales infantiles y las demandas de la realidad. Si el yo regresa más allá de las etapas fálicas, anal y oral a su más temprana etapa pre-yoica, que Simmel denomina etapa gastrointestinal, el alcohólico deviene un adicto. La estructura y la dinámica del alcoholismo no difieren entonces de las de ninguna otra drogadicción. Mediante esta regresión, se des-genitalizan más y más las actividades del alcohólico y las experiencias dolorosas que acompañan la masturbación infantil se convierten en sensaciones placenteras. Este proceso regresivo produce cada vez más defusión: el amor es reemplazado por el odio, y el proceso de identificación se revierte así en la tendencia del alcohólico a devorar prácticamente sus objetos. La bebida en sí misma se torna intercambiable con el objeto odiado, fundamentalmente la madre. Simmel sugiere que el alcoholismo implica un asesinato crónico y un suicidio crónico, pero piensa que los impulsos homicidas son más pronunciados en la adicción alcohólica que en otras adicciones, tales como la morfinomanía, en que el paciente es guiado más bien por impulsos suicidas. Confirma su anterior sugerencia de que todas las adicciones, y en especial la alcohólica, constituyen protecciones contra la depresión. Los sentimientos de culpa y desesperación que atormentan al alcohólico al volver a la sobriedad pueden estar en parte causados por el alcohol, pero están más relacionados con la depresión clínica que sigue a la manía. El considera como progreso significativo en el análisis de alcohólicos, cuando la reacción maníaca que acompaña el consumo del alcohol comienza a fallar y es reemplazada por sentimientos de miseria, depresión y culpa.

    Simmel concuerda con Kielholz, Juliusberger, Clark y Radó en destacar la relación de la adicción con la depresión, pero subraya además el carácter maníaco de la adicción, perspectiva que comparte con Freud, Abraham, Kielholz y Rádo. Tanto Simmel como Rádo intentan clarificar la disolución del superyó y la ascendencia gradual de los instintos destructivos en las adicciones. Para Simmel es importante el deseo de unidad con un objeto, el deseo de comer y ser comido, observaciones que han sido retomadas por Lewin. El realizó varias observaciones detalladas sobre el cambio en la estructura de carácter de los adictos. Puesto que Simmel poseyó durante varios años un sanatorio en Tegel se podría pensar que tenía bajo observación y tratamiento a muchos más alcohólicos y drogadictos que la mayoría de los analistas. Pero a pesar de ello no da ninguna información en cuanto a la cantidad de pacientes tratados ni sobre los resultados obtenidos.

    En 1932 Glover realizó su aporte más detallado acerca de la drogadicción. Intenta arrojar luz sobre el desarrollo del abordaje psicoanalítico de la drogadicción y el alcoholismo, examinando críticamente el trabajo de otros analistas desde el punto de vista histórico. Por ejemplo, destaca la imposibilidad de sostener la relación de la drogadicción con una etiología libidinal y una regresión a la oralidad y a la homosexualidad. Se ha prestado demasiado poca atención a la progresión de los instintos, y a considerar que los estados psicopatológicos constituyen exageraciones de estados normales en el dominio de la ansiedad. El exige que se examine el impulso a sobreponerse a "las molestias de una organización paranoide inconsciente". En otras palabras, se pregunta hasta dónde un estado obsesivo o una adicción implican una defensa contra un "estado paranoide subyacente". Piensa que últimamente se ha progresado al prestar más atención a las reacciones producidas por el grupo de las pulsiones agresivas, por ejemplo, relacionando la homosexualidad inconsciente con el problema del sadismo. En razón del énfasis otorgado por Freud (de 1917 en adelante) a la importancia de la agresión en el desarrollo yoico, Glover cree que es preciso hacer notar que estas enseñanzas no han aparecido completamente reflejadas en las formulaciones etiológicas concernientes a la paranoia. Compara con cierto detalle los trabajos de Melanie Klein con los de Abraham, van Ophhuijsen, Kielholz, Fiegenbaum, Fenichel y otros. Piensa que el sadismo primitivo y el complejo de Edipo temprano que estudió Klein, representan una parte importante en los delirios de envenenamiento y las drogadicciones. Dirige su atención a la sugerencia de Schmideberg según quien en las drogadicciones trabajan mecanismos por medio de los cuales objetos peligrosos introyectados pueden ser convertidos en sustancias buenas, las que pueden ser utilizadas para expulsar o neutralizar las sustancias malignas. Glover estudió la relación existente entre la adicción a las drogas, los estados psicóticos, las neurosis obsesivas y las peculiaridades neuróticas de carácter. Supone que es en la drogadicción más que en las neurosis bien definidas o los estados psicóticos donde se puede detectar claramente la existencia de una serie de situaciones edípicas nucleares. Estas formaciones nucleares arcaicas están agrupadas en racimos antes que en simples series consecutivas. Glover tiene conciencia de que la aceptación de una temprana organización yoica polimorfa implica una refundición de los conceptos descriptivos y rígidos existentes hoy sobre el narcisismo. Mucho de lo que ha sido considerado hasta ahora como perteneciente a la organización narcisista debería ser relegado a un sistema de relaciones objetales. Piensa que el término "fijación oral" es demasiado vago. Al examinar la posibilidad de establecer un mecanismo específico para la drogadicción sugiere que esta reacción específica representa una transición entre la fase psicótica más primitiva y la fase psiconeurótica ulterior del desarrollo. Supone que los distintos tipos de drogadicciones representan variaciones en el monto de las fuentes erógenas originales de libido (y en consecuencia diferentes fusiones del sadismo). Según la experiencia de Glover, la fantasía básica del drogadicto representa una condensación de dos sistemas primarios, uno en el que el niño ataca y luego repara órganos del cuerpo de la madre, y otro en el que la madre ataca y luego repara órganos del cuerpo del niño. Estas fantasías también representan sistemas de masturbación. En sus conclusiones, Glover destaca particularmente la función defensiva de la drogadicción que, según él, controla los ataques sádicos, menos violentos que los asociados a la paranoia pero más severos que los enfrentados en las formaciones obsesivas. También subraya que la drogadicción actúa como protección contra la reacción psicótica en estados de regresión. En uno de sus casos apareció un sistema paranoide después del retiro de la droga. En otro no hubo una reacción paranoide notable tras la privación, pero el elemento melancólico era extremadamente conspicuo. Sin embargo, aun en los estados más agudos, los mecanismo melancólicos no son puros. Glover está particularmente interesado en saber si la sustancia elegida por el adicto es nociva o inocua. Piensa que en la elección de un hábito nocivo, el elemento sádico es decisivo. La droga sería una sustancia (objeto parcial) con propiedades sádicas que pueden existir tanto en el mundo interno como externo, pero que sólo desde adentro ejerce sus poderes sádicos. Las sustancias benignas están más ligadas a los intereses erógenos, la explotación de un desarrollo ulterior y con predominancia libidinal genital como reaseguro contra las fases masoquistas tempranas. Glover destaca también que el adicto explota la acción de la droga en términos de un sistema infantil de pensamiento.

    Por otra parte, prosigue Glover (1939), el monto de proyección utilizado por algunos adictos sugiere una estrecha afinidad con los estados paranoides, ligazón que también clínicamente es sugerida por la aparición frecuente de ideas persecutorias y delirios de celos en ciertos casos de alcoholismo.

    Glover subraya más que Rádo y Simmel, la importancia de las pulsiones agresivas primitivas. Al tiempo que parece coincidir con Rádo, Simmel, Kielholz y Clark en que los estados maníaco-depresivos y las adicciones están relacionados, realiza un aporte original al destacar la relación entre las adicciones y la paranoia. Al examinar los casos paranoides de adicción, Glover, muy claramente, no considera sólo a la homosexualidad latente sino también a las ansiedades paranoides primitivas que se remontan al primer año de vida.

    En su artículo anterior (1932) Glover parecería sostener que la mayoría de los adictos pertenecen al grupo paranoide; después (1939), cambia de idea, y destaca que la mayoría de las adicciones se asemejan al trastorno maníaco depresivo.

    En 1932 llama la atención sobre el hecho de que cualquier sustancia, en particular "sustancias psíquicas", puede funcionar como una droga. Extiende entonces la noción de droga a sustancias tóxicas intrapsíquicas como las que pueden encontrarse en el discurso melancólico. Sostiene que la sustancia droga, como tal, en último análisis sólo interviene como "contra-sustancia externa" que cura por destrucción. Estas proposiciones constituyen un esclarecimiento indispensable para abordar la tonalidad particular que Glover imparte a su técnica.

    Sin plantear el problema de una cura de desintoxicación necesaria y previa a la cura analítica, el autor se muestra atento a los efectos de una abstinencia voluntariamente instituida por los pacientes. Esta, dice, se establece a veces a costa de una gran angustia, y es seguida, por ejemplo, de un aumento considerable de la actividad obsesiva. Glover destaca igualmente la importancia de las variaciones de la relación transferencial en la relación con la interrupción o el recomienzo de las drogas. De la misma manera, el autor se muestra sensible al surgimiento de tiempos de adicción en la cura, que él considera como "automedicaciones" en momentos precisos, cuando la angustia aumenta. Más precisamente todavía, considera que en el interior de la cura la droga puede servir para anular ciertas imágenes mentales.

    Tan pronto como la utilización de drogas es abordada desde un punto de vista dinámico en el interior de la cura, la interdicción de utilizar productos tóxicos parece por completo fuera de lugar.

    Estas proposiciones de Glover, esbozan una reflexión sobre el nexo de los discursos con las sustancias tóxicas.

    Para Gross (1935) la acción de los tóxicos pertenece a la "psicopatología de la vida cotidiana"; entre esta y la adicción extrema existen una diversidad de fenómenos de transición. Gross escoge entonces extender el campo de las adicciones más allá de la acción química tóxica, lo que le permite abordar estas cuestiones desde un punto de vista original.

    Las proposiciones de Gross y de Glover recuerdan las de Ferenczi, quien, en su artículo de 1911 sobre "El alcohol y las neurosis", atribuye al tóxico sólo un papel secundario. Se pregunta más bien por el sentido de ese fervor de los partidarios encarnizados de la abstinencia.

    Knight contribuyó con varios artículos acerca de la dinámica del tratamiento del alcoholismo, sosteniendo que la adicción alcohólica más que una enfermedad es un síntoma. En muchos casos se descubren tendencias psicóticas, en particular rasgos paranoides y esquizoides. Durante el período de excesiva ingestión alcohólica el paciente entra temporariamente en un estado psicótico y a menudo se registra un acting out regresivo de pulsiones inconscientes libidinales y sádicas. Pero este autor también opina que el alcoholismo representa un intento de encontrar alguna solución o cura al conflicto emocional, e intentó definir el carácter del alcohólico y describió lo que él considera una constelación familiar típica de los pacientes alcohólicos. La madre por lo general parece ser sobreprotectora e indulgente en exceso. Trata de apaciguar al niño satisfaciéndolo contantemente, de tal manera que el eventual destete del niño sólo puede significar la traición de la madre que lo condujo siempre a esperar indulgencia, y el niño intenta por todos los medios recapturar esta experiencia perdida. A lo largo de su vida tratará de obtener de la gente una indulgencia pasiva y desarrollará modos orales característicos de tranquilizarse cuando sus deseos sean frustrados, deseos que por ser tan inmensos lo más probable es que a menudo se frustren. A esto reaccionan con rabia, la cual es vivida por lo común como una insatisfacción inquietante y un agitado resentimiento interno. Toda aflicción psicológica resultante de los sentimientos de inferioridad, de la pasividad del paciente, de la frustración y de la rabia, y de la culpa o rencor, es mitigada por el pacificante alcohol.

    El padre del alcohólico es casi siempre frío y nada afectuoso, más bien dominante respecto de su familia e inconsistentemente severo e indulgente hacia su hijo. Por lo general hay un resentimiento y una rabia reprimidos contra esta poderosa figura paterna y a menudo la bebida represente una parte de una rebelión adolescente no resuelta contra el padre. Knight destaca que el paciente restaura al beber la profunda perturbación de su autoestima. Relaciona el deseo de beber con el antiguo deseo infantil insaciable del pecho, pero este deseo se refuerza por el desafío del paciente a la sociedad, a sus padres y por su protesta masculina. Después de beber está deprimido, con intenso arrepentimiento y asqueado con sigo mismo. También se ve aterrorizado por la peligrosa destrucción que importa la conducta a la que se ha entregado. Pero a pesar de ello conserva una confianza suprema en la magia del alcohol. El paciente se siente traicionado por el alcohol pero sufre su atracción, del mismo modo como se sintió traicionado por su madre y sin embargo la deseó con vehemencia por sus indulgencias. Al examinar la técnica del tratamiento, Knight destacó que la llamada técnica ortodoxa de análisis no puede ser mantenida con los alcohólicos porque éstos no pueden tolerar la actitud no comprometida del analista. Cuanto más severo es el caso más imposibilitado se encuentra el paciente para enfrentar esto. Compara al alcohólico con los esquizofrénicos, los que a su entender son en todo momento hipersensibles ante cualquier indicio de rechazo por parte del analista. Por lo tanto, el analista debe ser mucho más activo y no debe adoptar una actitud de crítica o de condena de la bebida o de cualquier otro vicio durante la sesión. Sugiere que es útil conducir varias sesiones amistosas con el paciente sentado. Durante estas oportunidades puede establecerse un buen vínculo inicial, sacar al descubierto mucho material, y poner en conocimiento del paciente por medio de un hábil interrogatorio y maniobrando gradualmente el uso del diván y proceder así al análisis. Puesto que el alcohólico tiene mucha necesidad de complacencia y de afecto, más que interpretarlas deberán satisfacerse algunas de sus necesidades. Knight trató a sus pacientes alcohólicos en un sanatorio y piensa que es imprescindible la supervisión institucional de los pacientes con adicción a las drogas o al alcohol. El sanatorio debe ofrecerles una nueva realidad que no sólo los aísle de su previa situación de vida neurótica, sino que además provea un manejo científicamente controlado de su reajuste en la institución. Dicho control debe ayudar al tratamiento psicoanalítico por estar dirigido contra el principio del placer, de manera tal que conduzca al paciente hacia el análisis de su conducta como única solución. Durante el tratamiento en el hospital uno se impresiona por la disociación de la transferencia. A menudo existe una forma espuria de transferencia positiva en la que el analista es visto como un salvador, pero el resto de la institución es considerado inservible y despreciable. Todos los fragmentos escindidos de la transferencia negativa deben ser, para lograr algún progreso, traídos e interpretados en análisis. En el análisis institucional, el analista puede emplear información suministrada por las enfermeras, cuando las interpretaciones acerca de su amor espurio sean reiteradamente negadas por el paciente. Las observaciones de Knight difieren notablemente de las de los analistas citados hasta ahora. El destaca la existencia de un entorno patológico temprano y tardío del alcohólico y sugiere la necesidad de una modificación del tratamiento analítico en los casos de alcoholismo. Parece coincidir con Simmel en lo referente a las múltiples dificultades técnicas que surgen en el tratamiento de drogadictos y alcohólicos.

    Son muchos los analistas que investigaron la relación de la drogadicción y el alcoholismo con la adicción a la comida, en particular Wulff, Robbins, Benedek y Fenichel. Wulff (1932) describe un síndrome marcado por la compulsión a comer con voracidad, la somnolencia, la depresión, repugnancia en relación con el propio cuerpo y una tendencia a la periodicidad. El diferencia esta "adicción a la comida" de la melancolía y sugiere que, mientras que en la melancolía se da una incorporación sádica y destructiva, en el síndrome de la adicción a la comida hay una simple introyección erótica que toma el lugar de una relación genital. En los cuatro casos que describe el autor no halla trastornos tempranos en la alimentación cuando la adicción comienza recién en la pubertad. Sin embargo, destaca el intenso erotismo oral constitucional de las familias de estos pacientes y cree que hay un regreso a la etapa de amor objetal incompleto con incorporación parcial del objeto. Considera que el complejo de castración desempeña un papel central, porque los objetos deseados, en particular los dulces, el pan y la carne representan, inconscientemente, al pene devorado. Wulff se sorprende del hecho de que los pacientes que en sus depresiones repugnan de su propio cuerpo posean, durante sus buenos períodos, una sensación similar de repugnancia hacia toda la comida, que se extiende hacia las funciones alimenticias en sí. Durante los períodos de avidez alimenticia, desean particularmente comida sucia, restos de comida o aún desechos incomibles. Piensa que esta avidez por lo repugnante y sucio es la representación simbólica del pene deseado. Al examinar el ansia de dormir, Wulff sugiere que los pacientes fueron vencidos por la compulsión a dormir después de comer. Tras un sueño profundo inquieto y atormentado se despertaban deprimidos, sintiéndose cansados y vencidos. A veces se masturbaban durante el sueño. Uno de los pacientes, después de comer, en lugar de dormir se sumergía en sueños diurnos de contenido sexual a veces erótico-oral y otra perversión. Es sorprendente que Wulff no crea que exista un vínculo ambivalente con el pene introyectado, por ejemplo, envidia del pene. De hecho, considera la incorporación del pene como una relación puramente libidinal con él.

    Benedek (1936) examinó una adicción al alcohol que constituía esencialmente una lucha contra la polifagia. Cuando su paciente ingería alcohol, desaparecían todas sus inhibiciones y consumía enormes cantidades de comida. Podía comer las cosas menos apetitosas posible sin descomponerse del estómago. Tras ingerir una gran cantidad de comida se sentía invariablemente arrepentida. Cuando la paciente comía, pensaba que su figura se alteraba, que aumentaba de tamaño y que sus pechos crecían. Luego quería destruir su cuerpo y arrancarse los pechos. La adicción alcohólica parecía satisfacer estos impulsos y ansiedades. La autora supone que en este caso existió un odio psicótico paranoide a las mujeres, asociado al violento odio de la paciente hacia su propio cuerpo y al rechazo de su feminidad. Piensa que el estímulo impulsor del instinto fue la aniquilación de la feminidad o bien la necesidad de detener sus impulsos homosexuales reprimidos. Si la paciente hubiera podido incorporar el objeto deseado, el pecho, hubiera favorecido el desarrollo de su feminidad. Pero esta identificación tuvo que ser repudiada y en la acción simbólica de destruir la comida destruía a su madre y al pecho de su madre, al igual que a su propio cuerpo y pechos femeninos, mediante el rechazo de la comida. Al tiempo que Benedek subraya que dejó de lado en la transferencia la total ambivalencia, propia de la etapa oral, parece creer en su descripción teórica que la ligazón libidinal homosexual a la madre fue primaria y que la destrucción del pecho internalizado constituyó simplemente una defensa contra esta sujeción libidinal. La autora describe otro caso de adicción a la comida con una sintomatología idéntica. Esta paciente estaba dominada por la idea de que había controlado su deseo de comer a partir de la idea de que no debía hacerlo para no tener cuerpo de mujer. Benedek recalca que la idea dominante debería considerarse como una psicosis monosintomática. La idea dominante tiene un carácter superyoico, lo que hace inteligible que el intento de la paciente de dominar sus tensiones tome primero forma en el síntoma de la depresión. El superyó aumenta automáticamente la tensión instintual oral subyacente y esto conduce a la adicción a la comida o al alcohol. Considera la adicción como indicio de que la tensión no puede ser dominada intrapsíquicamente, por lo que la adicción se elabora por medios externos. Benedek no proporciona la historia vital de sus pacientes y no está muy claro en este artículo cuál es la responsabilidad que le asigna a las perturbaciones tempranas de la relación del hijo con el pecho y con la madre en la enfermedad que describe, pero queda la impresión de que el problema central sería el de la homosexualidad.

    Robbins (1935) se refiere a un caso en que, en contraste con Benedek y Wulff, las perturbaciones alimenticias tempranas podían vincularse al desarrollo ulterior del alcoholismo. Se repitió en la transferencia la más temprana relación del paciente con el pecho de su madre. De pequeño fue agresivo, succionaba el pecho con voracidad, pero tras un corto período fue destetado a la fuerza. A continuación de su abandono del pecho sufrió un espasmo pilórico con una violenta regurgitación y estuvo en grave peligro durante varios meses. Como consecuencia de ello el pecho fue vivido como venenoso y el mundo como amargo y hostil. La liberación de impulsos homicidas activados por la gran privación se dirigió primero hacia la madre, luego hacia todos los que lo alimentaban, hacia quienes proyectaba los impulsos de su propia agresividad. Todos se volvían peligrosos y toda expresión de amor bajo la forma de comida ofrecida desde afuera era violentamente rechazada por venenosa, buscando alivio mediante una regresión a los primeros días satisfactorios de su vida. De este modo, se constituyó con la madre una relación compensadora, interna, altamente satisfactoria y fantástica. No necesitaba de ningún alimento del exterior. Lo tenía todo dentro de sí, fantasía que era reforzada por el alcohol. Robbins considera al alcoholismo no tanto como una enfermedad en sí, sino como un intento espontáneo de cura, y destaca que el consumo de alcohol no debería ser perturbado antes de haber explorado minuciosamente, con la adquisición de insight, la neurosis o psicosis subyacente.

    Robbins considera los tempranos problemas orales de la infancia como causa principal del alcoholismo, corroborándolo con materia analítico muy detallado de los casos que ha tratado. Esto configura un aporte muy vívido e importante. Debemos recordar que Freud, Abraham, Rádo, Simmel y Benedek mencionaron la importancia de los factores orales en las adicciones y el alcoholismo.

    En 1944, Bergler destaca la importancia de los factores orales tempranos en la adicción alcohólica. Piensa que los alcohólicos vivieron el destete como una "malicia". Por esta razón estos pacientes quieren vengarse de su desengaño oral intentando urdir situaciones en las que son habitualmente rechazados y engañados. Esto les permite abogar por su autodefensa cuando atacan a sus enemigos imaginarios, construidos por ellos, con la más profunda agresión. Finalmente se regodean en su propia lástima, gozando de un placer psíquico masoquista. Bergler cree que la bebida puede considerarse como una autocuración y reparación. Al beber transforman en positiva la negativa de la madre, se sienten independiente de ella y de este modo triunfan sobre ella. Destaca que es particularmente la madre interna la que es dañada por la bebida. Es interesante notar la similitud con que Bergler sigue las observaciones de Robbins con respecto a la importancia de la situación de destete en el alcoholismo y además sugiere que el deber debiera ser considerado como un intento de reparación o autocuración.

    Fenichel (1945) examinó tanto la adicción a las drogas cuanto la adicción sin drogas. Define como adictos a quienes tienen disposición a reaccionar ante los efectos del alcohol, la morfina y otra droga, de tal manera que tratan de usar estos efectos para satisfacer simultáneamente un anhelo arcaico de naturaleza sexual, un deseo de seguridad y un deseo de mantener la autoestima. Dice que los drogadictos se hallan fijados a un objetivo narcisista pasivo y que sólo están interesados en obtener satisfacción, nunca en satisfacer a sus parejas. En otras palabras, los objetos para ellos no son nada más que abastecedores de provisiones. Estos pacientes son intolerantes a la tensión, y tras sentir elación, el dolor y la frustración se tornan aun más insoportables, induciendo al uso excesivo de la droga. Bajo su influencia, las satisfacciones erótica y narcisista coinciden de nuevo visiblemente, incrementándose la autoestima en forma extraordinaria. En determinadas adicciones, en particular la adicción al alcohol, Fenichel destaca la desaparición del superyó por medio del alcohol. Coincide con otros autores en que la periodicidad de ciertos trastornos de la bebida se vinculan con la periodicidad de los estados maníaco-depresivos. Examina la adicción sin drogas, y sugiere que "en los adictos a la comida, ningún desplazamiento ha transformado al objeto original (alimento)". "Estadios ulteriores del desarrollo pueden haber agregado otros significados inconscientes al alimento patológicamente deseado", pero "en los caos severos el área de la comida constituye el único interés que conecta a la persona con la realidad". Destaca que existe una relación característica entre la avidez por la comida, las fobias a la comida y ciertos tipos de anorexia. Al examinar la terapia de la adicción. Fenichel sugiere que el mejor momento de iniciar un análisis es durante o inmediatamente después de la privación, pero no se pretenderá que el paciente permanezca abstemio durante el análisis. Es probable que si tiene la oportunidad vuelva a emplear la droga cada vez que predomine la resistencia al análisis. Esta es la razón por la que los adictos deberán ser analizados de preferencia en una institución y no como pacientes ambulatorios. Fenichel expresa también la tendencia del adicto a hacer acting out durante el análisis. Coincide con Rádo, Simmel y Glover en observar la relación existente entre las drogadicciones y los estados maníaco-depresivos. Al destacar la importancia de la desaparición del superyó concuerda con Simmel. Hace lo mismo con Juliusburger, Clark, Kielholz, Simmel y Bergler en cuanto al narcisismo del adicto.

    Weijl realizó varias aportaciones al tratamiento psicoanalítico de la adicción al alcohol. En 1945 pone de manifiesto la importancia del principio del placer en la comprensión de la adicción alcohólica. El alcohol es empleado sobre todo para disminuir la tensión y el dolor generados por la actividad del superyó. Hace que el individuo sea menos sensible a la crítica del mundo externo, lugar de origen de donde derivó el superyó. Por medio del alcohol el superyó pierde su influencia sobre el yo, el cual puede ser ilimitadamente magnificado e intoxicarse con su propia perfección y autosuficiencia. En este punto se accede a la conocida fase maníaco-depresiva artificial de la borrachera. La superación de los sentimientos de culpa significa una reducción del displacer existente. Pero el hecho de que el alcohólico se conduzca de modo inapropiado y haga cosas prohibidas, incrementa nuevamente sus sentimientos de culpa. De este modo se crea un círculo vicioso que conduce al recurso reiterado del alcohol. Weijl subraya la importancia del alcohol en ciertas acciones y costumbres rituales y sugiere que el alcohol posee un doble significado simbólico: simboliza tanto a la madre como al padre. Es un símbolo de la leche deseada, por lo que se convierte en sustituto de la madre al camuflar la leche inconscientemente deseada. El autor destaca en particular la relación del alcoholismo con la comida totémica, que él considera como el pecado original por haber matado al padre, comiéndolo. Es de la idea que el uso excesivo del alcohol representa un medio primitivo fantaseado de resolver el complejo de Edipo (el asesinato del padre y la unión con la madre). Weijl sugiere que el estado de intoxicación es maníaco y es seguido por la depresión en la que el coma alcohólico sugiere una imitación de la muerte, siendo la muerte el castigo por el pecado original. Destaca que la adicción al alcohol debe considerarse como una psicosis maníaco-depresiva artificial a escala reducida. Piensa que la adicción alcohólica es una satisfacción fantaseada del deseo de vida eterna, porque tras el suicidio parcial por medio del alcohol hay un renacimiento y una insinuación siempre repetida de muerte y resurrección. El autor pone de manifiesto que el tratamiento del alcoholismo necesita de una abstinencia total para todo alcohólico, puesto que el alcohol ataca al superyó y abre las puertas a la liberación del ello. Por esta razón, el alcohólico debe permanecer en una institución, particularmente al comienzo del tratamiento. Considera importante en el tratamiento psicoanalítico neutralizar los sentimientos de inferioridad del alcohólico y reconstruir su yo, pero no especifica el modo de lograrlo.

    Weijl coincide con la mayoría de los autores en poner de manifiesto la relación del alcoholismo con la psicosis maníaco-depresiva. También concuerda con Simmel, Fenichel y otros en destacar el ataque del alcohol al superyó.

    Meerloo estudió desde diversos ángulos el problema de la drogadicción, y además ha tratado psicoanalíticamente a varios drogadictos. Piensa que es difícil establecer límites precisos entre el hábito físico y psicológico de la droga. Pero, según él, ciertos síntomas de abstinencia son psicogénicos en su origen: por ejemplo, los síntomas de abstinencia tales como son los intensos dolores en los músculos del abdomen, podrían vincularse con los períodos de ira destructora después de una frustración oral por la madre. También halló fantasías de ser tragado por la botella, y de ser chupado por la madre, que se relacionaban con esa sensación de miseria física. El autor piensa que las diversas regresiones tales como la catalepsia, la manía, la conducta psicopática, la alucinosis, los ataques epilépticos o el delirium tremens debieran considerarse como síndromes psicosomáticos, pero nuestro conocimiento de la dinámica de la drogadicción no está, a su entender, lo suficientemente afinado como para exponer los mecanismos psicológicos subyacentes.

    Meerloo intenta discriminar entre la psicología del alcohólico y la del morfinómano y otro drogadictos. Arriba a la conclusión de que la mayoría de los alcohólicos son maníaco-depresivos de tipo oral en tanto que la mayoría de los drogadictos lo son de tipo esquizoide, habitando un mundo mágico infantil. Sugiere la existencia de tres mecanismos mentales comunes a todos los tipos de adicción, un deseo vehemente de la experiencia del éxtasis, una pulsión inconsciente dirigida hacia la autodestrucción y una necesidad inconsciente e irresuelta de dependencia oral. Meerloo coincide con Lewis en el sentido de que en su estupor narcótico el drogadicto vivencia la unión con el pecho. De este modo, el drogadicto puede compararse con el paciente maníaco, aunque difiere de él en que necesita del alcohol o de la droga para poder vencer sus defensas anti-canibalísticas. Sólo entonces estará en condiciones de regresar a este estado pasivo, oral y nirvánico. La botella o la droga simbolizan, en mayor medida que para el paciente maníaco, no sólo la gratificación infantil, sino también la diosa devoradora que al tragar a los niños los transporta a un eterno nirvana. Pone de manifiesto que el éxtasis de la persona intoxicada y del drogadicto es una pseudo-elación: revive una antigua infelicidad que es una lucha repetida contra la madre introyectada. En un estado de éxtasis entran en juego tanto las fuerzas regresivas como las progresivas. El éxtasis extiende el yo y silencia la voz hostil de la conciencia, pero también induce a sensaciones oceánicas de fusión con el universo que en el análisis final es antitético a la autoconservación. Las tendencias suicidas y masoquistas desempeñan un papel importante en todas las adicciones. Por ejemplo, el paciente desea hacer de sí un horrible espectáculo para poder acusar a otra persona (habitualmente una figura parental) y gozar en secreto disfrazándose de víctima inocente. En lo que respecta al tratamiento, el autor expresa que la abstinencia de alcohol y drogas puede ocurrir espontáneamente o bien en el curso del tratamiento psicoanalítico. El autor intenta en primer lugar la psicoterapia fuera de la clínica, pero si esto falla hace "reacondicionar" al adicto en la clínica, aunque por otro terapeuta. En la situación analítica, los síntomas de la abstinencia tienden a ser muy severos, puesto que se ven reforzados por la resistencia del paciente al análisis. Son utilizados como reproches y ataques al analista. El ha observado el desarrollo de los síntomas alucinatorios típicos del delirium tremens. A continuación de estas experiencias y el alivio de estos temores el paciente deja a menudo de tomar en exceso. El tratamiento psicoanalítico de alcohólicos y de drogadictos no sólo es difícil a causa de las implicancias farmacológicas y las influencias sociales contrarias, sino también por las primitivas raíces infantiles de las neurosis y la gran dificultad para acceder a ellas por análisis, siendo la adicción un modo tan fácil de hacer acting out. Aclara que muchos pacientes intentan sobornar al analista con una conducta pasiva y de abstinencia pasajera, esperando sólo un error, una demostración de firmeza, o interpretaciones perturbadoras por parte del analista para escapar nuevamente al modelo alcohólico o narcótico. El autor describe el tratamiento de un adicto al opio que cambió del opio al alcohol, barbitúricos y cocaína, pero el último año de tratamiento no recurrió a ninguna droga.

    Meerloo ha coincidido entonces con la mayoría de los autores en que gran parte de los alcohólicos pertenecen al grupo de los maníaco-depresivos, pero agrega su punto de vista según el cual los drogadictos son más bien del tipo esquizoide. Concuerda con muchos autores en la importancia de los factores orales. Al examinar la agresión destaca más la autoagresión que los componentes destructivos. Coincide con Simmel, Fenichel, Weijl y otros en destacar el silenciamiento del superyó durante el éxtasis narcótico. Meerloo está de acuerdo con Rádo, Simmel, Weijl, Fenichel, Bergler y otros al examinar el anhelo del drogadicto por la unidad narcisística con el objeto.

    R. Savitt (1954) considera también el tema de la abstinencia. El argumento de su artículo concierne precisamente a la posibilidad de emprender un análisis, fuera de institución, con pacientes toxicómanos. Para este autor, el analista no debe formular demanda alguna de suspensión de la adicción. Aclara que parece importante establecer desde el comienzo una "atmósfera analítica tolerante y permisiva". A un paciente que le pregunta si debe interrumpir la droga, R. Savitt le responde que lo podrá decidir por sí mismo cuando el tratamiento esté más avanzado. El autor señala que se trataba de una "pregunta trampa": su paciente le replicó que de haberle respondido por la afirmativa a su pregunta, habría puesto fin al análisis. Según R. Savitt (1963), la interrupción de la droga se puede considerar progresiva, relacionada con los insight dentro de la cura.

    H. Rosenfeld (1961) propone un comentario sobre las dificultades con que se tropieza en estas curas, que se asemeja a las conclusiones de Fenichel. Es cuestión de "tratar la toxicomanía", que se presentaría como la combinación de un estado psicológico y de una intoxicación, conforme a una definición clásica de la toxicomanía en psiquiatría.

    Son pocos los autores mencionados en la revisión (Knight, Fenichel, Simmel, Kielholz, Weijl y Meerloo que hayan examinado las dificultades técnicas surgidas en el tratamiento, tanto de los alcohólicos como de los drogadictos. Por lo general, están de acuerdo en que la supervisión dentro de una institución es esencial a los fines de controlar y manejar al paciente y su tratamiento. Kielholz y Weijl destacan particularmente la importancia de una abstinencia total. Meerloo intenta primero el tratamiento psicoterapéutico fuera de la clínica. Si esto falla, interna al paciente en una institución donde la privación de la droga la hará otro terapeuta. Luego prosigue el tratamiento dentro de la institución. Knight, quien subraya la importancia del tratamiento institucional, destaca la necesidad de modificar el abordaje analítico, suponiendo que el alcohólico no puede tolerar la pasividad analítica ordinaria. Examina la importancia de analizar la típica disociación de la transferencia, entre el analista espuriamente idealizado y algunos otros miembros del personal con quienes se actúa la transferencia negativa.


    Fuente:http://www.sexovida.com/psicologia/freud3.htm

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