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Trabajo práctico sobre la Ilíada de Homero

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Trabajo práctico sobre la Ilíada. Guerra de Troya. Informe y análisis completo de la Ilíada de Homero

Agregado: 17 de JUNIO de 2003 (Por Michel Mosse) | Palabras: 8136 | Votar |
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    Más Allá de la Ilíada

     

    Por César Fuentes Rodríguez

     Muchos lectores ingenuos se han acercado durante generaciones a la Ilíada con la idea de que iban a encontrar un relato pormenorizado de la celebérrima Guerra de Troya, incluyendo los prolegómenos y, sobre todo, algunos episodios famosos como la muerte de Aquiles o el artilugio del Caballo de madera. Algunos se topan de narices con el brusco comienzo ín medias res como decía Horacio, que no contiene la mínima insinuación acerca de dónde transcurre la acción y tampoco ofrece ese marco que el lector moderno difícilmente podría omitir. Mucho menos los antecedentes mediatos o inmediatos de la guerra, y apenas los esenciales para entender la confrontación inicial entre Aquiles y Agamenón. Y, peor aún, los que leen la llíada como una novela descubren que, faltando pocas páginas, las posibilidades de hallar los episodios más populares de la gesta disminuyen considerablemente. Algunos fantasean con la muerte del héroe griego en el último renglón..., pero nada de eso sucede en definitiva. Sólo entonces comprenden que aquel párrafo que reza "Canta, oh Musa, la cólera del pélida Aquiles...", ubicado en el principio mismo de la obra, encierra y determina inflexiblemente sus límites argumentales. Y lo más duro del caso es que ese lector ingenuo, por más que haya gozado lo indecible con el maravilloso monumento literario de Homero, termina sintiéndose de alguna forma estafado. ¿Dónde encontrar entonces el resto de la historia?, ¿cómo saber realmente qué ocurrió dentro y fuera de las murallas de Ilión luego que los troyanos celebraron las honras fúnebres del valiente y divino Héctor?, ¿qué fue de Helena, el motivo fundamental de todo el conflicto?, ¿cómo se introdujo el Caballo y cayó finalmente la ciudad de Príamo?, ¿cuáles de entre los caudillos estaban al frente de la escaramuza?, ¿quiénes regresaron a sus hogares y quiénes perecieron en el saqueo y el incendio?... Son demasiados interrogantes, y no existe un relato tan vivo y definitivo como el homérico para deleitar y contar el resto de los acontecimientos. Al menos parte de ellos se describen y mencionan en la Odisea. Y, naturalmente, otro gran poema épico, la Eneida, de Virgilio, se ocupa de ellos. Por supuesto, hay más referencias, libros y autores donde buscar. Pero resulta que constituyen igualmente fábulas parciales, piezas de un rompecabezas que no es tan sencillo de componer como parece.

    La idea de esta monografía es contar sucintamente las acciones posteriores al desenlace de la llíada según las fuentes que pudimos recoger y citándolas en la medida de lo posible. Debido a la exuberancia y complejidad de la historia, que se concatena permanentemente con mitos y leyendas adyacentes o tangenciales, hemos optado por seguir un hilo argumental austero y ceñido a las inquietudes señaladas anteriormente, prescindiendo, cada vez que se dio el caso, de líneas digresivas o episodios aislados. Lo mismo ocurrió cuando se presentaron fuentes contradictorias o tradiciones múltiples; sólo las citamos si su relevancia lo acreditaba. Las fuentes están citadas por su notación clásica (salvo indicación expresa), y algunas de ellas no han sido consultadas directamente sino a través de transcripciones o simples referencias de autores modernos a causa del difícil acceso o ausencia del material original.

     

     La reina de las amazonas, Pentelisea, se había refugiado en Troya huyendo de las Erinias de su hermana Hipólita, a la que había matado accidentalmente, bien durante una cacería, o bien, según los atenienses, en la lucha que siguió al casamiento de Teseo con Fedra. Purificada por Príamo, se distinguió en la batalla y dio muerte a numerosos griegos (1). Sacó a Aquiles del campo de batalla en varias ocasiones, y algunos pretenden incluso que ella lo mató y que Zeus, atendiendo a la súplica de Tetis, le devolvió la vida. Pero durante el combate singular, el héroe se enamoró de la formidable guerrera y al tiempo que la atravesó con la lanza, él mismo cayó herido por ese amor que murió antes de nacer. Arrodillado ante la vencida, Aquiles abrazó con desesperación aquel cuerpo magnífico sin lograr impedir que la preciosa vida escapara de él (2). Pidió luego voluntarios para enterrar a Pentesilea, y Tersites, el más feo de los griegos que luchaban delante de Troya, que había vaciado los ojos de Pentesilea con su lanza cuando ella yacía moribunda, acusó burlonamente a Aquiles de lujuria inmunda y contranatural. Aquiles se volvió y asestó a Tersites un golpe tan fuerte que le rompió todos los dientes y envió su alma al Tártaro (3). Esto causó una gran indignación entre los griegos y Diomedes, que era primo de Tersites y deseaba mostrar su desdén por Aquiles, arrastró el cadáver de Pentelisea tirándolo de los pies y lo arrojó en el Escamandro; pero lo sacaron del río y lo enterraron en la orilla con grandes honores: algunos dicen que lo hizo Aquiles, y otros que los troyanos. Aquiles se embarcó luego para Lesbos, donde hizo sacrificios a Apolo, Ártemis y Leto; y Odiseo, enemigo jurado de Tersites, le purificó del asesinato (4). Príamo había convencido ya a su hermanastro Titono de Asiría para que enviase a Troya a su hijo, el etíope Memnón, sobornándolo con una vid de oro (5). Era negro como el ébano, pero el hombre más bello existente y, como Aquiles, llevaba una armadura forjada por Hefesto (6). Condujo un gran ejército de etíopes e indios a Troya por Armenia y mató a varios griegos destacados, entre ellos a Antíloco, hijo de Néstor, cuando acudió a salvar a su padre, pues Paris había matado a uno de los caballos del carro de Néstor y el terror hacía inmanejable a su compañero de yunta (7). Ese día, con la ayuda de los etíopes de Memnón, los troyanos casi consiguieron incendiar las naves griegas, pero llegó la noche y se retiraron. Después de enterrar a sus muertos, los griegos eligieron a Ayax el Grande para que se enfrentase con Memnón; y a la mañana siguiente había comenzado ya el combate singular cuando Tetis fue en busca de Aquiles, quien estaba ausente del campamento, y le dio la noticia de la muerte de Antíloco (que había llegado a Troya en contra de la voluntad de su padre y por intermedio de su amigo el pélida). Aquiles se apresuró a volver para vengarse, y mientras Zeus, quien había pedido una balanza, pesaba su destino contra el de Memnón, apartó a un lado a Ayax y ocupó su lugar en el combate (8). El platillo que contenía el destino de Memnón descendió en las manos de Zeus, Aquiles asestó a su adversario el golpe mortal y poco después su negra cabeza y brillante armadura coronaban la pira ardiente de Antíloco (9). A continuación Aquiles derrotó a los troyanos y los persiguió hacia la ciudad, pero su destino estaba ya decidido. Poseidón y Apolo se comprometieron a vengar la muerte de Cicno y Troilo y a castigar a ciertas jactancias insolentes que Aquiles había pronunciado sobre el cadáver de Héctor, y se consultaron. Velado por una nube y apostado junto a la Puerta Escea, Apolo buscó a Paris en lo más reñido del combate, dirigió su arco y guió la flecha fatal. Fue a clavarse en la única parte vulnerable del cuerpo de Aquiles, el talón derecho, y así murió entre terribles dolores (10). Pero otras fuentes dicen que Apolo, asumiendo la semejanza de Paris, mató personalmente a Aquiles; y ésta fue la versión que aceptó Neoptólemo, el hijo de Aquiles. Durante todo el día se libró sobre el cadáver una batalla feroz. Ayax el Grande mató a Glauco, lo despojó de su armadura, envió ésta al campamento y, a pesar de una lluvia de flechas, llevó el cadáver de Aquiles a través de los enemigos, mientras Odiseo le cubría la retaguardia. Una tempestad enviada por Zeus puso entonces fin a la lucha (11). Según otra tradición, Aquiles fue víctima de un complot. Príamo le había ofrecido a Políxena en matrimonio con la condición de que levantase el sitio de Troya, pero Políxena, que no podía perdonar a Aquiles el que hubiera asesinado a su hermano Troilo, hizo que revelara la vulnerabilidad de su talón, pues no hay secreto qué las mujeres no puedan arrancar a los hombres como prueba de amor. A pedido de ella, acudió descalzo y desarmado a ratificar el acuerdo mediante sacrificios a Apolo Timbreo. Luego, mientras Deífobo le abrazaba simulando amistad, Paris, oculto detrás de la imagen del dios, le atravesó el talón con una flecha envenenada o, según algunos, con una espada. Pero antes de morir Aquiles tomó del altar unas teas y las lanzó vigorosamente a su alrededor, matando a muchos troyanos y servidores del templo (12). Entre tanto, Odiseo, Ayax y Diomedes, sospechando una posible traición de Aquiles, le habían seguido al templo. Paris y Deífobo se cruzaron con ellos corriendo en la puerta; entraron y Aquiles, al expirar en sus brazos, les pidió que después de la caída de Troya sacrificaran a Políxena en su tumba. Ayax sacó el cadáver del templo en sus hombros; los troyanos trataron de apoderarse de él, pero los griegos consiguieron llevárselo y lo condujeron a las naves. Algunos dicen, por otra parte, que los troyanos vencieron en la pelea y no entregaron el cadáver de Aquiles hasta que les devolvieron el rescate que Príamo había pagado por Héctor (13). La gran pérdida desalentó a los griegos. Sin embargo, Poseidón prometió a Tetis que concedería a Aquiles en el Mar Negro una isla en que las tribus de la costa le ofrecerían sacrificios divinos durante toda la eternidad. Un grupo de nereidas fue a Troya para llorar con la diosa y permanecieron desoladas alrededor del cadáver mientras las nueve Musas entonaban el canto fúnebre. El duelo duró diecisiete días y noches, y al decimoctavo amanecer el cuerpo de Aquiles fue quemado en una pira y sus cenizas, mezcladas con las de Patroclo, fueron guardadas en un cofre de oro hecho por Hefesto, regalo de boda de Dioniso a Tetis. El cofre fue enterrado en el promontorio Sigeo, que domina el Helesponto, y sobre él los griegos erigieron un alto túmulo como mojón (14). Mientras los aqueos realizaban juegos fúnebres en su honor (15), Tetis sacó el alma de Aquiles de la pira y la llevó a Leucea, una isla pequeña, boscosa y llena de animales salvajes y domesticados que se halla frente a la desembocadura del Danubio. Los marineros que navegan rumbo al norte desde el Bósforo hasta Olbia oyen con frecuencia a Aquiles que canta los versos de Homero al otro lado del agua, y al sonido de su voz acompañan el ruido de cascos de caballos, gritos de guerreros y entrechocar de armas (16). Cuando Tetis decidió conceder las armas de Aquiles al griego más valiente que quedaba vivo delante de Troya, solamente Ayax y Odiseo, que habían defendido juntos el cadáver (17), se atrevieron a reclamarlas. Algunos dicen que Agamenón, quien aborrecía a toda la Casa de Eaco, rechazó las pretensiones de Ayax y repartió las armas entre Menelao y Odiseo, cuya buena voluntad estimaba mucho más (18); otros dicen que evitó lo odioso de una decisión remitiendo el caso a una reunión de los caudillos griegos, que la resolvieron en votación secreta; o que la remitió a los cretenses y los otros aliados; o que obligó a sus prisioneros troyanos a declarar cuál de los dos reclamantes les había hecho más daño (19). Pero la verdad es que, mientras Ayax y Odiseo seguían jactándose competitivamente de sus hazañas, Néstor le aconsejó a Agamenón que por la noche enviase espías para que escuchasen al pie de las murallas de Troya la opinión imparcial de los enemigos al respecto. Los espías oyeron lo que decían unas muchachas que conversaban entre ellas; cuando una elogió a Ayax por haber retirado el cadáver de Aquiles del campo de batalla entre una tormenta de proyectiles, otra, por instigación de Atenea, replicó que hasta una esclava habría hecho lo mismo una vez que alguien le hubiera echado a hombros un cadáver; pero que si le hubiesen puesto armas en la mano habría estado demasiado asustado para utilizarlas (20). En consecuencia, Agamenón concedió las armas a Odiseo. El y Menelao nunca se hubiesen atrevido, por supuesto, a insultar a Ayax de esta manera si Aquiles hubiera estado vivo, pues Aquiles quería entrañablemente a su primo. Fue el mismo Zeus quien provocó la querella (21). Ayax decidió vengarse de sus compatriotas aquella misma noche; pero Atenea le enloqueció e hizo que se lanzara espada en mano contra las vacas y las ovejas tomadas de las granjas troyanas como parte del botín común. Tras una gran matanza, encadenó a los animales sobrevivientes y los llevó al campamento, donde continuó su loca carnicería. Eligió dos carneros de patas blancas, cerceno la cabeza y la lengua a uno de ellos, al que tomó por Agamenón o Menelao, y ató el otro a una columna, donde lo azotó con un ronzal, gritando insultos y llamándole pérfido Odiseo (22). Por fin recobró el juicio y, completamente desesperado, fijó el pomo de la espada en la tierra aquella misma espada que le había dado Héctor a cambio del tahalí de púrpura con la punta hacia arriba, y después de pedir a Zeus que le hiciera saber a Teucro dónde se podía encontrar su cadáver; a Hermes que condujera su alma a los Campos de Asfódelos; y a las Erinias que le vengaran, se arrojó sobre ella. La espada, que detestaba lo que Ayax le pedía, se dobló como un arco negándose al acto fatal, y sólo al amanecer consiguió por fin suicidarse poniendo la punta bajo su axila vulnerable (23). La muerte de Ayax generó una disputa entre su hermano Teucro y Agamenón sobre el entierro del héroe (24). Algunos sostienen que la causa de la querella entre Ayax y Odiseo fue la posesión del Paladio y que se produjo después de la caída de Troya (25). Posteriormente, cuando Odiseo visitó los Campos de Asfódelos, Ayax fue la única ánima que permaneció alejada de él, y rechazó sus excusas de que Zeus había sido responsable de su desgracia. Para entonces Odiseo había regalado prudentemente a Neoptólemo, el hijo de Aquiles, las armas que le habían pertenecido a Ayax Telamonio (26). Aquiles había muerto y los griegos comenzaban a desesperar. Calcante profetizó que Troya no podría ser tomada sino con la ayuda del arco y las flechas de Heracles. En consecuencia, Odiseo y Diomedes fueron enviados a Lemnos para arrebatárselas a Filoctetes, a quien tiempo antes habían abandonado sus compatriotas mientras se dirigían a Troya a causa de una picadura de serpiente que degeneró en una horrorosa herida maloliente (27). El propio Heracles le había confiado sus armas antes de morir. Filoctetes se había quedado en Lemnos sufriendo mucho y no sentía inclinación alguna hacia quienes lo habían dejado a su merced, pero tentado por la promesa de una curación y persuadido por la voz del propio Heracles a través de una profecía que sentenciaba "no puedes tomar a Troya sin Neoptólemo, hijo de Aquiles, ni él puede hacerlo sin ti!", finalmente accedió a marchar (28). Filoctetes obedeció y cuando llegó al campamento griego lo bañaron con agua dulce y dejaron que durmiera en el templo de Apolo. Mientras dormía, el cirujano Macaón (o quizás Podalirio) le cortó de la herida la carne podrida, vertió en ella vino y le aplicó hierbas curativas y la piedra serpentina (29). Tan pronto como estuvo curado, Filoctetes desafió a Paris a un combate con arcos. La primera flecha que disparó no hizo blanco, la segunda atravesó la mano que sujetaba el arco de Paris, la tercera le cegó el ojo derecho, y sólo la cuarta lo alcanzó en el tobillo hiriéndolo de muerte. A pesar del intento de Menelao de matar a Paris, éste consiguió salir renqueando del campo de batalla y refugiarse en Troya. Esa noche los troyanos lo llevaron al monte Ida, donde suplicó a su anterior amante, la ninfa Enone, que le curara, pero inspirada por un odio mortal hacia Helena, movió negativamente la cabeza y entonces lo llevaron de vuelta para que muriera (30). Heleno y Deífobo disputaron entonces la mano de Helena, y Príamo apoyaba al primero fundándose en que había mostrado el mayor valor; pero, aunque su casamiento con Paris había sido dispuesto por los dioses, Helena no podía olvidar que seguía siendo reina de Esparta y esposa de Menelao. Una noche un centinela la sorprendió tratando de deslizarse por una cuerda de la muralla con el propósito de escaparse. La llevaron ante Deífobo, quien se casó con ella por la fuerza, con gran disgusto de los otros troyanos. Heleno abandonó inmediatamente la ciudad y fue a vivir a las laderas del monte Ida (31). Al enterarse por Calcante de que solamente Heleno conocía los oráculos secretos que protegían a Troya, Agamenón envió a Odiseo para que lo acechara y lo llevara al campamento griego. Dio la casualidad de que Heleno se hallaba como huésped de Crisis en el templo de Apolo Timbreo cuando llegó Odiseo en su busca, y se mostró bastante dispuesto a revelar los oráculos con la condición de que se le diera un lugar seguro en algún país lejano. Las revelaciones resultaron breves y precisas: Troya caería ese verano si cierto hueso de Pélope era llevado al campamento griego, si Neoptólemo (también llamado Pirro) salía a combatir, y si el Paladio de Atenea era robado de la ciudadela, porque no se podía abrir brecha en las murallas mientras siguiera allí (32). Agamenón envió inmediatamente mensajeros a Pisa en busca del omóplato de Pélope. Entretanto Odiseo, Fénix y Diomedes se embarcaron para Esciros, donde convencieron a su abuelo Licomedes para que dejara que Neoptólemo fuera a Troya; algunos dicen que entonces sólo tenía doce años de edad. El ánima de Aquiles se le apareció a su llegada, y en adelante se distinguió tanto en el consejo como en la guerra (33). Poco antes de la caída de Troya las disputas entre los hijos de Príamo se hicieron tan feroces que el anciano autorizó a Antenor para que negociara la paz con Agamenón. A su llegada al campamento griego, Antenor, por odio a Deífobo, convino en entregar traidoramente el Paladio y la ciudad a Odiseo; su precio fue la dignidad de rey y la mitad del tesoro de Príamo (34). Trazaron juntos un plan, y para realizarlo Odiseo le pidió a Diomedes que le azotara sin piedad; luego, manchado con sangre, sucio y cubierto de harapos, consiguió que le admitieran en Troya como un esclavo fugitivo. Sólo Helena le conoció a pesar de su disfraz, pero cuando le interrogó en privado la engañó con respuestas evasivas. Sin embargo, no pudo rechazar una invitación para que fuera a su casa, donde ella le bañó, le ungió y le vistió con ropas finas; y una vez establecida su identidad sin duda alguna, Helena juró solemnemente que no lo denunciaría a los troyanos si él le revelaba todos los detalles de su plan. Le dijo que la tenían como prisionera en Troya y deseaba volver a su patria. En aquel momento entró Hécabe (Hécuba, mujer de Príamo). Odiseo se arrojó a sus, pies, llorando de terror, y le suplicó que no lo denunciara. Increíblemente ella accedió, y Odiseo se apresuró a volver, guiado por ella, adonde estaban sus amigos a salvo y con abundante información; pretendió haber matado a varios troyanos que no querían abrirle las puertas (35). Según unos dicen que Odiseo robó el Paladio en esa ocasión él solo. Tradiciones dicen que a él y a Diomedes, como favoritos de Atenea, los eligieron para hacerlo y que subieron a la ciudadela por un túnel estrecho y fangoso, mataron a los guardias que dormían y juntos se apoderaron de la imagen que la sacerdotisa Teano, esposa de Antenor, les entregó voluntariamente (36). La versión común, no obstante, es que Diomedes escaló la muralla subiéndose a los hombros de Odiseo, porque la escala era corta, y entró en Troya solo. Cuando reapareció con el Paladio en los brazos los dos volvieron al campamento juntos, bajo la luna llena. Pero Odiseo deseaba para sí toda la gloria, así que se colocó detrás de Diomedes, a cuyos hombros estaba atada la imagen, y lo habría matado si Diomedes no hubiera visto la sombra de su espada; desarmó a Odiseo, le ató las manos y lo llevó a las naves dándole repetidamente puntapiés y golpes (37). Atenea insufló en Prilis, hijo de Hermes, la idea de que se podría penetrar en Troya por medio de un caballo de madera, y Epeo pugilista hábil y artesano consumado, aunque nacido cobarde como castigo divino por haber faltado su padre a una palabra dada se ofreció voluntariamente para construirlo bajo la inspiración de Atenea. Más adelante Odiseo reclamó el mérito de esta estratagema (38). Epeo construyó un enorme caballo hueco con tablones de pino, con un escotillón en un costado y grandes letras talladas en el otro dedicándolo a Atenea. Odiseo convenció a los más valientes de los griegos para que subieran al caballo, completamente armados, por una escala de cuerdas, y se introdujeran por el escotillón en su vientre. El número de hombres varía de veintitrés, a más de treinta, cincuenta, y (lo que es totalmente absurdo) hasta tres mil. Entre ellos estaban Menelao, Odiseo, Diomedes, Esténelo, Acamante, Toante y Neoptálemo. Engañado, amenazado y sobornado, Epeo se unió también al grupo. Subió el último, introdujo la escala de cuerdas tras de sí y, como era el único que sabía hacer funcionar el escotillón, se sentó junto a la cerradura (39). Al anochecer, los demás griegos que estaban a las órdenes de Agamenón siguieron las instrucciones de Odiseo, que consistían en incendiar su campamento, hacerse a la mar y esperar frente a Ténedos y las islas Calidnes hasta la noche siguiente. Sólo Sinón, primo hermano de Odiseo y nieto de Autólico, quedó encargado de encender un fuego como señal de regreso (40). Al amanecer los exploradores troyanos informaron que el campamento griego estaba reducido a cenizas y que su ejército se había ido dejando un caballo gigantesco en la costa. Príamo y varios de sus hijos salieron para verlo y se quedaron contemplándolo con asombro. Las opiniones se dividieron inmediatamente entre los que proponían introducirlo en la ciudad e instalarlo sobre una plataforma para consagrarlo con propiedad a Atenea, y los que querían quemarlo o abrirlo para ver qué contenía. Príamo optó por lo primero. El caballo resultó demasiado ancho para pasar por las puertas, e incluso cuando ensancharon la brecha en la muralla se atrancó cuatro veces. Con enormes esfuerzos los troyanos lo subieron a la ciudadela, pero al menos tomaron la precaución de volver a cerrar la brecha en la muralla. Otra agitada discusión se sucedió cuando Casandra anunció que el caballo contenía hombres armados, y le apoyó el adivino Laocoonte, hijo de Antenor, advirtiendo a los troyanos que no confiasen en los griegos ni aún cuando trajeren regalos. Y dicho eso arrojó su lanza, que se clavó vibrando en el ijar del caballo con hueco sonido e hizo que dentro de él se entrechocaran las armas. Se oyeron gritos de: "Quemémoslo! Arrojémoslo por la muralla!" . Pero los partidarios de Príamo suplicaron que se lo dejara en donde estaba (41). La discusión fue interrumpida por la llegada de Sinón, a quien conducían encadenado un par de soldados troyanos. Sometido a interrogatorio declaró que Odiseo trataba de matarlo desde hacía mucho tiempo porque conocía el secreto del asesinato del héroe Palamedes. Añadió que los griegos estaban sinceramente cansados de la guerra y habrían vuelto a sus casas meses antes, pero el mal tiempo ininterrumpido les había impedido hacerlo. Apolo les había aconsejado que aplacasen a los vientos con sangre, como cuando quedaron demorados en Aulide. Y continuó narrándoles cómo Odiseo obligó a Calcante a adelantarse y le pidió que nombrara a la víctima, sin embargo él se rehusó a responder inmediatamente y se retiró durante diez días, al cabo de los cuales, sin duda sobornado por Odiseo, entró en la tienda donde se realizaba el consejo y señaló a Sinón. Pero como comenzase a soplar un viento favorable, sus compañeros se apresuraron a embarcarse y Sinón aprovechó la confusión para escapar. Esa fue la historia que contó el señuelo. Príamo, engañado, aceptó a Sinón como suplicante y ordenó que le quitaran las cadenas. Y le pidió amablemente que le hablase del caballo. Sinón explicó que los griegos habían perdido el favor de Atenea, del que dependían, cuando Odiseo y Diomedes robaron el Paladio de su templo. Tan pronto como lo llevaron a su campamento las llamas envolvieron tres veces la imagen y sus miembros comenzaron a sudar en prueba de la ira de la diosa. En vista de ello, Calcante aconsejó a Agamenón que se embarcaran para su patria y reunieran una nueva expedición en Grecia bajo mejores auspicios, dejando el caballo como una ofrenda aplacatoria para la diosa. "Porqué lo ha hecho tan grande?", preguntó Príamo. Sinón, bien aleccionado por Odiseo, contestó: "Para impedir que lo introdujeseis en la ciudad. Calcante predice que si despreciáis esta imagen sagrada, Atenea os arruinará; pero una vez que esté dentro de Troya podréis reunir a todas las fuerzas de Asia, invadir Grecia y conquistar Micenas" (42). Laocoonte reaccionó airado y llamó al griego mentiroso. Anteriormente, cuando desembarcaron los aqueos, los troyanos habían asesinado al sacerdote de Neptuno acusándolo de no haber hecho sacrificios satisfactorios al dios. Ahora, pensando que los griegos quizá tuviesen intenciones pacíficas, ordenaron a Laocoonte que ofreciera un sacrificio en agradecimiento a Neptuno. Durante la ceremonia salieron del agua dos serpientes que se lanzaron sobre los hijos mellizos del sacerdote, sofocándolos. En su intento de salvar a las criaturas, Laocoonte fue muerto por los monstruos. Los troyanos vieron en esto un castigo de los dioses a la impiedad del sacerdote, que había rechazado el ofrecimiento de paz de los griegos, pero en verdad fue Apolo quien envió el castigo, pues Laocoonte se había unido a su esposa en el templo del dios y ante su misma imagen cometiendo sacrilegio (43). Las serpientes se deslizaron luego hasta la ciudadela y mientras una se enroscaba en los pies de Atenea, la otra se refugió detrás de su égida. Este terrible prodigio sirvió para convencer a los troyanos de que Sinón había dicho la verdad. Príamo dio por supuesto equivocadamente que a Laocoonte se le castigaba por haber herido el caballo con su lanza y no por haber insultado, a Apolo. Inmediatamente dedicó el caballo a Atenea y aunque los seguidores de Eneas se retiraron alarmados a sus chozas en el monte Ida, casi todos los troyanos de Príamo comenzaron a celebrar la victoria con banquetes y fiestas. Las mujeres recogieron flores en las orillas del río, adornaron con ellas la crin del caballo y extendieron una alfombra de rosas alrededor de sus cascos (44). Entretanto, dentro del vientre del caballo, los griegos temblaban de terror y Epeo lloraba en silencio, en un arrebato de miedo. Solamente Neoptólemo no mostraba emoción alguna, ni siquiera cuando la punta de la lanza de Laocoonte atravesó los tablones cerca de su cabeza. Una vez tras otra hacía señas a Odiseo para que ordenara el ataque, y asía su lanza y el puño de la espada amenazadoramente. Pero Odiseo, que tenía el mando, no lo permitía. Por la tarde Helena salió del palacio y dio tres veces la vuelta al caballo, palmeando sus costados, y, como para divertir a Deífobo que la acompañaba, atormentó a los griegos ocultos imitando por turno la voz de cada una de sus esposas. Menelao y Diomedes, agazapados en el centro del caballo junto a Odiseo, sintieron la tentación de salir cuando oyeron pronunciar su nombre, pero él les contuvo y, al ver que Antielo estaba a punto de contestar, le tapó la boca con la mano y, según dicen algunos, le estranguló (45). Esa noche, agotados por los banquetes y las orgías, los troyanos durmieron profundamente y ni siquiera el ladrido de un perro rompía el silencio. Pero Helena permanecía despierta y una brillante luz redonda ardía sobre su habitación como una señal para los griegos. A la medianoche, poco antes de que apareciera la luna llena, Sinón salió furtivamente de la ciudad para encender un fuego de señal en la tumba de Aquiles, y Antenor blandió una antorcha (46). Agamenón contestó a las señales encendiendo astillas de madera de pino en un fanal en la cubierta de su nave, que estaba a unos pocos tiros de flecha de la costa; y toda la flota se acercó a la orilla. Antenor se acercó cautelosamente al caballo e informó en voz baja que todo se hallaba bien, y Odiseo ordenó a Epeo que abriera la puerta (47). Equión, hijo de Porteo, fue el primero que salió dando un gran salto, pero cayó y se rompió el cuello; los demás descendieron por la escala de cuerdas de Epeo. Unos corrieron a abrir las puertas a sus compañeros que habían desembarcado y otros dieron muerte a los centinelas somnolientos que guardaban la ciudadela y el palacio. Menelao, por su parte, sólo podía pensar en Helena y corrió directamente a su casa (48). Al parecer, Odiseo había prometido a Hécabe y Helena que a todos los que no ofrecieran resistencia se les perdonaría la vida. Pero los griegos se deslizaron en silencio por las calles iluminadas por la luna, entraron en las casas indefensas y cortaron la garganta a los troyanos que dormían. Hécabe se refugió con sus hijas bajo un antiguo laurel en el altar erigido a Zeus, donde impidió que Príamo, anciano y débil, corriese a lo más reñido del combate. Príamo, a regañadientes, hizo lo que ella le pidió, hasta que pasó corriendo su hijo Polites, perseguido de cerca por los griegos, y cayó traspasado ante sus propios ojos (49). Maldiciendo a Neoptólemo, quien le había asestado el golpe mortal, Príamo le atacó ineficazmente con la lanza, ante lo cual lo sacaron de los escalones del altar, ahora enrojecidos con la sangre de Polites, y lo mataron despiadadamente en el umbral de su propio palacio. Pero Neoptólemo, recordando sus deberes filiales, arrastró el cadáver hasta la tumba de Aquiles en el promontorio Sigeo, donde dejó que se pudriera decapitado y sin enterrar (50). Entretanto Odiseo y Menelao se habían dirigido a la casa de Deífobo, donde libraron el más sangriento de todos sus combates, del que salieron victoriosos solamente con la ayuda de Atenea. Se discute quién de los dos mató a Deífobo. Algunos inclusive dicen que Helena misma le hundió una daga en la espalda, y que esta acción, sumada a la vista de sus pechos desnudos, debilitó de tal modo la resolución de Menelao (quien había jurado matarla) que el caudillo arrojó su espada y la condujo a salvo a las naves (51). Odiseo vio que Glauco, uno de los hijos de Antenor, huía por una calle perseguido enérgicamente por un grupo de griegos. Intervino y al mismo tiempo salvó al hermano de Glauco, Helicaón, que estaba gravemente herido. Menelao colgó luego una piel de leopardo sobre la puerta de la casa de Antenor, como una señal de que había que respetarla. A Antenor, su esposa Téano y sus cuatro hijos se les permitió que se fueran en libertad llevándose todos sus bienes (52). Tan pronto como comenzó la matanza en Troya, Casandra huyó al templo de Atenea y se aferró a la imagen de madera que había reemplazado al Paladio robado. Allí la encontró Ayax Oileo y trató de capturarla, pero ella se abrazó a la imagen tan fuertemente que tuvo que llevársela también cuando consiguió sacar de allí a Casandra para hacerla su concubina, el destino común de todas las mujeres troyanas. Pero Agamenón reclamó a Casandra como la recompensa particular por su propio valor, y Odiseo, servicialmente, hizo correr el rumor de que Ayax había violado a Casandra en el templo, que era por lo que la imagen tenía los ojos vueltos hacia el Cielo, como si estuviera horrorizada (53). Así se convirtió Casandra en el premio de Agamenón, mientras Ayax se ganaba el odio de todo el ejército; y cuando los griegos estaban a punto de embarcarse Calcante advirtió al consejo que había que aplacar a Atenea por la ofensa hecha a su sacerdotisa. Para complacer a Agamenón, Odiseo propuso entonces que se lapidase a Ayax, pero él lo evitó acogiéndose a sagrado en el Altar de Atenea, donde juró solemnemente que Odiseo mentía como de costumbre; y tampoco Casandra confirmó la acusación de violación. Sin embargo, no se podía dejar de tener en cuenta la profecía de Calcante; por tanto Ayax manifestó su pesar por haber sacado por la fuerza la imagen y se ofreció a expiar su delito. La muerte le impidió hacerlo, pues la nave en que volvía a Grecia naufragó en las rocas llamadas Giras. Cuando consiguió llegar a tierra Poseidón partió las rocas con su tridente y le hizo perecer ahogado; o, según dicen algunos, Atenea pidió prestado el rayo de Zeus y le mato con él (54). Después de la matanza, la gente de Agamenón saqueó e incendió Troya, dividió el botín, arrasó las murallas y ofreció holocaustos a sus dioses. El consejo había discutido durante un tiempo qué se debía hacer con el hijo infante de Héctor, Astianacte, llamado también Escamandrio, y cuando Odiseo recomendó la extirpación sistemática de los descendientes de Príamo, Calcante resolvió el destino del niño profetizando que, si se le dejaba sobrevivir, vengaría a sus padres y su ciudad. Aunque todos los otros príncipes se negaron a cometer el infanticidio, Odiseo arrojó de buena gana a Astianacte desde las murallas (55). Pero algunos dicen que Neoptólemo, a quien había tocado como premio Andrómaca, la viuda de Héctor, en el reparto del botín, arrancó a Astianacte de sus brazos anticipándose a la orden del consejo, lo hizo girar alrededor de su cabeza asiéndolo por un pie y lo lanzó contra las rocas de abajo (56). Otros dicen que Astianacte se mató saltando desde la muralla mientras Odiseo recitaba la profecía de Calcante e invocaba a los dioses para que aprobaran el rito cruel (57). El consejo discutió también el destino de Políxena. Cuando yacía moribundo Aquiles había pedido que la sacrificasen en su tumba, y más recientemente se les había aparecido en sueños a Neoptólemo y a otros caudillos amenazándoles con retener a la flota en Troya con vientos contrarios hasta que cumplieran lo que había pedido. También se oyó una voz que se quejaba desde la tumba: "Es injusto que no se me haya concedido parte alguna del botín!". Y en el promontorio Reteo apareció un espectro con armadura dorada que gritó: "¿Os vais, griegos? ¿Y dejaréis mi tumba sin rendirle honores?" (58). Calcante declaró que no se debía negar Políxena a Aquiles, quien la amaba. Agamenón disentía, alegando que ya se había derramado bastante sangre, tanto de ancianos y niños como de guerreros, para saciar la venganza de Aquiles, y que los muertos, por famosos que fueran, no tenían derecho a la vida de las mujeres. Pero Demofonte y Acamante, a quienes no se había dado la parte justa en el botín, gritaron que Agamenón exponía esa opinión sólo para complacer a Casandra, la hermana de Políxena, y hacer que se sometiera más fácilmente a sus abrazos. Los ánimos se caldearon y Odiseo intervino y convenció a Agamenón para que cediese (59). El consejo ordenó a Odiseo que fuese en busca de Políxena e invitó a Neoptólemo a oficiar como sacerdote. Políxena fue sacrificada en la tumba de Aquiles, a la vista de todo el ejército, que se apresuró a hacerle un entierro honorable; inmediatamente comenzaron a soplar vientos favorables (60). Pero algunos dicen que la flota griega había llegado ya a Tracia cuando apareció el ánima de Aquiles amenazándoles con vientos contrarios, y que Políxena fue sacrificada allí (61). Otros dicen que ella fue por su propia voluntad a la tumba de Aquiles antes de que cayera Troya y se arrojó sobre la punta de una espada, expiando así el mal que le había hecho (62). Odiseo obtuvo a Hécabe como su parte del botín y la llevó al Quersoneso tracio, donde ella pronunció invectivas tan horribles contra él y los otros griegos por su barbarie y sus crímenes que no tuvieron más remedio que matarla. Su alma tomó la forma de una de las espantosas perras negras que siguen a Hécate, se arrojó al mar y nadó hacia el Helesponto (63). Agamenón y Menelao se separaron disgustados el uno con el otro y nunca más volvieron a verse, porque en tanto que Agamenón, Diomedes y Néstor tuvieron un buen viaje de vuelta a su patria, a Menelao lo azotó una tormenta enviada por Atenea y perdió todas sus naves menos cinco. Estas fueron arrastradas a Creta, desde donde cruzó el mar hasta Egipto y pasó ocho días en aguas meridionales sin poder volver. Por fin llegó a Faros, donde la ninfa ldótea le aconsejó que capturase a su padre profético, el dios marino Proteo, que era el único que podía decirle cómo le sería posible romper el hechizo adverso y conseguir un viento favorable. En consecuencia, Menelao y tres compañeros se disfrazaron con pieles de foca malolientes y esperaron en la orilla del mar hasta que se les unieron al mediodía centenares de focas que formaban el rebaño de Proteo. Luego apareció el mismísimo Proteo y se echó entre las focas; entonces Menelao y sus hombres se arrojaron sobre él, y aunque se transformó sucesivamente en león, serpiente, pantera, jabalí, agua corriente y árbol frondoso, lo retuvieron firmemente y lo obligaron a profetizar.

    Anunció que Agamenón había perecido asesinado, y que Menelao debía hacer otra visita a Egipto y volver propicios a los dioses con hecatombes. Así lo hizo, y tan pronto como erigió un cenotafio a Agamenón junto al río de Egipto, comenzaron a soplar por fin vientos favorables. Llegó a Esparta acompañado de Helena el mismo día en que Orestes vengó el asesinato de su padre (64). Agamenón, precisamente, no recibió una grata bienvenida al arribar a su Micenas real. Su mujer, Clitemnestra, tenía pocos motivos para amar a su esposo, quien, después de dar muerte a su anterior marido Tántalo y al hijo recién nacido que estaba amamantando, se había casado con ella por la fuerza y posteriormente autorizó el sacrificio de Ifigenia, hija de ambos, para luego marcharse a una guerra interminable y lejana. Para colmo, se decía que Agamenón llevaba de vuelta a la hija de Príamo, la profetisa Casandra, como su esposa en todo menos en el nombre (65). En consecuencia, Clitemnestra conspiró con su amante Egisto para matar a su marido y la concubina. Por medio de una cadena de señales ígneas que los puso sobre aviso de la llegada del caudillo, los traidores prepararon la emboscada con certeza. Tan pronto como Agamenón desembarcó, se inclinó para besar la tierra llorando de alegría. Clitemnestra recibió a su marido cansado por el viaje simulando que se hallaba muy contenta, hizo tender para él una alfombra de púrpura y lo condujo adonde las esclavas le habían preparado un baño caliente. Desoyendo las advertencias de Casandra, Agamenón fue a los baños, y cuando salió del agua, Clitemnestra se le acercó como para envolverlo en una toalla, pero en lugar de eso le arrojó a la cabeza una prenda de malla tejida por ella misma y que no tenía aberturas para el cuello y los brazos. Y así, enredado en esa red como un pez, Agamenón pereció a manos de Egisto, quien le hirió dos veces con una espada de doble filo (66). Cayó hacia atrás en el baño de paredes de plata, donde Clitemnestra vengó sus agravios cortándole la cabeza con un hacha (67). Muchas naves, aunque no transportaban caudillos notables, naufragaron en la costa de Eubea porque Nauplio había encendido un fuego de señal en el monte Cafareo para atraer a sus enemigos a la muerte simulando que los guiaba al refugio del golfo Pagaseo (68). Calcante murió en Colofón al encontrarse con un adivino más sabio que él tal como se había profetizado; se trataba de Mopso, hijo de Apolo, que lo venció en una suerte de apuesta sobre la cantidad de lechones que alumbraría una cerda preñada. Calcante falló y murió de angustia (69). Neoptólemo se embarcó para su patria tan pronto como hubo ofrecido sacrificios a los dioses y al ánima de su padre, y evitó la gran tempestad que alcanzó a Menelao e Idomeneo. Arribó por fin a Yolcos, donde heredó el reino de su abuelo Peleo (70). Sin embargo, por consejo profético de Heleno, no permaneció allí sino que continuó hacía Epiro, donde se estableció y engendró dos hijos con Andrómaca. Su fin no fue glorioso. Murió luego de sostener con Orestes una disputa, sobre la bella Hermione, asesinado por uno de los servidores del templo de Apolo en Delfos, en cuyo santuario se lo enterró para que su alma belicosa lo guardara contra todos los ataques (71). Diómedes, como Agamenón y otros, experimentó la enemistad enconada de Afrodita, pero luego de algunas peripecias, pasó el resto de su vida en la Daunia italiana, donde se casó con Evipe, hija del rey Dauno, quien en definitiva lo asesinó por celos de poder. Según otros, desapareció de pronto en virtud de un acto de magia divina, y sus compañeros se transformaron en aves apacibles y virtuosas que anidan en las islas Diomedanas (72). Pocos de los otros griegos volvieron a sus casas, y los que lo hicieron encontraron que sólo les esperaban perturbaciones y desgracias. Solamente Néstor, el anciano caballero de Pilos, quien se había mostrado siempre justo, prudente, generoso, cortés y respetuoso con los dioses, volvió sano y salvo a su tierra, donde gozó de una vejez feliz, sin que le aquejaran las guerras y rodeado por hijos valientes e inteligentes. Pues así lo decretó Zeus Omnipotente (73).

     

    NOTAS

    (1) Apolodoro "Epítome" v. 1-2; Quinto Esmirneo "Posthomerica" i. 18 y ss.; Lesques "Pequeña Ilíada", citada por Pausanias: iii.26.7.

    (2) Eustacio sobre Homero p. 1696, Rawlinson: "Excidium Troiae" ; Apolodoro: loc. cit.

    (3) Apolodoro "Epítome" i.8.6. Tzetzes "Sobre Licofrón" 999

    (4) Tzetzes: loc. cit.; Servío sobre la "Eneida" i.495; Trifiodoro: 37; Arctino de Mileto: "Aethiopis", citado por Proclo: "Crestomatía" 2; Pausanias: x.31.1 y v. 11.2.

    (5) Servio sobre la "Eneida" de Virgilio i.493; Apolodoro iii. 12.4 y "Epítome" v.3

    (6) Diodoro Sículo: ii.22; Pausanias: x.31.2; Ovidio "Amores" i.8.3-4; Homero "Odisea" xii.522; Arctino, citado por Proclo: "Crestomatía" 2.

    (7) Apolodoro "Epítome" v.3; Píndaro "Odas Píticas" vi.28 y ss.

    (8) Dictys Cretensis iv.5; Quinto Esmirneo "Posthomerica" ii.224; Filóstrato Imaginaciones" ii.7; Esquilo "Psychostasia", citado por Plutarco: "Cómo debe escuchar un joven la poesía" 2.

    (9) DIctys Cretensis iv.6; Filóstrato "Heroica" iii.4

    (10) Arctino de Mileto "Aethiopis", citado por Proclo: "Crestomatía" 2; Ovidio "Metamorfosis" xii.580 y ss.; Higinio "Fábula" 107; Apolodoro "Epítome" v.3

    (11) Higinio: loc. cit.; Apolodoro "Epítome" v.4; Homero "Odisea" xxiv.42

    (12) Rawlinson "Excidium Troiae"; Dares 34; Dictys Cretensis iv. 11; Servio sobre la "Eneida" de Virgilio vi.57; Segundo Mitógrafo Vaticano 205.

    (13) Dictys Cretensis iv. 10-13; Servio sobre la "Eneida" de Virgilio iii.322; Tzetzes "Sobre Licofrón" 269.

    (14) Quinto Esmirneo iii.766-80; Apolodoro "Epítome" v.5; Dictys Cretensis iv.13-14; Tzetzes "Posthomerica" 431-67; Homero "Odisea" xxiv.43-84

    (15) Homero "Odisea" xxiv.85-93

    (16) Filóstrato "Heroica" xix.14; Pausanias vi.23.2 y iii.20.8

    (17) Homero "Odisea" xi. 543 y ss.; Argumento de "Ayax" de Sófocles.

    (18) Higinio "Fábula" 107

    (19) Píndaro "Odas Nemeas" viii.26 y ss.; Ovidío "Metamorfosis" xii.620 y ss.; Apolodoro "Epítome" v.6; Escoliasta sobre la "Odisea" de Homero xi.567

    (20) Lesques "Pequeña llíada", citado por escoliasta sobre "Los Caballeros" de Aristófanes 1056.

    (21) Homero "Odisea" xi.559-60

    (22) Sófocles "Ayax", con Argumento; Zenobio "Proverbios" i.43

    (23) Sófocles "Ayax"; Esquilo, citado por escoliasta sobre "Ayax" 833; Arctino de Mileto "Aethiopis", citado por escoliasta sobre las "Odas Istmicas" de Píndaro iii.53

    (24) Apolodoro "Epítome" v.7; Filóstrato "Heroica" xiii.7

    (25) Dictys Cretensis v. 14-15

    (26) Homero "Odisea" xi.543 y ss.; Pausanias i.35.3; Filóstrato "Heroica" i.2

    (27) Apolodoro "Epítome" v.8; Tzetzes "Sobre Licofrón" 911; Sófocles "Filoctetes" i, y ss.

    (28) Apolodoro, loc. cit.; Filóstrato "Heroica" 5, "Filoctetes" 915 y SS. y 1409 y ss.

    (29) Apolodoro, loc. cit.; Orfeo y Dionisio, citados por Tzetzes y ss. Licofrón" 911 y ss.

    (30) Tzetzes "Sobre Licofrón" 61-2, 64 y 911; Lesques "Pequeña Ilíada"; Apolodoro iii. 12.6

    (31).Apolodoro "Epítome" v.9; Tzetzes "Sobre Licofrón" 143 y 168; Eurípides "Las Troyanas" 955-60; Servio sobre la "Eneida" de Virgilio ii.166

    (32) Sófocles "Filoctetes" 1337-42; Apolodoro "Epítome" v.9-10; Tzetzes "Sobre Licofrón" 911.

    (33) Apolodoro "Epítome" v. 11; Pausanias v. 13.3; Homero "Odisea" xi.506 y ss.; Filóstrato Imaginaciones" 2; Quinto Esmirneo "Posthomerica" vi.57-113 y vii. 169-430; Rawlinson "Excidium Troiae"; Lesques "Pequeña llíada".

    (34) Dictys Cretensis iv.22 y v.8

    (35) Eurípides "Hécuba" 239-50; Homero "Odisea" iv.242 y ss.; Lesques, loc. cit.

    (36) Apolodoro "Epitome" v. 13; Sófocles, Fragmento 367; Servio sobre la "Eneida" de Virgilio ii. 166; Escoliasta sobre la Ilíada" vi.31 1; Suidas sub Paladión; Johannes Malalas "Cronográfica" v.p.109, ed. Dindorf; Dictys Cretensis: v.5 y 8

    (37) Conón "Narraciones" 34; Servio, loc. cit.

    (38) Higinio "Fábula" 108; Tzetzes "Sobre Licofrón" 219 y ss.; Apolodoro "Epitome" v. 14

    (39) Homero "Odisea" viii.493; Apolodoro "Epitome" v. 14-15

    (40) Apolodoro, loc. cit.; Tzetzes "Sobre Licofrón" 344.

    (41) Virgilio "Eneida" ii. 13-249; Lesques "Pequeña llíada"; Tzetzes "Sobre Licofrón" 347; Apolodoro "Epitome" v. 16-17; Higinio "Fábula" 131.

    (42) Virgilio "Eneida", loc. cit.

    (43) Apolodoro "Epitome v. 18; Higinio, loc. cit.; Virgilio, loc. cit.; Euforión, citado por Servio sobre la "Eneida" ii.201 y Lisímaco ii.21 1; Tzetzes, loc. cit.

    (44) Homero "Odisea" viii.504 y ss.; Apolodoro "Epitome" v. 16-17; Arctino de Mileto "Saqueo De llión"; Trifiodoro "Saqueo De Troya" 316 yss. y 340-4.

    (45) Homero "Odisea" xi.523.32 yiv.271.89; Trifiodoro "Saqueo De Troya" 463-90.

    (46) Trifiodoro "Saqueo De Troya" 487-521; Servio sobre la "Eneida" ii.255; Tzetzes "Sobre Licofrón" 344; Apolodoro "Epitome" v. 19.

    (47) Virgilio "Eneida" ii.256 y ss.; Higinio "Fábula" 108; Apolodoro "Epitome" v.20; Tzetzes "Sobre Licofrón" 340.

    (48) Apolodoro, loc. cit.

    (49) Apolodoro "Epitome" v.21; Eurípides "Hécabe" 23; Virgilio "Eneida" ii.506-57.

    (50) Lesques "Pequeña llíada", citado por Pausanias x.27.1; Virgilio, loc.cit.; Apolodoro, loc.cit.; Eurípides "Las Troyanas" 16-17.

    (51) Homero "Odisea" viii.517-20; Apolodoro "Epitome" v.22; Higinio "Fábula" 240; Pausanias v. 18. 1; Lesques "Pequeña llíada", citado por escoliasta sobre "Lisístrata" de Aristófanes 155; Virgilio "Eneida" vi.494 y ss.; Dictys Cretensis v. 12

    (52) Apolodoro "Epitome" v.21; Homero "llíada" iii.123; Lesques, citado por Pausanias x.26.3; Servio sobre la "Eneida" i.246; Sófocles "Captura De Troya", citado por Estrabón xiii.1.53

    (53) Arctino de Mileto "Saqueo De llión"; Virgilio "Eneida" ii.406; Apolodoro, loc. cit.; Escoliasta sobre la Ilíada" xiii.66

    (54) Tzetzes "Sobre Licofrón" 365; Apolodoro "Epitome" v.23; Pausanias x.31.1, i.15.3 y x.26. 1.

    (55) Apolodoro, loc. cit.; Eurípides "Las Troyanas" 719 y ss.; Higinio "Fábula' 109; Servio sobre la "Eneida" ii.457; Trifiodoro "Saqueo De Troya" 644-6

    (56) Lesques, citado por Tzetzes "Sobre Licofrón" 323; Apolodoro, loc. cit.; Pausanias x.25.4.

    (57) Séneca "Troades" 524 y ss. y 1063 y ss.

    (58) Servio sobre la "Eneida" iii.322; Tzetzes "Sobre Licofrón" 323` Quinto Esmírneo "Posthomerica" xiv.210-328; Eurípides "Hécabe" 107 y ss.

    (59) Servio sobre la "Eneida", loc. cit.; Eurípides, loc. cit.

    (60) Eurípides "Hécabe" 218 y ss. y 521-82.

    (61) Ovidio "Metamorfosis" xiii.439 y ss.; Pausanias x.25.4.

    (62) Filóstrato "Heroica" xix. 11 .

    (63) Apolodoro, loc. cit.; Higinio "Fábula" 111; Dictys Cretensis v. 16; Tzetzes "Sobre Licofrón" 1176.

    (64) Apolodoro "Epitome" vi. 1; Homero "Odisea" iii. 130 y ss. y iv.77-592.

    (65) Eurípides "Ifigenia En Aulide" 1148 y ss.; Sófocles ''Electra" 531; Pausanias iii. 19.5; Higinio "Fábula" 117.

    (66) Homero "Odisea" i.35 y ss., iii.393 y ss., iii.303-5, iii.263-75, xi.529-37; Esquilo "Agamenón" 1220-1391 y ss., 1521 y ss.; Esquilo "Euménides" 631-5; Eurípides "Electra" 157 y "Orestes" 26; Tzetzes "Sobre Licofrón" 1375; Servio sobre la "Eneida" xi.267; Triclinio sobre ''Electra" de Sófocles 195.

    (67) Sófocles "Electra" 99; Esquilo "Agamenón" 1372 y ss. y 1535.

    (68) Apolodoro ii.1.5 y "Epitome" vi.11; 1; Eurípides "Helena" 766 y ss. y 1126 y ss.; Higinio "Fábula" 116; Servio sobre la "Eneida" xi.260.

    (69) Apolodoro "Epitome" vi.2-4; Estrabón xiv.1.27, citando a Hesíodo, Sófocles y Ferécides; Tzetzes "Sobre Licofrón" 427 y 980.

    (70) Apolodoro "Epitome" vi. 12-13; Servío sobre la "Eneida" ii.166; Dictys Cretensis vi.7-9.

    (71) Homero "Odisea" iv. 1-9; Apolodoro "Epitome" vi. 13-14; Eurípides "Andrámaca" 891 1085 y "Orestes" 1649; Higinio "Fábula" 123; Eustacio sobre la "Odisea" iv.3; Ovidio "Heroidas" viii.31 y ss.; Fragmentos de Sófocles ii.441 y ss., ed. Pearson; Pausanias x.7.1 y x.24.4-5; Píndaro "Odas Nemeas" vii.50-70; Virgilio "Eneida" iii.330; Estrabón ix.3.9.

    (72) Pausanias i. 11; Servio sobre la "Eneida" viii. 9 y xi.246; Tzetzes "Sobre Licofrón" 602 y 618; Estrabón vi.3.8-9; Escoliasta sobre las "Odas Nemeas" de Píndaro x.12.

    (73) Homero "Odisea" iv.209; Pausanias iv.3-4, Higinio "Fábula" 10.


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