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Orestes, biografía y análisis de sus obras.

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Análisis de las obras de Orestes. Biografía. El drama de Orestes en el arte, Orestes elimina al maldito impostor. Obras

Agregado: 17 de JUNIO de 2003 (Por Michel Mosse) | Palabras: 1535 | Votar | Sin Votos | Sin comentarios | Agregar Comentario
Categoría: Apuntes y Monografías > Latín/Griego >
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    TRABAJO PRACTICO DE LATIN

    NICOLAS LOPEZ ECHAGWE

    COLEGIO NACIONAL DE BUENOS AIRES

     
     

    Orestes

    ¡El puñal, el puñal, hermana mía!
    Repudio la bebida que envenena;
    no merece una muerte tan serena
    quien supo asesinar a sangre fría.

    El adulterio no merecería
    castigo tan cruel; sólo enajena;
    pero en mi mente sin cesar resuena
    el grito de mi padre cada día.

    Madre y amante en pacto tenebroso 
    para arrancar la vida del esposo,
    por el puñal del hijo han de morir.

    Y si las Furias has de perseguirme, 
    de lugar en lugar habré de irme,
    pero nunca de mí tendré que huir.
     

    Winnipeg, 22 de octubre de 1999


     

    Orestes elimina al maldito impostor



     


     

    Orestes, 
    en la mitología griega, hijo de Agamenón, rey de Micenas, y de Clitemnestra. Era aún un niño cuando su madre y su amante, Egisto, asesinaron a Agamenón. La hermana mayor de Orestes, Electra, temiendo por la vida del niño, lo envió al cuidado de su tío Estrofio, rey de Fócide. Allí creció junto con el hijo de Estrofio, Pílades, que llegó a ser su compañero de toda la vida.
    Un día llega a Micenas un extranjero, trayendo la noticia de que Orestes ha muerto en una carrera de carros.
    Fingiendo sufrir y vacilando en creer al mensajero, Clitemnestra le pide confirmación. Y éste le asegura que para aquellas horas, una expedición ha partido de Flócida trayendo una urna con las cenizas del muerto.
    Las palabras del mensajero cubren de luto el corazón de Electra. Pero son palabras mentidas.
    Un viejo servidor de Agamenón, mirando atentamente al emisario, lo reconoce: Es el niño que él mismo condujo, años antes a la corte del rey Estrofio. Electra no cree lo que dice el anciano. Ese extranjero que ha venido para anunciar la muerte del príncipe no puede ser Orestes.
    Tras largo abrazo, deseado durante tanto tiempo, ambos hermanos empiezan a tramar sus planes de venganza. A Orestes en principio le repugna la idea de matar a su madre. 
    Pero Electra lo acusa de pusilánime y acaba convenciéndolo de que el matricidio es inexorable en su destino.
    El plan es simple: El viejo servidor irá al palacio y dirá a la reina que Electra acaba de dar a luz. Queriendo mostrarse como madre buena, Clitemnestra seguramente correrá a verla. Orestes buscará a Egisto  y le clavará el puñal de la venganza hasta el fondo de la carne asesina. Después volverá a la casa de su hermana y pondrá fin a la existencia de Clitemnestra. 
    El odio transforma las facciones de Electra. El imaginarse a su madre bañada en sangre la ilumina de salvaje alegría. Orestes ya no reconoce a la dulce compañera de la infancia. ¿En qué especie de criatura la ha transformado el sufrimiento?
    Todo sucede como lo ha previsto Electra: Fingiendo emoción con la noticia que le trae el servidor, Clitemnestra corre a la cabaña. Mientras tanto, a solas con Egisto, Orestes lo contempla prolongadamente, y la escena de la muerte de su padre vuelve a su memoria, Agamenón, tiñendo de sangre el agua de la piscina de mármol. 
    La intensidad del recuerdo le devuelve la fuerza y la decisión.
    Perseguido por las diosas de la venganza, las Erinias, Orestes erró a través de muchas tierras. Finalmente, por orden del dios Apolo, fue a Atenas a defender su causa ante la diosa Atenea y un consejo de nobles, el Areópago. Orestes se declaró culpable del matricidio, pero afirmó que había purgado su culpa con el sufrimiento. El tribunal aceptó el alegato y absolvió a Orestes.


     

    Se consuma la venganza

     


     

    Electra mira al cielo y no ve brillar las estrellas como hace poco. Es como si los astros se escondieran en la oscuridad.
    Todavía sucio de sangre Egisto, Orestes descansa sobre el hombro de su hermana. Obstinada y fría, Electra espera la llegada de Clitemnestra.
    Se mantienen tensos, callados. No consiguen mirarse a los ojos, quizá por pudor, quizá por miedo a retroceder en su intento.
    Súbitamente, oyen pasos fuera de la choza. Sobresaltados, abren la puerta. Es Clitemnestra, que viene a visitar a su hija.
    Orestes tembloroso, aferra la mano de Electra. "¿Qué haremos ahora, hermana? ¿Daremos muerte a nuestra madre?"
    "¿Acaso te duele?" le responde Electra. La cara pálida de la hija de Agamenón muestra crueldad y seguridad. Su alma es dura: El odio la ha hecho de piedra.
    ¿Cómo podría yo matar a quien me dio la vida y me nutrió? Orestes se oprime el rostro con las manos; un llanto seco y dolorido le convulsiona el pecho. "Exactamente como ella mató a nuestro padre",  responde Electra implacable.
    Exhibiendo joyas la reina penetra en la cabaña, todos representan una farsa, pero poco a poco caen las mascaras. La escena queda desnuda. Los rostros están llenos de sangre y furor. Un bramido hiende el oscuro espacio. Los campesinos no oyen la súplica de la reina: "¡Hijos no matéis a vuestra madre!" 
    Sordo al llamado, ayudado por Electra, Orestes clava la espada en el pecho de la que le dio el ser.
    Amanece. Electra sale al campo caminando lentamente. Ya nada espera del futuro. Está saciada. Y vacía.
    Orestes, el pecho desnudo, los ojos fijos en las nubes de la aurora, cruza los brazos y dos lágrimas ruedan por su rostro pálido.

     

     

    El drama de Orestes en el arte

     

     

    En la versión que presenta Esquilo (525-456 a. C), el primero de los grandes autores trágicos griegos que trató el tema, Orestes actúa no a incitación de Electra, sino de Apolo. Se justifica el crimen, por lo tanto, como obediencia a una orden superior, proveniente de la indiscutible sabiduría de Apolo, el dios de la luz y la verdad. Al hijo le toca vengar al padre, y, de no hacerlo, acabará contaminado también por la mancha de los asesinos: Su inercia equivaldría a un crimen. Después de matar a Egisto, Orestes elimina a su madre, también por orden de Apolo, y asume el poder sobre Micenas. En todos sus actos cuenta con el apoyo de Electra, que en la obra de Esquilo es sólo un personaje secundario.
    En su otra tragedia, Las Euménides, Esquilo retoma el asunto. Muestra a Orestes, todavía manchado de sangre de su madre, cuando es purificado en el santuario de Apolo, en Delfos. Pero a pesar de haber cometido matricidio por orden divina, y ser perdonado por el dios, Orestes sigue perseguido por las furias.
    Pero es en la trilogía. La Orestíada donde halla la plenitud de su arte. De todas las trilogías de aquel tiempo (secuencia de tres piezas con alguna relación entre sí, presentadas en un solo espectáculo), la Orestíada fue la única que quedó como ejemplo. Agamenón, muestra el asesinato de éste a manos de Clitemnestra y Egisto, usurpador del trono. Las Coéforas, muestra a Electra ya adulta esperando el regreso de su hermano Orestes para realizar su venganza. En Las Euménides, última pieza de la trilogía, Orestes es llevado a juicio ante el tribunal divino. Después de escribir la trilogía Orestíada, Esquilo abandonó Atenas y se fue a Sicilia, donde murió.
    Si bien en Esquilo  Electra aparece como un personaje secundario, en Sófocles (496?-406?? a.C.) asume el papel protagónico. En la tragedia que lleva su nombre, la hija de Agamenón aparece como una mujer envejecida, solitaria y amargada, que vive lamentando la muerte de su padre. Su única esperanza está en el regreso de Orestes, a quien incita a vengar la muerte a Agamenón. En la obra de Sófocles, Orestes no actúa por orden de Apolo, sino por propia decisión. Regresa a Micenas para vengar la muerte de su padre, y sólo consulta el oráculo para enterarse de los medios con que contará para ejecutar la venganza. Y, después del crimen, en lugar de huir atormentado por las Erinias, Orestes se congratula con su hermana.
    El tercer gran dramaturgo griego que aborda el tema de Electra es Eurípides (480?-406? a. C.). La escena ya no transcurre en palacio, como en las obras ya mencionadas, sino que se desplaza a la cabaña donde vive Electra, casada contra su voluntad con un campesino. Vestida pobremente, ocupada de los quehaceres domésticos. Profesa a su madre profundo odio, no sólo porque Clitemnestra ha asesinado a su padre, sino también por vivir fastuosamente en el palacio mientras ella está condenada a llevar una vida miserable.
    Este mito, por su intensidad y su fuerza, continuó vivo a través de los siglos, inspirando a autores de diferentes épocas y dando motivo a teorías psicoanalíticas, como Freud (1856-1939), que señalan la tendencia de la mujer a enamorarse (inconscientemente, salvo muy raras excepciones de su padre) y eliminar simbólicamente a la madre, considerada como rival.
    En el teatro, Voltaire (1694-1778), Alfieri (1749-1803), Goethe (1749-1832), Eugene O´Neill (1888-1953), Jean Giraudoux (1882-1944) y Sartre (1905-198), entre muchos otros se han referido a este tema.
    En la música, Gluck (1714-1787) y Richard Strauss (1864-1949), compusieron óperas famosas sobre el mito. En la obra de Strauss Electra, la protagonista tiene los rasgos de una heroína decente. simboliza la venganza reducida a los impulsos instintivos. Cuando Clitemnestra cae muerta, Electra sube a túmulo de su padre y ejecuta una danza de triunfo.


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