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Autorretrato
REALIZADO POR:
José María López Pestaña
Diego Rodríguez de silva y Velázquez
1.- INTRODUCCIóN.
Pintor español. Artista precoz, conoció la fama en plena juventud. Su arte abarcó todos los temas, desde las escenas de género hasta los retratos. Su pintura, de iluminación poderosa y a veces tenebrista, se caracteriza también por un acertado estudio psicológico de los personajes. Consiguió captar de manera magistral el movimiento, plasmando con ello la concepción dinámica del arte barroco. Maestro en el manejo de la luz y la sombra, sus innovaciones ejercerían gran influencia en el arte del S.XIX. Fue la figura más importante de la pintura barroca española.
2.- VIDA Y ETAPAS.
Nació Velázquez en Sevilla, la más grande y activa ciudad española de aquel tiempo. Se le bautizó en la iglesia de San Pedro el domingo 6 de junio de 1599. Sus padres eran el sevillano Juan Rodríguez de Silva y Rodríguez y la sevillana Jerónima Velázquez de Buen-Rostro y Zayas, de hidalguía que no del todo, en algunos, se podría probar muchos años después, en el expediente promovido para investir con el hábito de Santiago al pintor, y a pesar de que por hidalgos se les daba en Sevilla al andar libres del impuesto de la "blanca de la carne" que el pueblo bajo había de soportar. Quizá fuera hermano de Diego Velázquez un Juan Velázquez de Silva, padrino en 1621 de la segunda hija del pintor.
1ª. ETAPA: Sevilla
Tuvo, en Sevilla, por primer maestro a Francisco Herrera el viejo y a los doce años, en 1611, su padre contrató a Francisco Pacheco para que fuese aprendiz en su taller, quien no puso trabas a las cualidades de su discípulo. Alejado de los principios académicos y del idealismo carente de sinceridad de su maestro, se dedicó al estudio del natural. El 14 de marzo de 1617 pasó el examen de pintura ante el Ayuntamiento de Sevilla. En 1618 se casó con Juana Pacheco, la hija de su maestro y hizo un viaje a Madrid en 1622. El 18 de mayo de 1619 era bautizada su primera hija. En 1620 Velázquez contrató como discípulo a Diego Melgar, del que no sabemos si llegaría a pintor.
En su época de aprendizaje pintó bodegones y estudios de figura. Todas sus pinturas tienen notables efectos de luz que acreditan un asombroso poder de observación y se caracterizan por los contornos duros, secuela del tenebrismo. Puso de manifiesto su inclinación por el realismo popular, patente en sus varios Almuerzos y en el Trío musical, pero visto desde una perspectiva ética, no anecdótica. También pintó temas religiosos, en los que la propia escena queda relegada a un segundo plano, para dar importancia a los personajes secundarios (criadas, mendigos...) A esta época pertenecen: Vieja friendo huevos, El aguador de Sevilla, Inmaculada, Imposición de la casulla a San Ildefonso, Adoración de los magos y Cristo en Emaús.
2ª. ETAPA: MADRID.
En 1621 falleció Felipe III y subió al trono Felipe IV. Consciente de sus posibilidades, Velázquez hizo en 1622 un viaje a Madrid con la pretensión de introducirse en la corte. Consiguió su propósito en el año siguiente con la ayuda de Juan de Fonseca, de quien hizo un excelente retrato y quien le facilitó el camino para retratar al rey Felipe IV, que le nombró pintor de cámara. En 1627 convocó el rey un concurso entre todos sus pintores con el tema histórico de La expulsión de los moriscos, hecho nada positivo del precedente reinado de Felipe III. Venció Velázquez, logrando en premio la plaza de ujier de cámara y quedando claro que era diestro en componer. El 7 de marzo juró su cargo, que de paso servía para saldar cuanto hasta entonces se le debía por la maltrecha administración real. El cuadro de La expulsión de los moriscos desaparecería en el pavoroso incendio que, en 1734, hizo sucumbir el alcázar de los Austrias.
En agosto de 1628 hizo su segundo viaje a España Rubens, desde Flandes y en misión diplomática de la infanta Isabel Clara Eugenia. Velázquez fue el encargado de atenderle y acompañarle durante los nueve meses que permaneció en Madrid, con viajes a El Escorial y pintando con la vitalidad que a Rubens caracterizaba. Por sugerencia de Rubens, Velázquez deseó hacer su 1er viaje a Italia.
En esta primera etapa madrileña pintó sobre todo retratos (entre los que sobresalen los de Felipe IV, el infante Baltasar Carlos, el conde-duque de Olivares y Góngora). Completada su formación, pintó sus primeros cuadros mitológicos como El triunfo de Baco o los borrachos, en el que las figuras son otros tantos tipos de la genuina picaresca española. También pintó algunos de tema religioso, entre los cuales cabe citar Cristo después de la flagelación contemplado por el alma cristiana.
3ª. ETAPA: 1ER VIAJE A ITALIA
El 28 de junio de 1629 partió de Barcelona hacia Italia. Desembarcó en Génova el 20 de agosto. Recorrió Milán, Venecia, Ferrara, Cento, Loreto, Bolonia y Roma - meta principalísima de su viaje y dónde se hallaría un año completo- y Nápoles, encontrándose allí con José de Ribera y regresando a Madrid en enero de 1631.
Pintó los famosos lienzos La túnica de José y La fragua de Vulcano, en el que acusa su preocupación de resolver el problema del desnudo y marca el camino para lograr la perspectiva aérea que había de constituir una de sus grandes conquistas. En sus retratos de corte se distinguen dos tendencias: retratos ecuestres, como Conde duque, Felipe IV y Príncipe Baltasar Carlos y retratos en atuendo de cacería, como Felipe IV, Baltasar Carlos... La rendición de Breda, conocida también como Las lanzas, que es sin duda el mejor cuadro de historia de la pintura europea. De entonces data también la primera serie de los bufones de palacio: Pablillos de Valladolid, Sebastián de Morra, El primo, El niño de Vallecas, El bobo de Coria, retratos con sabor de humanidad que hacen apreciar la belleza de lo feo. Son notabilísimos los retratos de don Antonio Alonso de Pimentel, Conde de Benavente, de don Diego del Corral y la Dama del abanico, y los cuadros de asunto religioso el Cristo crucificado, su obra maestra en el género, y la Coronación de la Virgen.
4ª. ETAPA: 2º VIAJE A ITALIA.
Velázquez anhelaba volver a Italia. El rey deseaba que le adquiriera más obras de arte para la asombrosa colección que la monarquía venía acopiando monarca tras monarca; que buscara fresquistas para el más regio ornato del alcázar y que estudiara el funcionamiento de las academias de Bellas Artes italianas, pues ya Felipe III había pensado crear una institución de este carácter en Madrid. El 18 de mayo de 1648 se le autorizó a partir, pero para poder viajar necesitaba que se le pagara cuanto le adeudaban. Aunque el rey lo tenía mandado, no se liquidó en él hasta el mes de octubre. El 21 de enero de 1649 partío del puerto de Málaga. Desembarcó en Génova el 11 de febrero. Visitó Milán, Padua, Venecia, Bolonia - donde concertó la venida de fresquistas- Móndena, Florencia, Roma y Nápoles. Volvió a Roma. El rey instó para que regresara y prohibió el viaje de vuelta por tierra, para que no se entretuviese en Francia y ni por asoma se le ocurriera llegar hasta Paría. Y lo cierto es que, flemático de veras, no obedeció en el acto la regia voluntad de regresar a toda prisa. Al cabo, desembarcó en Barcelona en junio de 1651, 16 mese más tarde de los apremios del monarca.
Produjo una renovación de su arte consiguiendo dar la sensación de espacio aéreo entre las figuras. Lo más notable es el retrato del papa Inocencio X, el de Juan de pareja y dos cuadritos impresionistas de la Villa Médicis.
5ª. ETAPA: úLTIMOS AÑOS.
En 1652 se le designó aposentador mayor. Ascendía seguro hacia la cima que, tanto como hombre y como pintor, se había propuesto. Tuvo algunos problemas porque no aceptaron la hidalguía de sus abuelos y el rey lo nombró hidalgo. Como aposentador mahor, adelantándose al rey Velázquez partió de Madrid el 8 de abril de 1660 camino de Fuenterrabia, con el fin de preparar en la Isla de los Faisanes la entrega matrimonial de la infanta María Teresa a Luis XIV de Francia. El acto matrimonial se celebró el 7 de junio. El 26 regresó a Madrid junto al rey, muy quebrantado en la salud. El 31 de julio enfermó ya de gravedad. Falleció el 6 de agosto de 1660, a los sesenta y un años de edad.
Pintó La Venus del espejo, retratos de la reina Mariana de Austria, Felipe IV (el mejor retrato impresionista que se haya pintado jamás según Mayer), Infanta Margarita; otra serie de pícaros y bufones; Marte, Venus y Mercurio, San Antonio Abad visitando a San Pablo y sobre todo Las meninas y Las hilanderas, donde el personaje principal es la luz y es la obra en la que alardeó más de colorista: es considerada un anticipo del impresionismo del S. XIX. Murió de una enfermedad contagiosa que contrajo en la frontera francesa cuando buscaba alojamiento para la familia real.
Velázquez no dejó escuela y Juan Bautista del Mazo retocó y terminó alguno de sus cuadros. La escuela de Madrid que arranca de él y en la que figuran fray Juan Rizi, Antonio Pereda, Juan Carreño y Claudio Coello, no le imitaron servilmente, sino que se inspiraron en las mismas fuentes que él. Velázquez es la figura señera de la Escuela nacional y de la pintura española uno de los primeros de la pintura universal. Su principal maestro fue la naturaleza y su propio genio estimulado por los grandes pintores flamencos y venecianos. Realista escrupuloso, ni idealizó ni reformó, pero fue hombre de corazón dotado de una delicadeza exquisita que acertaba a ennoblecer cuanto tocaba. Produjo relativamente poco, prefiriendo la calidad a la cantidad. Retocó sus cuadros conforme iba adelantando en su arte, lo que a veces constituye una dificultad para situarlos en el tiempo. El mayor y mejor conjunto de los cuadros figura en el Museo del Prado, de Madrid.
3.- Las Meninas.
(1656, 318 x 276 cm; óleo sobre lienzo; Museo del Prado, Madrid)
Los retratos de Velázquez son una conjunción única y fascinante de cualidades a menudo contrapuestas- grandiosidad y realismo, intimidad y distanciamiento- que en parte se explican por su cargo de pintor de cámara de Felipe IV. Las Meninas es su retrato más complejo e intrigante. En el centro se encuentra la hija del rey, la infanta Margarita, de cinco años de edad, flanqueada por sus damas de honor, las meninas que dan nombre al cuadro. Pero Velázquez plantea un juego con nuestra percepción y la relación entre los retratados. Se autorretrata a la izquierda, pintando en u gran lienzo, pero ¿por qué está ahí?, ¿qué hay en la tela? No está pintando el retrato de la infanta, ya que está a su lado. La respuesta se esconde en el espejo del fondo, que refleja al rey y a la reina posando para Velázquez, bajo un cortinaje, en el lugar donde ocupa el espectador del cuadro. La pequeña infanta ha entrado en la estancia para ver a sus padres. Velázquez subvierte todas las normas, y al hacerlo teoriza con sutileza tanto sobre el arte del retrato como de la condición del artista.
El hombre que se ve en la escalera es José Nieto, aposentador de la reina, mayordomo y guardadamas. Su pequeña silueta recortada junto a la puerta acota el espacio, completa el efecto de la perspectiva aérea, dinamiza el fondo del cuadro y con su gesto nos lleva hasta el reflejo de los reyes en el espejo, que de lo contrario podría pasar inadvertido.
El travieso Nicolasito Pertusato (situado a la derecha del cuadro), que más parece un niño que un enano, pisa al mastín, un detalle que añade espontaneidad a la escena.
Enanos y bufones amenizaban la vida de la corte, y Velázquez los trasladaba con frecuencia a sus lienzos. De pie junto al perro, Maribárbola acentúa con sus facciones deformes y sus ropas oscuras la delicada belleza de la infanta.
Entre las pinturas que cuelgan en la pared del fondo figura una copia de Palas y Aracne, de Rubens. El estilo de Velázquez y su uso del color acusan una notable influencia de las obras maestras de Rubens y Tiziano que atesoraba la colección real de Madrid. Otra pintura clave fue El matrimonio Arnolfini, por entonces en la misma colección.
Ricamente vestido, y presentándose como cortesano, el artista escudriña a la pareja parapetado tras el lienzo. El protocolo español de la época era de extrema rigidez: a pocas personas se les hubiera permitido tanta intimidad con la familia real; y sin embargo el artista, totalmente concentrado, se echa hacia atrás y, con mirada escrutadora, estudia a los retratados sin prisa aparente. Tampoco lo distrae la infanta ni su séquito. Repárese en la actitud aburrida del perro, indicativa de que los presentes llevan allí largo rato. Velázquez lleva la cruz de la orden de Santiago, que no se le concedió hasta 1658, dos años después de haber realizado el cuadro. Al recibir semejante honor, Velázquez vio cumplida su máxima aspiración de cortesano. La cruz se añadió al cuadro en 1659 a instancias del rey, que contribuyó así a elevar la pintura al rango de las artes liberales.
Esta obra maestra de Velázquez es una pintura sobre la pintura, ejecutada expresamente para la contemplación del rey. Sin duda, Velázquez, cortesano ambicioso, quiso animar al rey a reflexionar sobre la condición del pintor de cámara en la casa real, y al tiempo sobre la esencia de la pintura en general: la cuestión, a la sazón muy debatida, de si ésta debía ser considerada como un arte liberal más que como un oficio manual. La influencia de Las Meninas fue inmensa: Goya, que supo comprender las complejidades del estilo velazqueño, grabó un aguafuerte de la obra, y Picasso pintó nada menos que 44 variaciones sobre este tema. También la obra de Manet estuvo influenciada por Velázquez.
Las Meninas
El aguador de Sevilla
El bufón de Valladolid
Existe documentación de los servicios de este bufón en la corte de Felipe IV.
Museo del Prado, Madrid
Las hilanderas
Museo del Prado, Madrid
La fragua de Vulcano
Museo del Prado, Madrid
Cristo crucificado
Lienzo pintado por Velázquez hacia 1641 para el convento de San Plácido de Madrid, y por deseo de Felipe IV.
Museo del Prado, Madrid.
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