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Jueves 28 de Marzo de 2024 |
 

Argumentos de óperas

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El oro del Rin, El barbero de sevilla, Opera en dos actos (1916) - Libreto de Cesare Sterbini, sobre "Le barbier de Séville", de Pierre de Beaumarchais, Aída.

Agregado: 18 de JUNIO de 2003 (Por Michel Mosse) | Palabras: 4351 | Votar | Sin Votos | Sin comentarios | Agregar Comentario
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    TRABAJO PRACTICO DE MUSICA

    PROFESORA MARIA INES NúÑEZ

    COLEGIO NACIONAL DE BUENOS AIRES

    3°5° - 2002

    Opera en dos actos (1916) - Libreto de Cesare Sterbini
    sobre "Le barbier de Séville", de Pierre de Beaumarchais

    Una plaza de Sevilla con la casa del doctor Bartolo

    El Conde de Almaviva, oculto bajo el nombre de Lindoro, corteja a la bella Rosina, pero ésta no puede hablarle porque es celosamente custodiada por su viejo tutor, el doctor Bartolo, quien pretende casarse con la joven.

    Al despuntar el alba, llega el Conde dispuesto a dar una serenata a su amada. Una vez terminado el canto, paga a sus acompañantes, que sorprendidos por la generosidad de la retribución expresan con entusiasmo su reconocimiento. El Conde queda solo con su servidor Fiorello, cuando aparece Fígaro, conocido barbero, cuyas múltiples tareas le abren todas las puertas.

    El barbero reconoce a Almaviva, pero éste le recomienda no mencionar su nombre ya que se encuentra de incógnito en Sevilla. Inmediatamente pide a Fígaro que le concierte una entrevista con Rosina. La joven aparece en el balcón y logra deslizar una carta que cae a los pies de su enamorado. Fígaro lee rápidamente el contenido de la misiva. La joven corresponde al amor de Almaviva pero le dice que su viejo tutor la vigila constantemente. Ahora sólo desea saber su nombre, su estado y sus intenciones. Don Bartolo sale en ese momento, recomendando a su criado no abrir la puerta a nadie, con la sola excepción de Don Basilio. Don Bartolo planea, con la ayuda de éste, casarse ese mismo día con Rosina. Al desaparecer el anciano, Fígaro y Almaviva ponen a punto su plan.

    El Conde canta una nueva serenata, revelando a Rosina su supuesto nombre de Lindoro. La joven contesta prudentemente. Fígaro, previa promesa de abundante retribución, aconseja al Conde que se disfrace de soldado y, fingiéndose ebrio, se presente en casa de Don Bartolo, exigiendo alojamiento. El astuto barbero se siente dichoso ante la promesa de dinero que le hace Almaviva, mientras éste sueña con el momento ya próximo de reunirse con su amada.


    Casa del doctor Bartolo

    Rosina recuerda los ecos de la voz que ha escuchado hace poco frente a su ventana. El nombre de Lindoro despierta en ella un sentimiento afectivo, convencida de que este amor naciente la hará triunfar sobre la obstinación de su tutor. Se presenta Fígaro, quien hace comprender a la joven que debe comunicarle algo importante, pero tiene que esconderse porque se aproxima Don Bartolo. Entra éste y en un arranque de celos se enfurece contra el barbero. En este momento aparece Don Basilio, un clérigo que además de su profesión de maestro de música, se dedica a arreglar matrimonios. Concierta con Don Bartolo la manera de desacreditar al Conde de Almaviva propalando una calumnia sobre él. Los dos entran en una habitación vecina para arreglar el contrato de matrimonio que el doctor quiere celebrar con Rosina. Entretanto, Fígaro explica a la joven que el personaje con quien ella lo vio hablar desde el balcón y que la corteja, es un joven llamado Lindoro, al que sería conveniente enviar una cartita animándole en su pretensión. Pero Don Bartolo, apenas vuelve, advierte que su pupila ha escrito la carta y la reconviene acosándola con preguntas que la joven elude astutamente.

    Se oyen fuertes golpes en la puerta. Berta, la vieja criada de Don Bartolo, acude presurosa disponiéndose a abrir, cuando entra el Conde en traje de soldado y fingiéndose ebrio, de acuerdo con las indicaciones que le hiciera Fígaro. El soldado, mofándose de Don Bartolo, quiere hacer valer su derecho de alojamiento, pero el doctor sostiene que no está obligado a admitirlo. Almaviva provoca un gran alboroto, circunstancia que aprovecha para darse a conocer a Rosina y pasarle una carta. Don Bartolo protesta, aparece Fígaro fingiendo gran sorpresa, todos gritan y en eso llega la fuerza pública para reprimir el desorden y llevarse preso al soldado. Pero éste se da a conocer al oficial, que le rinde honores, entre el asombro de todos y la indignación de Don Bartolo, que es objeto de la burla general.


    Casa del doctor Bartolo

    Mientras Don Bartolo cavila sobre quién puede ser el soldado, al cual nadie conoce en el regimiento, se le aparece el Conde disfrazado de clérigo; le dice que se llama Don Alonso y que es maestro de música y discípulo de Don Basilio. Viene a sustituirle para dar lección a Rosina, por hallarse aquél enfermo. Don Bartolo al principio rehusa, pero mostrándole Don Alonso una carta de Rosina dirigida al Conde, y que él obtuvo por casualidad, el doctor se calma y convienen en que el maestro de música, mientras imparte su lección a Rosina, le hará creer que Lindoro la engaña. Don Bartolo llama a Rosina, le presenta a Don Alonso y ante la sorpresa de la joven, que reconoce instantáneamente al Conde bajo su nuevo disfraz, se inicia la lección de canto, a la cual el tutor asiste embelesado, recordando él también un motivo musical de sus tiempos. Llega Fígaro con el objeto de afeitar al doctor, y recibe de éste un manojo de llaves para que vaya a buscar en otra habitación lo necesario para su tarea.

    Pero en cuanto el barbero tiene en su poder las llaves, sustrae de entre ellas una que sirve para abrir la celosía de la ventana, por donde a la medianoche escaparán Rosina y Almaviva. Mientras Fígaro se dispone a afeitar a Don Bartolo, ante el estupor de todos se presenta Don Basilio. Pero el Conde no pierde su serenidad y entrega al clérigo una bolsa de dinero. Secundado por Fígaro, lo obliga a retirarse, diciéndole que está muy enfermo y que debe guardar cama. Fígaro sigue afeitando a Don Bartolo, mientras los enamorados conciertan la fuga para la noche, pero son sorprendidos por el tutor. Se origina un escándalo y en medio de enorme confusión, Fígaro y el Conde huyen. Luego Berta se lamenta de su suerte, comentando el irascible carácter de su señor y las continuas reyertas con la pupila por los deseos matrimoniales opuestos. Entra Don Bartolo y muestra a Rosina la carta que anteriormente le dio el supuesto Don Alonso, asegurándole que éste y Fígaro traman entregar la joven al vil Conde Almaviva. Rosina, desilusionada y llena de despecho acepta entonces casarse con el tutor, al mismo tiempo que lo entera del plan de fuga preparado para la medianoche. Don Bartolo corre a trancar las puertas.

    La escena queda sola, desencadenándose una tempestad. Entran el Conde y Fígaro, que vienen en busca de Rosina. Pero ésta rechaza indignada al joven pretendiente. El Conde, encantado de que Rosina prefiera un amante sincero aunque pobre a un marido noble pero falso, revela su verdadera identidad. Los enamorados se reúnen en un abrazo, mientras Fígaro los observa satisfecho. Esta escena es interrumpida por Don Basilio, quien regresa ahora para unir en matrimonio a Rosina y a Don Bartolo, pero ante la sorpresiva persuasión de una pistola, se ve obligado a casar a Rosina y al Conde. Llega Don Bartolo seguido por la policía y se dispone a detener a todos. El Conde se da a conocer. El contrato matrimonial ha sido ya firmado: Rosina es ahora la esposa del Conde de Almaviva. El doctor reprocha a Don Basilio por haberlo traicionado y actuar además como testigo, aceptando finalmente la situación. Todo concluye en medio de general regocijo.

    Aída

    Cuadro Primero: Antesala en el Palacio del Faraón en Menfis

    Los etíopes han amenazado nuevamente a Egipto con la guerra por cuyo motivo Ramfis, el gran sacerdote, en diálogo con el capitán Radamés, informa que ha interrogado a la diosa Isis en su templo de Menfis, para que ella señale quién debe ser el jefe del ejército en la temible lucha. En el palacio real indicará ahora al soberano, el nombre pronunciado por la diosa. Radamés, anhela ansiosamente ser elegido. Está resuelto a ofrecer toda la gloria del triunfo a la esclava Aída, a quien ama apasionadamente, y a solicitar al Faraón su libertad, como general victorioso y en recompensa de sus méritos. El mundo que lo rodea desaparece para él al pensar en Aída. Ni una mirada, ni una palabra dedicada a la princesa Amneris quien se hace presente y que está secretamente enamorada del capitán. Esta pregunta a Radamés si es solamente el afán de gloria y la ambición, o son otras esperanzas más dulces las que le incitan a la lucha.

    El Faraón, los sacerdotes y ministros se reúnen para el consejo de guerra, al cual un mensajero refiere los horrores de la agresión enemiga. El ejército de los etíopes, acaudillado por Amonasro, su implacable rey, avanza hacia Tebas, saqueándolo todo. Pero los egipcios se defenderán y podrán vencer a los invasores. El Faraón proclama el nombre indicado por Isis: ¡Radamés! Amneris le entrega la insignia de guerra, dirigiéndole un profético saludo de despedida: ¡Vuelve vencedor! Acompañado por aclamaciones jubilosas e himnos de guerra, se dirige al templo para recibir la espada sagrada. Aída se queda sola. Nadie sospecha allí que Amonasro, rey de los etíopes, es su padre. Ella también ha victoreado a Radamés, y anhela el triunfo de su amado, aunque como hija de aquél debería desear su muerte. Amor y deber de hija se enfrentan. La victoria etíope sería pues la libertad de la esclava y la venganza de su patria; pero sería también la derrota o la muerte de su amado. Aída, en su terrible desesperación, invoca la piedad de los dioses.

    Cuadro Segundo: El Templo de Ftah

    Los sacerdotes entonan sus plegarias al dios Ftah, implorando la victoria del ejército egipcio, y las sacerdotistas ejecutan sus danzas sagradas. Ramsis y Radamés, rinden también homenaje a Ftah, y al guerrero, lleno de alegría, ignorando que va a combatir al padre de Aída, vislumbra ya la brillante victoria de su patria y de su amor.


    Cuadro Primero: En el Palacio del Faraón en Tebas

    Cantos y danzas distraen a la princesa Amneris, quien aún espera conquistar a su amado Radamés. Ahora, por fin, antes de la celebración de la victoria, desea tener seguridad con respecto a Aída. Con un ardid arranca a la esclava la confesión de su amor: alarmada por la falsa noticia de la muerte de Radamés en la lucha, que le comunica la princesa, Aída pierde la entereza. Su regocijo al enterarse que Amneris la ha engañado, elimina todas las dudas: la princesa y la esclava son rivales. Por un instante reacciona la sangre real de Aída, pero de inmediato recobra su dominio. Humildemente pide merced a Amneris, pero su rival se ha dispuesto a saborear su poder: durante la llegada de las tropas y la recepción de los héroes, Aída deberá estar a su lado. Humillándola con soberbia y crueldad, Amneris se retira, dejándola desolada.

    Cuadro Segundo: Pórtico Real en la Ciudad de Tebas

    El pueblo se congrega para recibir al triunfante ejército y a su heroico jefe. Desfilan los vencedores, se celebran danzas y, finalmente aclamado por todos, entra Radamés conducido como líder victorioso. El Faraón le saluda y Amneris, en premio de su hazaña, coloca sobre su cabeza la corona triunfal. Radamés pide que sean traídos los prisioneros. Entre los últimos viene Amonasro. Aída se precipita al encuentro de su padre. Pero Amonasro le ordena guardar silencio. Se hace pasar por un oficial del rey de los etíopes que, según él, ha caído en la lucha, y suplica merced para sus compañeros presos. El pueblo se une a su ruego; pero los sacerdotes, con Ramfis en primer lugar, previenen al faraón contra la clemencia mal empleada, de la cual después se arrepentirán.

    Radamés pide la vida y la libertad de los prisioneros etíopes. El Rey cumple con su palabra, pero Aída y el padre deberán quedarse por consejo del Sumo Sacerdote, como garantía de la paz. El Faraón concede a Radamés la mano de su hija: algún día gobernará Egipto como esposo de Amneris. Todos aclaman al héroe, quien parece resignarse a su suerte. Aída ve derrumbarse sus sueños de felicidad. Amonasro trata de alentarla diciéndole que la venganza sangrienta sorprenderá a los odiados enemigos mucho antes de lo que ella piensa. Amneris festeja su triunfo: junto a Radamés, acompañada por el Rey y Ramfis, se abre paso por entre la muchedumbre jubilosa.

    Templo de Isis a Orillas del Nilo

    Ramfis conduce a Amneris al templo de Isis. Allí deberá pasar la noche precedente a su boda. En el mismo lugar, a orillas del río sagrado, Radamés ha citado también a Aída. Llega la joven princesa prisionera, entregándose a sus ensueños y a los nostálgicos recuerdos de su patria, que no espera volver a ver jamás. De improviso Amonasro surge de la sombra, interrumpiendo las melancólicas meditaciones de su hija. Con alegría evoca los encantos de aquella patria lejana, a la que pronto podrán regresar los dos. Enterado del amor de Aída por Radamés, Amonasro le insinúa inducirlo a la fuga, a la traición, a entregarle el secreto de las posiciones enemigas y de sus planes de batalla. Aída vacila negándose a tal sacrificio. Solamente bajo la maldición de Amonasro recuerda su estirpe real y su odio contra el enemigo, quien la ha humillado a ella y a su raza. Ante la voluntad paterna que se impone con imperio avasallador, Aída se doblega y le promete seguir sus órdenes. Amonasro se oculta. Cuando Radamés se acerca queriendo abrazarla, Aída lo rechaza. Pero él no quiere abandonar a la joven. Sus bodas con Amneris se aplazarán hasta después de la campaña contra el enemigo, quien corre al asalto nuevamente; y después de la segunda victoria solicitará al Faraón, como premio, la mano de Aída. Pero ésta le previene contra la venganza de Amneris, aconsejándole la fuga. Radamés al fin consiente. Pronuncia las palabras fatales: en su huida tendrán que evitar los despeñaderos de Nápata, por los cuales el ejército egipcio marchará al encuentro del enemigo. Amonasro, que ha escuchado todo, sale ahora triunfante de su acecho, dándose a conocer a Radamés como rey de los etíopes, y tratando de llevarse consigo al sorprendido y consternado capitán. Pero, entre tanto, Amneris ha abandonado el templo de Isis y escucha asombrada las últimas palabras que le revelan lo sucedido. Amonasro trata de darle muerte. Radamés lo sujeta y facilita la huida de Aída y su padre; él solo, el traidor de su pueblo, se quedará. Los soldados persiguen a los fugitivos. Radamés se entrega prisionero.

    Cuadro Primero: Corredor frente a la Sala de Juicio

    Amneris, siempre enamorada del capitán y arrepentida por ser causante de su desgracia, anhela hallar el modo de salvarlo. Le hace comparecer ante su presencia y, declarándole su amor siempre constante, le ofrece interceder por él; pero el capitán permanece frío, y, dispuesto a recibir la pena merecida, vuelve a su prisión.

    Los sacerdotes se dirigen al lugar donde va a juzgarse a Radamés. Desde lo profundo escúchase la triple acusación de los jueces: Radamés, que no ha respondido, es declarado traidor y condenado a muerte, mientras que Amneris, oyendo la sentencia se entrega desesperadamente a su dolor. Al salir los sacerdotes, la princesa se postra a sus pies y suplica en vano el perdón. Amneris los maldice invocando para ellos el anatema divino.

    Cuadro Segundo: Una cripta en el Templo

    Radamés, condenado a ser sepultado en vida, espera la muerte. La losa se ha cerrado ya sobre su tumba. El héroe se abandona a su suerte, pensando sólo en Aída, a la que supone lejos de allí. Pero su sorpresa es enorme al descubrir a la joven en la oscuridad de la cripta, resuelta a compartir el amargo destino de su amado.

    Mientras en el templo se elevan himnos sagrados, los amantes, reunidos en postrer abrazo, entonan el último adiós a la vida terrenal. Amneris, sobre el sepulcro del héroe amado, exhala en una plegaria su arrepentimiento y su profundo dolor.

    El oro del Rin

    Opera en un acto y cuatro escenas - Libreto de Richard Wagner

    Escena Primera. En el fondo del Rin

    Las ondinas Woglinde, Ellgunde y Flosshilde, nadan y juegan alegremente en las aguas del río. Un pérfido gnomo, ser fantástico y monstruoso, el nibelungo Alberico, surge de un abismo y contempla a las ninfas. Con voluptuoso deseo intenta seducirlas; pero sucesivamente, cada una de las hijas del Rin se burla del horrible enano, lo que exaspera al nibelungo. Furiosamente las persigue, trepando por las rocas, hasta que fatigado por sus vanos esfuerzos se detiene, amanazándolas con rabia salvaje.

    Entre tanto amanece y un rayo de sol ilumnina una alta roca. Mágico fulgor de oro brilla al instante, extendiéndose a través de las ondas. Las ninfas ensalzan con alegría el esplendoroso encanto del oro, profunda estrella de las aguas. Admirado, Alberico pregunta qué es lo que tanto brilla. ". Es el oro del Rin -contestan las ninfas encargadas de su custodia- y un anillo forjado de aquel metal daría a su poseedor el dominio del mundo". La revelación es peligrosa; pero como advierte Woglinde, sólo quien reniegue del amor podrá conquistar el encanto para forjarlo. El enamorado Alberique no es temible, por tanto, y las ninfas continuan sus juegos y burlas. Mas el feroz y codicioso nibelungo exclama: Maldigo el amor!". Inmediatamente se apodera del oro, sumiendo las aguas en tienieblas, y ser rie de modo siniestro, perseguido por las desoladas hijas del Rin.

    Escena segunda. En las alturas, sobre la tierra

    En el fondo se divisa un castillo iluminado por el sol naciente. En primer término, hállanse dormidos Wotan, rey de los dioses, y Fricka. La diosa despierta, observa el castillo y angustiada llama a su esposo. Wotan despierta a su vez y saluda con orgullo y júbilo al resplandeciente castillo. Pero Fricka le recuerda que el palacio fue construido para los dioses por los gigantes Fasolt y Fafner, a quienes Wotan ofreció entregar como recompensa a Freia, la bella diosa del amor y la juventud. Y en efecto, Freia, que es hermana de Fricka, no tarda en llegar aterrada, pidiendo socorro, porque en su busca se aproximan los gigantes.

    Pronto se presentan los hermanos Fassolt y Fafner, empuñando enormes mazas. Vienen a exigir el pago de su obra. Wotan rehúsa cumplir con el pacto conmovido y no quiere entregar a Freia, porque Loge el dios sutil del fuego y de la astucia, le había prometido sustituirla por otra recompensa. Los gigantes se indignan y Fafner dice a Fasolt que es muy conveniente arrebatar a Freia a los dioses, porque ella cuida en su jardín las manzanas del oro, que procuran a la raza divina de eterna juventud. A los gritos de la diosa acuden sus hermanos, Froh, dios de la alegría, y Donner, dios del trueno, los cuales desafían a los gigantes; pero Wotan, que espera impaciente la llegada de Loge, impone la paz con su lanza, garantía del pacto.

    Al fin aparece Loge. Wotan le exige que solucione el conflicto, al cual contribuyó con su promesa astuta. Pero Loge ha fracasado en su tarea. Buscó en el universo entero algo con qué sustituir a Freia en el pago a los gigantes pero no lo halló, porque nada iguala al encanto femenino. Sólo un ser perverso, el nibelungo Alberico, fue capaz de renegar del amor para conquistar el oro del Rin y forjar con él un anillo omnipotente. Las ondinas desean que el rey de los dioses repare ese mal y castigue tal audacia. Pero Wotan se encuentra ahora en grave apuro para cuidarse de ajenas desdichas, y además ambiciona para sí ese oro que concede supremo poderío.

    Todos se han quedado fascinados ante la revelación de Loge, y Fafner convence as su hermano que el oro es preferible a Freia. Entonces los gigantes proponen a Wotan que les entregue el oro del nibelungo. El dios se encoleriza. ¿Cómo puede darles lo que no posee?. Pero los gigantes le dicen que será fácil para él apoderarse del tesoro. Se llevarán a Freia en prenda y si a su regreso no les entrega el rescate, se quedarán para siempre con la diosa.

    Fasolt y Fafner se llevan a Freia, que lanza gritos de terror. Los dioses permanecen atónitos, consternados y empiezan a envejecer de repente. Loge les explica que la guardiana de su alimento de la juventud divina está como rehén y que las manzanas cuelgan marchitas en el jardín. Si Freia no regresa, los dioses, caducos perecerán. En tal extremo, Wotan decide descender da la oscura región de los nibelungos para conquistar el tesoro de Alberico y rescatar a la bella diosa. Loge lo acompañará.

    Escena tercera. En las profundidades de la tierra

    Escúchase el rumor de yunques en el sombrío Nibelheim, morada de los nibelungos, donde reina Alberico. Este ha encargado a su hermano Mime que le forje el yelmo mágico. Mime desa guardarse su obra, pero Alberico se la arrebata y, poniéndose el yelmo, se hace invisible, propinando feroces latigazos al otro gnomo. Su voz se aleja, lanzando imprecaciones, mientras Mime gime de dolor.

    Descienden Wotan y Loge e interrogan al gemebundo enano, quien les refiere que Alberico, con su anillo ha esclavizado a los nibelungos, obligándolos a trabajar incesantemente para forjar tesoros. Alberico no tarda en reaparecer, conduciendo a latigazos una multitud de aterrados nibelungos cargados de objetos de oro, que depositan en el suelo. En seguida les muestra el anillo, símbolo de dominación, y los esclavos corren despavoridos. Luego Alberico increpa a Wotan y a Loge. Los dioses le dicen que vienen a admirar sus fabulosas riquezas, pero él sabe bien que son huéspedes envidiosos. Muy seguro de su poder, desafía a los dioses, su tesoro, es aún poca cosa, pero crecerá fabulosamente, dándole dominio sobre el mundo entero. Wotan indigndo, le amenaza pero Loge se interpone y pregunta al gnomo de qué medio se vale para que nadie pueda robarle el anillo, en el cual reside su fuerza.

    Ante las adulaciones irónicas de Loge, Alberico dice que posee un yelmo mágico, pudiendo hacerse invisible o transformarse a su voluntad. El astuto dios finge no creerle. Es necesario que el enano demuestre tal maravilla. Entonces Alberico se transforma en dragón, para reaparecen inmediatamente en su figura natural. El prodigio es asombroso. ¿Pero podría convertirse en algo muy pequeño, para poder ocultarse en el escondrijo de un sapo?. Eso sí que es imposible, agrega Loge, Alberico para demostrar nuevamente su poder portentoso, transfórmase en sapo. Entonces Wotan le pone el pie encima, mientras recobra su aspecto, y Loge lo ata fuertemente. Los dioses arrastran a su prisionero hacia la superficie terrestre.

    Escena cuarta. En las alturas, sobre la tierra.

    Wotan y Loge llegan conduciendo al gnomo, del cual se burlan ahora. Para recuperar su libertad le exigen que entregue su tesoro, Alberico accede y pide que le desaten una mano. Colócase la sortija en los labios, murmuando palabras cabalísticas, y a su conjuro surgen los nibelungos del seno de la tierra, cargados con los tesoros, que depositan en el suelo, desapareciendo enseguida. Pero antes de soltar al enano Loge lo despoja de su yelmo. Entonces Wotan exige también el anillo, y a pesar de las protestas de Alberico, se lo arrebata violentamente.

    Luego Loge desata al gnomo, el cual, con terrible desesperación, maldice al anillo. Al nibelungo le procuró riquezas, pero quien lo posea después será víctima de la angustia y morirá bajo el peso de la maldición. Preso de furor salvaje, Alberico huye hacia las profundidiades de Nibelheim.

    Wotan, desdeñando las immprecaciones del nibelungo, contempla con éxtasis el anillo. Entonces vuelven Fricka, Froh y Donner, regocijándose del triunfo de Wotan y poco después llegan también los gigantesque traen a Freia, para llevarse el tesoro. Al acercarse la diosa, las otras divinidades se sienten rejuvenecer nuevamente Fasolt y Fafner reclaman el rescate, deseando tanto el oro como sea necesario para ocultar a Freia. Tómase la medida con las mazas y se amontona el tesoro. Agotado éste se ve todavía al trvés la cabellera de la diosa, por lo que es preciso entregar el yelmo mágico. Ya se ha colmado la medida pero Fasolt descubre todavía un hueco por el que ve brillar los ojos de Freia. Mientras los contemple no se resignará a renunciar para siempre a la diosa. Ya no queda más que el anillo reluciente de el dedo de Wotan.

    Los gigantes lo reclaman. El dios se enfurece y se niega a entregarlo. Fasolt y Fafner se llevarán definitivamente a Freia, pese a las imploraciones de la afligida Fricka a su esposo. En ese instante, de las profundidad de una caverna, envuelta en azulado resplandor, surge una divinidad majestuosa: es Erda el alma de la tierra. Aconseja a Wotan que se desprenda del anillo maldito. Ella eterna vidente, sabe que aún los mismos dioses perecerán. Ya prevé su ocaso, Wotan angustiado, quiere saber más, pero la profetisa desaparece, augusta y misteriosa.

    El dios soberano cae en profunda meditación, y al fin se decide a entregar el anillo a los gigantes. Freia queda libre. Enseguida Fasolt y Fafner disputarán por el reparto del tesoro. El anillo lo quiere Fasolt en recuerdo de la mirada de Freia. Se lo arrebata a su hermano, pero Fafner cae sobre él, dándole muerte violentamente. La maldición del nibelungo comienza su obra, que los dioses, contemplan horrorizados. El cielo se ensombrece con siniestros nubarrones.

    Donner, dios de la tempestad, hace brotar el rayo y el trueno. El cielo se despeja y brilla un arco iris, que forma luminoso puente haste el castillo de la cumbre. Wotan invita a su esposa y a los demás a entrar en la mansión divina que será el Walhalla, morada de los los héroes elegidos. El maligno Loge mira con desprecio a los dioses; quizá le sería grato consumir con su fuego devorador a los que se creen eternos.

    El radiante cortejo es interrumpido por melancólicos lamentos. Son las hijas del Rin, que desde el valle profundo lloran su oro perdido. Los dioses, con cruel ironía, búrlandose de las ondinas prosiguen majestuosamente su camino hacia la Walhalla.


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