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La gravedad y el peso
¡Levántese!
Si lo dijéramos a alguien: Ahora se sentará usted en esa silla de tal
manera, que, sin estar atado, no podrá levantarse, lo más probable es que lo
tomase a broma. Pero hagamos la prueba. Sentémonos como indica la fig. 13, es
decir, con el cuerpo en posición vertical y sin meter las piernas debajo de la
silla e intentemos ponernos de pie, sin cambiar la posición de las piernas y
sin echar el cuerpo hacia adelante.
Fig. 13 En esta postura es imposible levantarse de la silla. |
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¿Qué, no hay manera? Por más que tensemos nuestros músculos, no conseguiremos levantarnos de la silla, mientras no pongamos los pies debajo de ella y no inclinemos el cuerpo hacia adelante. Para comprender por qué ocurre esto, tendremos que hablar un poco del equilibrio de los cuerpos en general y del equilibrio del cuerpo humano en particular.
Fig. 14. Este cilindro debe volcarse, puesto que la vertical de su centro de gravedad no pasa por la base. |
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Para que un objeto cualquiera colocado verticalmente no se vuelque, es necesario que la vertical que pasa por su centro de gravedad no se salga fuera de la base de dicho objeto. Por esta razón, el cilindro inclinado de la fig. 14 tiene que volcarse. Pero si este mismo cilindro fuera tan ancho, que la vertical trazada por su centro de gravedad no se saliera de los límites de su base, no se volcaría.
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Las llamadas torres inclinadas de Pisa, Bolonia o Arcángel (Figuras 15 a y 15 bsuperiores) no se caen, a pesar de su inclinación, porque la vertical de sus centros de gravedad no rebasa los límites de sus bases (otro motivo, pero de segundo orden, es la profundidad a que sus cimientos se hunden en tierra). Fig. 16. Cuando una persona está en pie, la vertical de su centro de gravedad pasa por la superficie limitada por las plantas de sus pies. Una persona puesta de pie no se cae, mientras la vertical de su centro de gravedad está comprendida dentro de la superficie limitada por los bordes exteriores de las plantas de sus pies (fig. 16).
Fig. 16. Cuando una persona está en pie, la vertical de su centro de gravedad pasa por la superficie limitada por las plantas de sus pies. |
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Por esto es tan difícil
mantenerse sobre un solo pie y aún más sobre guardar el equilibrio en el
alambre, ya que en estas condiciones la base es muy pequeña y la vertical del
centro de gravedad puede rebasar sus límites fácilmente. ¿Os habéis fijado en
la manera de andar que tienen los "lobos de mar? Pues se explica, porque
toda su vida la pasan en el barco, cuyo suelo se balancea y hace que la
vertical de sus centros de gravedad pueda salirse en cualquier momento de los
límites del espacio limitado por las plantas de sus pies. Por esto, los
marineros adquieren la costumbre de andar de manera que su cuerpo tenga la
mayor base posible, es decir, separando mucho los pies. De esta forma consiguen
tener la estabilidad necesaria cuando están en la cubierta de su barco y ésta
se balancea, pero, como es natural, esta costumbre de andar la conservan cuando
lo hacen por tierra firme.
Podemos citar ejemplos de lo contrario, es decir, de cómo la necesidad de
guardar el equilibrio obliga a adoptar bellas posturas. Adviértase el aspecto
elegante que tienen las personas que llevan algún peso sobre la cabeza (un
cántaro, por ejemplo). Para poder llevar este peso hay que mantener la cabeza y
el cuerpo derechos, ya que la más pequeña inclinación representa un peligro de
que el centro de gravedad (que en estos casos se encuentra más alto que de
ordinario) se desplace y se salga del contorno de la base del cuerpo, con lo
cual la figura perderá el equilibrio. Volvamos a ocuparnos ahora del
experimento con la persona sentada que no puede ponerse en pie.
El centro de gravedad de una persona sentada se encuentra dentro de su cuerpo,
cerca de la columna vertebral y a unos 20 centímetros sobre el nivel del
ombligo. Si trazamos desde este punto una vertical hacia abajo, esta línea
pasará por debajo de la silla y más atrás que las plantas de los pies. Pero
para que esta persona pueda levantarse, la línea en cuestión deberá pasar entre
dichas plantas.
Es decir, que para levantarnos tenemos que echar nuestro cuerpo hacia adelante,
desplazando así nuestro centro de gravedad en esta misma dirección, o correr
los pies hacia atrás, para hacer que el punto de apoyo se encuentre debajo del
centro de gravedad. Esto es lo que generalmente hacemos cuando nos levantamos
de una silla. Pero cuando no se nos permite ni lo uno ni lo otro, como en el
caso del experimento anteriormente descrito, es muy difícil levantarse.
Andar y Correr
Lo que hacemos decenas de millares de veces cada día, durante toda la vida, son
cosas bien sabidas. Esta es la opinión general, pero no siempre es justa. Un
buen ejemplo, que confirma lo dicho, lo tenemos en el andar y el correr. ¿Qué
podemos saber mejor que estos dos tipos de movimiento? Sin embargo, ¿son acaso
muchas las personas que tienen una idea clara de cómo se desplaza nuestro
cuerpo al andar y al correr y de la diferencia que hay entre estos dos tipos de
movimiento? Veamos lo que dice sobre el andar y el correr la fisiología.
Para la mayoría de los lectores esta descripción será algo completamente nuevo.
Supongamos que un hombre descansa sobre uno de sus pies, por ejemplo, sobre el
derecho. Figurémonos ahora que este hombre levanta el talón, al mismo tiempo
que inclina el cuerpo hacia adelante.
En esta situación, la perpendicular bajada desde su centro de gravedad se sale,
lógicamente, de la superficie básica de apoyo y el hombre debe caerse también
hacia adelante.
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Fig. 17. Así anda el hombre. (Posiciones sucesivas del cuerpo al andar.) |
Pero en cuanto se inicia esta caída, la pierna izquierda, que está en el aire,
se adelanta rápidamente y va a posarse en el suelo por delante de la
perpendicular del centro de gravedad, de forma, que ésta queda dentro de los
límites de la superficie comprendida entre las líneas que unen entre sí los
puntos de apoyo de ambos pies. De esta manera se restablece el equilibrio y el
hombre termina de dar un paso.
El peatón puede pararse en esta posición, aunque es bastante incómoda. Pero si
quiero seguir avanzando, inclina aún más su cuerpo hacia adelante, traslada la
perpendicular de su centro de gravedad fuera de los límites de la superficie de
apoyo y, en el momento en que siente el peligro de caerse, vuelve a lanzar
hacia adelante la pierna correspondiente, es decir, la derecha, dando así un
nuevo paso, etc.
Por consiguiente, el andar no es más que una sucesión de caídas hacia adelante,
las cuales se evitan a su debido tiempo trasladando la pierna que se había
quedado atrás y apoyándose en ella.
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Fig. 18. Representación gráfica del movimiento de los pies al andar. La línea superior (A) corresponde a un pie; la inferior (B), al otro. Las partes rectas representan los momentos en que el pie se apoya en el suelo; los arcos, los momentos en que el pie se mueve sin apoyarse en ninguna parte. En este gráfico puede verse, como durante el período de tiempo a ambos pies se apoyan en el suelo; durante b, el pie A está en el aire, mientras que pie B sigue apoyándose en el suelo; durante c, otra vez se apoyan ambos pies. Cuanto más deprisa se ande, más cortos serán los intervalos a y c (compárese con el gráfico del movimiento de los pies al correr) |
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Fig. 19. Así corre el hombre. (Posiciones consecutivas del cuerpo durante la carrera; Obsérvese que en algunos momentos ambos pies están en el aire.) |
Examinemos más de cerca este proceso. Supongamos que se ha dado el primer paso.
En este momento el pie derecho está aún en contacto con el suelo y el izquierdo
acaba de posarse en él. Pero si el paso no ha sido demasiado corto, el talón
derecho debe haberse levantado, ya que este levantamiento del talón es el que
obliga al cuerpo a inclinarse hacia adelante y a perder el equilibrio. Al dar
el paso, lo primero que toca el suelo es el talón del pie izquierdo. Más tarde,
cuando toda la planta de este pie se sienta en el suelo, el pie derecho se
levanta y queda totalmente en el aire. Al mismo tiempo, la pierna izquierda,
que estaba algo doblada por la rodilla, se endereza, al contraerse el músculo
anterior del muslo (cuadríceps crural), y momentáneamente toma la posición
vertical.
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Fig. 20. Representación gráfica del movimiento de los pies al correr (compárese con la Fig. 18). Este gráfico muestra cómo hay algunos momentos (b, d, f) en que la persona que corre tiene ambos pies en el aire. En esto consiste la diferencia entre correr y andar. |
Esto permite a la pierna derecha, que está medio doblada, desplazarse hacia
adelante sin tocar el suelo, y, siguiendo el movimiento del cuerpo, posar su
talón en el preciso momento en que comienza el paso siguiente. Con esto,
comienza una nueva serie de idénticos movimientos con la pierna izquierda, la
cual, en este momento, se apoya en tierra solamente con los dedos y poco
después tiene que levantarse y quedar suspendida en el aire. El correr se
distingue del andar, en que la pierna que se apoya en el suelo, mediante una
contracción instantánea de sus músculos, se extiende con energía y lanza todo
el cuerpo hacia adelante, de forma, que este último queda durante un momento
totalmente separado de la tierra. Después, vuelve a caer sobre la otra pierna,
la cual, mientras el cuerpo se encontraba en el aire, se trasladó rápidamente
hacia adelante. Es decir, la carrera consta de una serie de saltos de una
pierna a otra.
En cuanto a la energía que emplea el hombre al ir andando por un camino
horizontal, no es igual a cero, como piensan algunos, ya que el centro de
gravedad del cuerpo del peatón se desplaza hacia arriba en varios centímetros
cada vez que éste da un paso. Se puede calcular, que el trabajo que se realiza
al andar por un camino horizontal, es igual a cerca de una quinceava parte del
que se necesitaría para elevar el cuerpo del peatón a una altura igual al
camino recorrido.
¿Cómo hay que Saltar de un Vagón en Marcha?
Si hacemos esta pregunta a cualquier persona, nos contestará, con toda
seguridad: "Hacia adelante, en la dirección del movimiento del vagón, de
acuerdo con la ley de la inercia". Pero si insistimos en que nos diga más
concretamente, qué tiene que ver con esto la ley de la inercia, es fácil
adivinar lo que ocurrirá con nuestro interlocutor: empezará a demostrarnos su
idea con toda seguridad; pero si no le interrumpimos, no tardará en detenerse
perplejo. Resulta, que, a causa de la inercia, hay que saltar ¡hacia atrás!, es
decir, contra la dirección que lleva el vagón.
Efectivamente, la ley de la inercia juega en este caso un papel secundario,
mientras que el motivo principal es otro. Si nos olvidamos de este motivo
principal, llegaremos a la conclusión de que siempre hay que saltar hacia atrás
y nunca hacia adelante.
Sin embargo, supongamos que tenemos que saltar en marcha, ¿qué ocurrirá
entonces?
Cuando saltamos del vagón en marcha, nuestro cuerpo, al separarse de aquél, tiene
su misma velocidad (es decir, se mueve por inercia) y tiende a seguir
moviéndose hacia adelante. Si saltamos en esta dirección, en vez de anular la
velocidad adquirida, la aumentaremos.
De aquí se deduce que hay que saltar hacia atrás y no hacia adelante. Porque al
saltar hacia atrás, la velocidad que recibimos del salto se resta de la
velocidad a que nuestro cuerpo se mueve por inercia y, por consiguiente, la
fuerza que tiende a tirar nuestro cuerpo cuando éste toca el suelo, será menor.
No obstante, siempre que hay que saltar de algún vehículo en marcha, todo el
mundo lo hace hacia adelante, es decir, en la dirección que lleva el vehículo.
Indiscutiblemente, éste es el mejor procedimiento y, además, está tan bien
comprobado, que aconsejamos seriamente a nuestros lectores, que no intenten
probar los inconvenientes del salto hacia atrás.
¿Cómo se explica esto?
Esto se explica por la sencilla razón, de que la aclaración anterior no era ni
justa ni completa. Porque tanto si saltamos hacia adelante, como si lo hacemos
hacia atrás, nos amenaza el peligro de caernos, ya que la parte superior de
nuestro cuerpo continuará moviéndose, mientras que nuestros pies, al tocar la
tierra, se paran.
La velocidad con que sigue moviéndose nuestro cuerpo será mayor cuando saltamos
hacia adelante. Pero lo esencial es, que caer hacia adelante es mucho menos
peligroso que caer hacia atrás. En el primer caso, echaremos, como de
costumbre, una pierna adelante (o si la velocidad del vehículo es grande,
correremos varios pasos) y de esta forma evitaremos la caída. Este es un
movimiento corriente, que practicamos constantemente al andar. Porque el andar,
desde el punto de vista de la mecánica (como ya dijimos en el artículo
anterior), no es más que una serie de caídas de nuestro cuerpo hacia adelante,
las cuales se evitan adelantando la pierna correspondiente. Cuando nos caemos
hacia atrás, este movimiento de piernas no nos puede salvar y, por lo tanto, el
peligro es mayor. En último caso, también tiene importancia el hecho de que,
cuando caemos hacia adelante, podemos poner las manos y hacernos menos daño que
cuando caemos de espaldas.
De todo esto se deduce, que la seguridad que ofrece el salto hacia adelante se
debe más a nosotros mismos que a la acción de la inercia. Está claro, que esta
regla no es aplicable a los objetos inanimados: una botella lanzada de un vagón
hacia adelante, es más probable que se rompa al caer que si se lanza hacia
atrás.
Por esta razón, si tenéis que saltar alguna vez de un vagón en marcha, tirando
previamente vuestro equipaje, deberéis lanzar éste hacia atrás y después saltar
hacia adelante.
Las personas que tienen experiencia, como los cobradores y revisores de los
tranvías, suelen saltar de espaldas hacia atrás. Con ello consiguen dos
ventajas: una, la de disminuir la velocidad, que el cuerpo lleva por inercia, y
la otra, la de evitar el peligro de caerse de espaldas, ya que saltan de cara a
la dirección de la posible caída.
¡Coger con la Mano una Bala Disparada!
Durante la primera guerra mundial, según información de prensa, a un aviador
francés lo ocurrió un caso extraordinario. Cuando iba volando a dos kilómetros
de altura, este aviador se dio cuenta que junto a su cara se movía una cosa
pequeña. Pensó que sería algún insecto, y, haciendo un ágil movimiento con la
mano, lo cogió. Cuál sería su sorpresa cuando comprendió, que lo que acababa de
cazar era... ¡una bala de fusil alemana!
¿Verdad que esto recuerda los cuentos del legendario barón Münchhausen, que
también aseguró haber cogido una bala de cañón con las manos? No obstante, esta
noticia sobre el piloto que cogió la bala, no tiene nada de imposible.
Las balas no se mueven durante todo el tiempo con la velocidad inicial de
800-900 m por segundo, sino que, debido a la resistencia del aire, van cada vez
más despacio y al final de su trayectoria, pero antes de empezar a caer,
recorren solamente 40 m por segundo. Esta era una velocidad factible para los
aeroplanos de entonces. Por consiguiente, la bala y el aeroplano podían volar a
una misma velocidad, en un momento dado, y, en estas condiciones, aquélla
resultaría inmóvil o casi inmóvil con relación al piloto. Es decir, éste podría
cogerla fácilmente con la mano, sobre todo con guante (porque las balas se
calientan mucho al rozar con el aire).
Sandías-Bombas
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Fig. 21. Las sandías lanzadas al encuentro de los veloces automóviles se convierten en proyectiles. |
Si en condiciones determinadas una bala puede resultar inofensiva, también se
da el caso contrario, es decir, el de un cuerpo pacífico, que lanzado a poca
velocidad puede producir efectos destructores. Esto es lo que ocurrió cuando,
durante la carrera automovilística Leningrado-Tiflis (en el año 1924), los
campesinos de los pueblos del Cáucaso saludaban a los automovilistas, que junto
a ellos pasaban a gran velocidad, arrojándoles sandías, melones y manzanas. El
efecto que produjeron estos inesperados obsequios fue bastante desagradable.
Las sandías y los melones abollaban, hundían y hasta rompían las carrocerías de
los coches, mientras que las manzanas lesionaban seriamente a los pasajeros. La
causa es comprensible. La velocidad que llevaban los automóviles se sumaba a la
de las propias sandías o manzanas y convertía a éstas en peligrosos proyectiles
destructores. No es difícil calcular, cómo una sandía de 4 kg, lanzada al
encuentro de un automóvil que marcha a 120 km por hora, desarrolla la misma
energía que una bala de 10 g de peso.
Claro que, en estas condiciones, el efecto de penetración de la sandía no puede
compararse con el de la bala, ya que la primera carece de la dureza de la
segunda.
Las grandes velocidades alcanzadas por la aviación a reacción han dado lugar a que,
en algunos casos, los choques entre aviones y pájaros motiven averías e incluso
catástrofes de aviación. Cabe preguntarse, ¿qué peligro puede representar una
pajarita para una aeronave capaz de transportar decenas de pasajeros? Sin
embargo, cuando el avión desarrolla velocidades de 300-500 m/seg, el cuerpo del
pájaro puede perforar la cubierta metálica de aquél o los cristales de la
cabina del piloto o, si acierta a entrar por la tobera del motor, inutilizarlo
por completo. A causa de un choque de este tipo, en 1964, pereció el cosmonauta
norteamericano Theodore Fryman, cuando realizaba un vuelo de entrenamiento en
un avión a reacción. El peligro de estos encuentros se agrava por el hecho de
que los pájaros no temen a los aviones y no se apartan de ellos.
Cuando dos cuerpos cualesquiera se mueven en una misma dirección y con la misma
velocidad, no representan ningún peligro el uno para el otro. Cuando una bala
disparada contra un avión lleva la misma velocidad que éste, como ya sabemos,
es inofensiva para el piloto. El hecho de que los cuerpos que se mueven casi a
la misma velocidad pueden ponerse en contacto sin golpe, fue magistralmente
utilizado en 1935 por el maquinista Borshehev, el cual consiguió recibir con su
tren un grupo de 36 vagones en marcha, sin que se produjera choque, y evitó así
una catástrofe ferroviaria. Este suceso tuvo lugar en el ferrocarril del sur,
trayecto Elnikov-Olshanka, en las siguientes condiciones: delante del tren que
conducía Borshehev iba otro. Este primer tren tuvo que detenerse por falta de
presión del vapor. Su maquinista, desenganchó varios vagones y siguió con ellos
hacia la estación inmediata, dejando los restantes 36 vagones parados en la
vía. Estos vagones quedaron sin calzar y, como el terreno era algo pendiente, comenzaron
a deslizarse hacia atrás con una velocidad de 15 km por hora, amenazando chocar
con el tren de Borshehev. Pero este ingenioso maquinista, se dio cuenta del
peligro, paró su tren y dio marcha atrás, haciendo que, poco a poco, tomara
también la velocidad de 15 km por hora. Gracias a esta maniobra, consiguió
recibir los 36 vagones sobre su tren, sin que se produjera ni el menor
desperfecto.
Finalmente, queremos dar a conocer un aparato basado en este mismo principio,
que sirve para facilitar extraordinariamente la escritura en los trenes.
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Fig. 22. Dispositivo para escribir cómodamente con el tren en marcha. |
Cuando se va en tren es difícil escribir, porque el golpeteo de las ruedas del
vagón en las juntas de los raíles no se transmite simultáneamente al papel y a
la punta de la pluma. Si hacemos que el papel y la pluma reciban la sacudida al
mismo tiempo, conseguiremos que entre ellos exista un reposo relativo y, por
consiguiente, que no sea difícil la escritura con el tren en marcha. Esto es
precisamente lo que se logra con el aparato representado en la fig. 22. La mano
con la pluma se sujeta a la tablilla a, la cual puede desplazarse por unas
guías sobre los listones b; estos últimos pueden deslizarse a su vez por unas
ranuras que tiene la tabla que se apoya en la mesita del vagón.
Como puede verse, la mano tiene suficiente libertad de movimiento para poder
escribir una letra tras otra y cada renglón debajo del anterior; pero toda
sacudida que recibe el papel apoyado en la tabla, se transmite inmediatamente,
y con la misma fuerza, a la mano que sostiene la pluma. En estas condiciones,
la escritura con el tren en marcha es tan cómoda como si el vagón estuviese
parado (la única molestia que se nota, es que la vista recorre el papel a
saltos, porque la cabeza no recibe las sacudidas al mismo tiempo que la mano).
En la Plataforma de la Báscula
Las básculas solamente indican con fidelidad el peso de nuestro cuerpo, cuando
nos colocamos en su plataforma y permanecemos quietos completamente. Si nos
agachamos, en el momento de hacerlo la balanza señala una disminución de peso.
¿Por qué? Porque los músculos que hacen flexionar la parte superior del cuerpo
tiran hacia arriba de su parte inferior y disminuyen así la presión que el
cuerpo ejerce sobre la superficie en que se apoya. Por el contrario, en el
momento en que dejamos de agacharnos, el esfuerzo de los músculos empuja a
ambas partes del cuerpo por separado y la báscula acusa un sensible aumento de
peso, que corresponde al aumento de la presión que la parte inferior del cuerpo
ejerce sobre la plataforma. Hasta la simple elevación de los brazos debe
determinar en las básculas sensibles una variación, la cual corresponderá a un
pequeño aumento aparente del peso de nuestro cuerpo. Porque los músculos que
levantan nuestros brazos se apoyan en los hombros y, por consiguiente, empujan
a éstos, y a todo el cuerpo, hacia abajo, por lo que la presión sobre la
plataforma aumenta. Cuando detenemos el brazo que antes levantábamos, hacemos
entrar en acción los músculos antagónicos, los cuales tiran del hombro hacia
arriba, tendiendo a acercarlo al extremo del brazo, con lo que el peso del
cuerpo, o mejor dicho, su presión sobre la superficie de apoyo, disminuye.
Cuando bajamos el brazo ocurre contrario; en el momento; en el momento de
hacerlo producimos una disminución del peso de nuestro cuerpo, mientras que en
el instante en que paramos el brazo aumenta el peso. Es decir, que poniendo en
acción nuestras fuerzas internas, podemos aumentar o disminuir el peso de
nuestro cuerpo, siempre que por ello se entienda la presión que éste ejerce
sobre la superficie en que se apoya.
¿Dónde son los Cuerpos más Pesados?
La fuerza con que la esfera terrestre atrae los cuerpos disminuye a medida que
los alejamos de su superficie. Si levantásemos una pesa de a kilo a una altura
de 6 400 km, es decir, si la alejásemos del centro de la Tierra hasta una
distancia igual a dos radios de la misma, la fuerza de atracción disminuiría en
2 2 , es decir, en 4 veces, y esta misma pesa, colocada en una
balanza de resorte (dinamómetro), sólo comprimiría su muelle hasta 250 g, en
lugar de hasta 1 000. Según la ley de la gravitación universal, la esfera
terrestre atrae a los cuerpos que se encuentran fuera de ella, de la misma
forma que si toda su masa estuviera concentrada en el centro, y la disminución
de esta fuerza atractiva es inversamente proporcional al cuadrado de la
distancia. En nuestro caso, la distancia desde la pesa hasta el centro de la
Tierra se duplicó y, por consiguiente, la atracción disminuyó en 2 2 ,
es decir, en cuatro veces. Alejando la pesa hasta 12 800 km de la superficie de
la Tierra, es decir, triplicando su distancia hasta el centro de la Tierra,
disminuiríamos la atracción en 3 2 , es decir, en 9 veces, y la pesa
de 1 000 g sólo pesaría 111 g, y así sucesivamente.
Razonando lógicamente, si hundiéramos esta misma pesa en las entrarías de la
Tierra, es decir, si la aproximáramos al centro de nuestro planeta, deberíamos
observar un aumento de la atracción. En las profundidades de la Tierra la pesa
debería pesar más. Sin embargo, esta suposición es errónea: al profundizar en
la Tierra, el peso de los cuerpos no aumenta, sino al contrario, disminuye.
Esto se explica, porque, en este caso, las partículas de la Tierra que lo
atraen se encuentran ahora, no por un lado del cuerpo, sino por lados
distintos. Obsérvese la fig. 23. En ella se ve cómo la pesa que se encuentra en
las profundidades de la Tierra es atraída hacia abajo por las partículas que se
encuentran debajo de ella, pero al mismo tiempo es atraída también hacia arriba,
por las partículas que se encuentran encima.
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Fig. 23. Explicación de por qué al ir penetrando en la Tierra disminuye la gravedad. |
Puede demostrarse, que, en fin de cuentas, solamente tiene importancia la
atracción que ejerce la esfera cuyo radio es igual a la distancia que hay desde
el centro de la Tierra hasta el sitio en que se encuentra el cuerpo. Por esto,
a medida que el cuerpo se va introduciendo a mayor profundidad en la Tierra, su
peso va disminuyendo rápidamente. Al llegar al centro de la Tierra, el cuerpo
pierde su peso por completo, es decir, se hace ingrávido ya que las partículas
que lo rodean lo atraen en todas direcciones con igual fuerza.
De todo lo antedicho se deduce, que donde los cuerpos pesan más, es en la misma
superficie de la Tierra, y que a medida que se alejan de ella, sea hacia fuera
o hacia dentro, su peso disminuye.
¿Cuánto Pesa un Cuerpo Cuando Cae?
¿Habéis notado la sensación tan extraña que produce el comienzo de la
bajada en un ascensor? Es algo así como la ligereza normal que siente una
persona que se despeña. Esto no es, ni más ni menos, que la sensación de
ingravidez. En el primer instante, cuando el suelo del ascensor comienza a
descender, pero nosotros no tenemos aún una velocidad igual a la suya, nuestro
cuerpo apenas si presiona sobre él y, por consiguiente, pesa muy poco. En
cuanto pasa este instante, desaparece esta extraña sensación, nuestro cuerpo
tiende a descender más deprisa que el ascensor (que baja con movimiento
uniforme) y presiona sobre su suelo, es decir, vuelve a recobrar por completo
su peso ordinario.
Colguemos una pesa del gancho de un dinamómetro y observemos hacia dónde se
desvía el índice, si bajamos rápidamente la balanza con la pesa (para mayor
comodidad se puede colocar un trocito de corcho en la ranura de la balanza y
ver cómo varía su posición). Nos convenceremos de que, durante este rápido
movimiento, el índice no marca el peso total de la pesa, sino bastante menos.
Si la balanza cayera libremente y tuviésemos la posibilidad de observar el
índice en estas condiciones, comprobaríamos que la pesa, durante la caída, no
pesa nada en absoluto, es decir, que el índice marcaría cero.
Los cuerpos más pesados se hacen ingrávidos durante su caída. No es difícil
comprender por qué. Todo se reduce a que, generalmente, llamamos peso de un
cuerpo a la fuerza con que éste tira del punto en que está colgado o presiona
sobre la superficie en que se apoya. Pero cuando el cuerpo cae, no tira del
muelle de la balanza, ya que ésta también cae. En estas condiciones, el cuerpo
que cae ni estira ni aprieta nada. Por consiguiente, preguntar cuánto pesa un
cuerpo cuando cae, es lo mismo que preguntar cuánto pesa un cuerpo ingrávido.
Galileo (visitar página de Galileo Galilei) , el
fundador de la mecánica, escribía ya en el siglo XVII : Nosotros sentimos una carga sobre nuestros
hombros, cuando procuramos evitar su caída. Pero si comenzamos a movernos hacia
abajo con la misma velocidad que lo hace la carga que descansa sobre nuestras
espaldas, ¿cómo es posible que ésta nos oprima o moleste? Esto es lo mismo que
querer herir con una lanza a alguien que corriera delante de nosotros y
con la misma velocidad.
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Fig. 24. Experimento para demostrar la ingravidez de los cuerpos que caen. |
El sencillo experimento que describimos a continuación confirma claramente
estos razonamientos.
Coloquemos un cascanueces en uno de los platillos de una balanza de brazos, de
forma, que una de las palancas de aquél descanse en el mismo platillo, mientras
que la otra la atamos con un hilo al gancho del brazo (fig. 24). Hecho esto,
pongamos en el otro platillo pesas, hasta que la balanza quede equilibrada. Si acercamos
entonces una cerilla encendida al hilo, éste arderá y la palanca superior del
cascanueces caerá también en el platillo.
Pero, ¿qué ocurrirá en este momento con la balanza? ¿Bajará, subirá o seguirá
en equilibrio, el platillo del cascanueces, mientras cae la segunda palanca?
Ahora, cuando ya sabemos que los cuerpos que caen no pesan, podemos dar por
anticipado una respuesta acertada a esta pregunta: el platillo subirá durante
un momento.
Efectivamente, la palanca superior del cascanueces, al caer, aunque sigue unida
a él, presiona menos que cuando estaba sujeta. El peso del cascanueces
disminuye durante un instante y, como es natural, el platillo sube.
De la Tierra a la Luna
Allá por los años1865-1870 apareció en Francia la novela fantástica de Julio
Verne De la Tierra a la Luna, en la cual se expone una idea extraordinaria:
la de enviar a la Luna un gigantesco proyectil tripulado, disparándolo con un
cañón. Julio Verne describe su proyecto de una forma tan verosímil, que la
mayoría de sus lectores se harían seguramente la pregunta: ¿no se podría
realizar esta idea? Creemos que será interesante decir unas palabras sobre esto
Primero, veamos si es posible, siquiera sea teóricamente, disparar un cañón de
tal manera, que el proyectil no vuelva a caer en la Tierra. La teoría admite
esta posibilidad. En efecto, ¿por qué todo proyectil disparado horizontalmente
por un cañón acaba cayendo en la Tierra? Porque la Tierra atrae a dicho
proyectil y hace que su trayectoria se tuerza y no siga una línea recta, sino
una curva dirigida hacia el suelo, que tarde o temprano acaba encontrándose con
él. Es verdad que la superficie de la Tierra también es curva, pero la
curvatura de la trayectoria del proyectil es mucho más cerrada. Si disminuyendo
la curvatura de la trayectoria del proyectil se consigue igualarla a la
curvatura de la superficie de la esfera terrestre, este proyectil no caerá
nunca en la Tierra, sino que seguirá una curva concéntrica a su superficie, o
dicho en otras palabras, se convertirá en satélite de la Tierra, es decir, en
una nueva Luna.
Pero, ¿cómo conseguir que un proyectil, disparado por un cañón, siga una
trayectoria cuya curvatura sea menor que la de la superficie terrestre? Para
esto no hay más que comunicar suficiente velocidad a dicho proyectil.
Prestemos
atención a la fig. 25 adjunta, la cual representa el corte de un sector de la
esfera terrestre. El cañón se encuentra en el punto A de una montaña. Un
proyectil lanzado horizontalmente por este cañón, se encontraría al cabo de un
segundo en el punto B, si la Tierra no ejerciera atracción sobre él. Pero la
atracción modifica este cuadro, haciendo, que al segundo de ser disparado, el
proyectil se encuentre 5 m más bajo que el punto B, es decir, en el punto C.
Cinco metros es el camino, que, durante el primer segundo, recorre en el vacío
todo cuerpo que cae libremente cerca de la superficie de la Tierra. Si después
de descender esos 5 m, nuestro proyectil se encuentra exactamente a la misma
distancia de la superficie de la Tierra que cuando estaba en el punto A, quiere
decir, que se mueve siguiendo una curva concéntrica a la superficie de la
esfera terrestre.
Nos queda calcular el segmento AB (fig. 25), es decir, el camino que recorre el
proyectil, en dirección horizontal, durante el primer segundo, con lo cual,
conoceremos la velocidad por segundo que hay que comunicarle, cuando sale del
cañón, para conseguir nuestro fin. Este cálculo no es difícil si partimos del
triángulo AOB, en el que OA es el radio de la esfera terrestre (cerca de
6.370.000 m); OC =OA y BC =5 m; por consiguiente, OB =6 370 005 m. Aplicando el
teorema de Pitágoras, tenemos:
(AB) 2 = (6 370 005) 2 - (6 370 000) 2
Haciendo los cálculos hallamos,
que AB es aproximadamente igual a 8 km.
Es decir, si no existiera el aire, que opone una gran resistencia a todo
movimiento rápido, un proyectil disparado horizontalmente con velocidad inicial
de 8 km/seg no caería nunca a la Tierra, sino que eternamente daría vueltas
alrededor de ella como un satélite.
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Fig. 26. Trayectoria del proyectil disparado con una velocidad inicial de 8 km/seg y con velocidades mayores. |
¿Y si el proyectil se disparase con una velocidad todavía mayor, hacia dónde
volaría? La mecánica celeste demuestra, que si un proyectil sale disparado con
una velocidad de 8, 9 e incluso 10 km/seg, debe describir elipses alrededor de
la Tierra, las cuales serán tanto más alargadas cuanto mayor sea la velocidad
inicial. Si esta velocidad alcanza 11,2 km/seg, en lugar de elipses, el
proyectil describirá una curva abierta, es decir, una parábola, y se alejará
para siempre de la Tierra (fig. 26). Por consiguiente, como acabamos de ver,
teóricamente es posible llegar a la Luna en una bala de cañón, siempre que ésta
sea disparada con suficiente velocidad
(Para hacer las reflexiones anteriores partimos de la suposición de que la
atmósfera no dificulta el movimiento de los proyectiles. En realidad, la
atmósfera ofrece una resistencia que entorpece extraordinariamente la
consecución de tan grandes velocidades y que quizá las haga totalmente
irrealizables.)
El Viaje a la Luna, Según Julio Verne y tal Como Tendría que Realizarse
Todo el que haya leído la citada obra de Julio Verne recordará un interesante momento
del viaje, aquél en que el proyectil atraviesa el punto donde la atracción de
la Tierra es igual a la de la Luna. En este momento ocurrió algo verdaderamente
fantástico: todos los objetos que había dentro del proyectil perdieron su peso
y los propios viajeros, saltaban y quedaban suspendidos en el aire sin apoyarse
en ninguna parte.
Todo esto está escrito con absoluta veracidad, pero el novelista no tuvo en
cuenta que esto debería ocurrir también antes y después de pasar por el punto
de igual atracción. Es fácil demostrar, que tanto los pasajeros, como todos los
objetos que había dentro del proyectil, tenían que encontrarse en estado de
ingravidez desde el instante en que comenzó el vuelo libre.
Esto parece inverosímil, pero estoy seguro de que cada lector se asombrará
ahora de que él mismo no haya descubierto antes este descuido tan importante.
Tomemos un ejemplo de esta misma novela de Julio Verne. El lector recordará
cómo los pasajeros tiraron fuera el cadáver del perro y cómo ellos mismos se asombraron
al ver que éste no caía a la Tierra, sino que continuaba avanzando en el
espacio junto al proyectil. El novelista describe perfectamente este fenómeno y
le dio una explicación acertada. Efectivamente, en el vacío, como sabemos,
todos los cuerpos caen con la misma velocidad, porque la atracción de la Tierra
transmite a todos ellos la misma aceleración. En nuestro caso, tanto el
proyectil, como el cadáver del perro, por efecto de la atracción de la Tierra
tendrían que alcanzar la misma velocidad de caída (es decir, la misma
aceleración), o mejor dicho, la velocidad que adquirieron al ser disparados
tendría que ir disminuyendo por igual. Por consiguiente, las velocidades
respectivas, del proyectil y del cadáver del perro, tenían que ser iguales
entre sí en todos los puntos de la trayectoria que siguieron, por cuya razón,
al tirar dicho cadáver, éste siguió tras ellos sin quedarse atrás.
Pero he aquí, precisamente, aquello en que no pensó el novelista: si el cadáver
del perro no cae a la Tierra estando fuera del proyectil, ¿por qué tiene que
caer estando dentro de él? ¿No actúan acaso las mismas fuerzas en uno y otro
caso? Si el cuerpo del perro se sitúa dentro del proyectil, de forma que no se
apoye en ninguna parte, tiene que quedarse suspendido en el espacio, ya que
tiene exactamente la misma velocidad que el proyectil y, por consiguiente, con
relación a él se encuentra en reposo.
Indudablemente, todo lo que es verdad cuando nos referimos al perro, también lo
es con respecto a los cuerpos de los pasajeros y, en general, con relación a
todos los objetos que se encuentran dentro del proyectil, los cuales, en cada
punto de la trayectoria que recorren, tienen la misma velocidad que éste y, por
consiguiente, no pueden caerse aunque pierdan su punto de apoyo. Una silla que
se encuentre en el suelo del proyectil en vuelo, puede ponerse patas arriba en
el techo, sin temor a que caiga "hacia abajo", ya que continuará
avanzando junto con el techo. Cualquier pasajero puede sentarse en esta silla
sin sentir ni la más ligera tendencia a caerse al suelo del proyectil. ¿Qué
fuerza puede obligarle a caer? Si se cayera, es decir, si se aproximara al
suelo, esto significaría que el proyectil avanza en el espacio a más velocidad
que sus pasajeros (de lo contrario la silla no se caería). Pero esto es
imposible, ya que, como sabemos, todos los objetos que hay dentro del proyectil
tienen la misma aceleración que él. Por lo visto, el novelista no se dio cuenta
de esto: él pensó, que dentro del proyectil, en vuelo libre, los objetos
seguirían presionando sobre sus puntos de apoyo, de la misma manera que
presionan cuando el proyectil está inmóvil. Julio Verne se olvidó de que, todo
cuerpo pesado presiona sobre la superficie en que se apoya, mientras esta
superficie permanece inmóvil o se mueve uniformemente, pero cuando el cuerpo y
su apoyo se mueven en el espacio con igual aceleración, no pueden hacer presión
el uno sobre el otro (siempre que esta aceleración sea motivada por fuerzas
exteriores, por ejemplo, por el campo de atracción de los planetas, y no por el
funcionamiento del motor de un cohete).
Esto quiere decir, que desde el momento en que los gases cesaron de actuar
sobre el proyectil, los pasajeros perdieron su peso, hasta poder nadar en el
aire dentro de aquél, de la misma manera que todos los objetos que iban en el
proyectil parecerían totalmente ingrávidos. Este indicio podía haber servido a
los pasajeros para determinar con facilidad si iban volando ya por el espacio o
si seguían quietos dentro del ánima del cañón. Sin embargo, el novelista nos
cuenta cómo durante la primera media hora de viaje sideral, sus pasajeros se
rompían inútilmente la cabeza sin poder responderse a sí mismos, ¿volamos o no?
- Nicholl, ¿nos movemos?
Nicholl y Ardan se miraron. No sentían las vibraciones del proyectil.
- Efectivamente, ¿nos movemos? - repitió Ardan.
- ¿O estamos tranquilamente en el suelo de la Florida? - preguntó Nicholl.
- ¿O en el fondo del Golfo de México? - añadió Michel.
Estas dudas pueden tenerlas los pasajeros de un barco, pero es absurdo que las
tengan los de un proyectil en vuelo libre, ya que los primeros conservan su
peso, mientras que los segundos, es imposible que no se den cuenta de que se
hacen totalmente ingrávidos.
¡Qué fenómeno tan raro debía ser este fantástico proyectil! Un pequeño mundo,
donde los cuerpos no pesan, y, una vez que los suelta la mano, siguen
tranquilamente en su sitio; donde los objetos conservan su equilibrio en
cualquier posición; Dónde el agua no se derrama cuando se inclina la botella
que la contiene ... El autor de De la Tierra a la Luna no tuvo en cuenta todo
esto, y sin embargo, ¡qué perspectiva tan amplia ofrecían estas maravillosas
posibilidades a la fantasía del novelista!
Los primeros en llegar al extraordinario mundo de la ingravidez, fueron los
cosmonautas soviéticos. Millones de personas pudieron seguir sus vuelos por
medio de la televisión y ver en sus pantallas cómo quedaban suspendidos en el
aire los objetos que ellos soltaban, y cómo flotaban en sus cabinas y hasta fuera
de la nave, los propios cosmonautas.
¿Cómo Pesar Bien en Balanzas Inexactas?
¿Qué es más importante para pesar bien, la balanza o las pesas?
El que piense que tan importante es una cosa como la otra, se equivoca. Se
puede pesar bien, aun careciendo de balanzas exactas, siempre que se tengan a
mano buenas pesas. Existen varios procedimientos de hacerlo. Examinemos dos de
ellos.
El primero fue propuesto por el gran químico ruso D. Mendeleiev
Según este procedimiento, para comenzar la pesada, se coloca en uno de los
platillos de la balanza un cuerpo cualquiera, con tal de que pese más que el
objeto que se desea pesar. Este cuerpo se equilibra colocando pesas en el otro
platillo. Hecho esto, se coloca el objeto que se desea pesar en el platillo
donde están las pesas y se quitan de éste cuantas pesas sean necesarias para
que se restablezca el equilibrio. El peso total de las pesas quitadas será,
evidentemente, igual al peso del objeto en cuestión, ya que este objeto
sustituye ahora a dichas pesas, en el mismo platillo en que ellas estaban y,
por consiguiente, pesa lo mismo que ellas.
Este procedimiento, que suele denominarse procedimiento del peso constante,
es muy cómodo cuando hay que pesar sucesivamente varios objetos. En este caso
el peso inicial se conserva y se emplea para todas las pesadas. El otro
procedimiento es el de Borda, el cual debe su nombre al científico que lo
propuso. Consiste en lo siguiente: El objeto que se desea pesar se coloca en
uno de los platillos de la balanza y se equilibra echando en el otro platillo
arena o perdigones. Después, se quita del platillo el objeto (sin tocar la
arena) y se colocan en su lugar pesas, hasta restablecer el equilibrio. Está
claro, que, en este caso, el peso total de las pesas será igual al del objeto
que sustituyen. De aquí proviene la denominación de pesada por sustitución
que también se da a este procedimiento. En las balanzas de resorte, que sólo
tienen un platillo, también se puede emplear este procedimiento, siempre que se
disponga de pesas exactas. En este caso no es necesario tener ni arena ni
perdigones. Basta colocar el objeto en el platillo y anotar la división de la
escala que marca el índice. Después, se quita el objeto y se colocan en el
platillo cuantas pesas sean necesarias para que el índice vuelva a marcar la
misma división que antes. El peso total de estas pesas será igual al del objeto
que sustituyen.
Mas Fuerte que uno Mismo
¿Qué peso puede usted levantar con una mano? Supongamos que sean 10 kg. ¿Cree
usted que estos 10 kg determinan la fuerza de sus músculos? Se equivoca ...
¡sus músculos son mucho más fuertes! Sigamos atentamente, por ejemplo, la
acción del músculo llamado bíceps braquial (fig. 27). Este músculo está sujeto
cerca del punto de apoyo de la palanca formada por el hueso del antebrazo (es
decir, en la tuberosidad bicipital del radio N. del T.), mientras que el peso a
levantar actúa sobre el otro extremo de esta misma palanca viva. La distancia
que hay desde el peso hasta el punto de apoyo, es decir, hasta la articulación,
es casi 8 veces mayor que la que hay desde el extremo del músculo a este mismo
punto de apoyo. Por consiguiente, si el peso tiene 10 kg, el músculo tira de él
con una fuerza 8 veces mayor. Es decir, que este músculo desarrolla 8 veces más
fuerza que la mano, y, por lo tanto, podría levantar directamente, no 10 kg,
sino 80 kg.
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Fig. 27. El antebrazo C del hombre es una palanca de segundo género. La fuerza que actúa se aplica en el punto I; el apoyo de la palanca se encuentra en el punto 0 de la articulación; la resistencia que se vence (la pesa P) está aplicada en el punto B. La distancia BO es, aproximadamente, 8 veces mayor que la IO. |
Puede decirse sin exagerar, que toda persona es mucho más
fuerte que ella misma, es decir, que nuestros músculos desarrollan una fuerza
considerablemente mayor que aquella que se exterioriza en nuestras acciones.
¿Es conveniente acaso esta estructuración del cuerpo humano? A primera vista,
no, porque nos encontramos con una pérdida de fuerzas que no se compensa con
nada. No obstante, recordemos que la vieja ley de oro de la mecánica dice,
que: lo que se pierde en fuerza se gana en velocidad. Esto es precisamente lo
que ocurre con nuestros músculos, los cuales hacen a que nuestros brazos se
muevan 8 veces más deprisa que ellos mismos. El procedimiento de sujeción de
los músculos que observamos en los animales, hace que sus extremidades se
muevan con rapidez, lo cual tiene más importancia para la lucha por la
existencia que la propia fuerza. Si nuestros brazos y piernas no estuvieran
constituidos así, seríamos unos seres con movimientos extraordinariamente
lentos.
¿Por qué Pinchan los Objetos Afilados?
¿Habéis pensado alguna vez por qué una aguja penetra tan fácilmente a través de
un cuerpo? ¿Por qué un paño o un cartón se puede atravesar fácilmente con una
aguja delgada, mientras que cuesta trabajo hacer lo mismo con un clavo romo? Al
parecer, en ambos casos actúa una misma fuerza.
La fuerza, efectivamente, es la misma, pero la presión es diferente. En el
primer caso, toda la fuerza se concentra en la punta de la aguja; en el
segundo, esta misma fuerza se distribuye por toda la superficie del extremo del
clavo. Por lo tanto, la presión que ejerce la aguja es considerablemente mayor
que la que ejerce el clavo romo, aunque el esfuerzo que hagamos con la mano sea
igual en ambos casos.
Cualquier campesino puede decir, que una grada de 20 dientes desmenuza la
tierra más profundamente que otra, de igual peso, pero con 60 dientes. ¿Por
qué? Pues, porque la carga sobre cada diente, en el primer caso, es mayor que
en el segundo. Cuando hablamos de presión, siempre hay que tener en cuenta,
además de la fuerza, la superficie sobre la cual actúa. Si nos dicen que una
persona recibe un sueldo de 100 rublos, seguiremos sin saber si esto es mucho o
poco, hasta que no nos aclaren si es al mes o al año. De la misma manera, la
acción de una fuerza depende de sí se distribuye sobre un centímetro cuadrado o
se concentra en la centésima parte de un milímetro cuadrado.
Un hombre puede andar perfectamente por la nieve blanda cuando lleva esquís,
pero sin ellos se hunde. ¿Por qué? Pues, porque, en el primer caso, la presión
de su cuerpo se distribuye sobre una superficie considerablemente mayor que en
el segundo. Si los esquís tienen, por ejemplo, una superficie 20 veces mayor
que la suela de nuestros zapatos, cuando marchamos sobre aquéllos, ejercemos
sobre la nieve una presión 20 veces menor que cuando lo hacemos a pie. La nieve
blanda resiste la primera presión, pero no la segunda.
Por esta misma razón, a los caballos que trabajan en terrenos pantanosos se les
atan unos zapatones a los cascos, para aumentar de esta forma la superficie
de apoyo de las patas y disminuir la presión sobre el suelo. Así se consigue
que los caballos no se hundan en el pantano. En algunas regiones pantanosas
también las personas usan artificios semejantes. Si alguna circunstancia nos
obliga a cruzar en invierno un río, o lago, cuya capa de hielo sea poco
profunda, deberemos hacerlo a rastras, para distribuir, así el peso del cuerpo
sobre una superficie mayor.
Finalmente, la particularidad característica de los tanques y de los tractores
orugas, de no atascarse en los suelos blandos aunque suelen ser muy pesados,
también se explica por el hecho de que su peso está distribuido sobre una gran
superficie de apoyo. Las orugas de cualquier máquina de este tipo, que pese 8 o
más toneladas, ejercen sobre el suelo menos de 600 g de presión por centímetro
cuadrado. Desde este punto de vista, también es interesante el camión con
orugas para el transporte de cargas por los pantanos. Este camión, con dos
toneladas de carga, sólo ejerce sobre el suelo una presión de 160 gJCM2,
gracias a lo cual, puede atravesar perfectamente turberas y arenales.
En este caso, las grandes superficies de apoyo resultan tan ventajosas, desde
el punto de vista técnico, como en el caso de la aguja lo era la superficie
pequeña.
De lo dicho se deduce, que la facilidad que tienen los objetos puntiagudos para
horadar, se debe, únicamente, a que la fuerza que sobre ellos actúa se reparte
sobre una superficie muy pequeña.
Por esta misma causa, los cuchillos afilados cortan mejor que los que están
embotados, ya que la fuerza se concentra en ellos sobre un espacio menor.
Es decir, los objetos afilados pinchan y cortan bien, porque en sus puntas y
filos se concentra una gran presión.
Como Leviatan
¿Por qué resulta más duro el asiento de un banquillo que el de una silla,
aunque los dos sean de madera? ¿Por qué se está blando acostado en una hamaca,
aunque sus mallas estén tejidas con cordones bastante duros? ¿Por qué es
blandos el somier de alambre?
No es difícil imaginárselo. El asiento del simple banquillo, es plano, y cuando
nos sentamos en él, nuestro cuerpo sólo tiene una pequeña superficie de
contacto, en la cual se concentra todo su peso. La silla, por el contrario,
tiene el asiento cóncavo, lo cual hace que su superficie de contacto con el
cuerpo sea mayor y que por toda esta superficie se distribuya el peso. En este
caso, cada unidad de superficie soporta menos carga y, por lo tanto, menos
presión.
Es decir, todo se reduce a que la presión está distribuida de una forma más
regular. Cuando descansamos en una cama blanda, en el colchón se forma un hueco
que se adapta a la forma de nuestro cuerpo. La presión se distribuye bastante
regularmente por toda la superficie de nuestra mitad inferior, con lo cual,
cada centímetro cuadrado soporta solamente unos cuantos gramos. No es de
extrañar que, en estas condiciones, estemos cómodos.
Esto puedo' expresarse fácilmente en cifras. La superficie del cuerpo de una
persona adulta es igual, aproximadamente, a 2 metros cuadrados ' ó 20 000
centímetros cuadrados. Supongamos que, cuando estamos tendidos en la cama, la
parte de nuestro cuerpo que está en contacto con ella, y que siente la presión,
es aproximadamente igual a 1/4 de la superficie total del mismo, es decir, a
0,5 metros cuadrados, ó 5 000 centímetros cuadrados. Por término medio, el
cuerpo humano pesa unos 60 kg ó 60 000 g, esto quiere decir, que cada
centímetro cuadrado soporta solamente 12 g. En cambio, cuando nos tendemos
sobre una tabla lisa, nuestro contacto con la superficie de apoyo se reduce a
varias partes pequeñas, cuya área suma en total un centenar de centímetros
cuadrados. Por consiguiente, sobre cada centímetro cuadrado recae ahora una
presión de medio kilogramo, en vez de una decena de gramos. La diferencia es
considerable y nuestro cuerpo la siente inmediatamente; por eso decimos que la
tabla está dura.
Pero hasta el lecho más duro puede parecer blando, siempre que la presión; de
nuestro cuerpo se distribuya regularmente sobre una gran superficie.
Supongamos, por ejemplo, que nos tendemos sobre arcilla blanda y que la huella
de nuestro cuerpo queda grabada en ella. Si nos levantamos y dejamos que se
seque la arcilla (al secarse, la arcilla se contrae en un 5-10%, pero admitamos
que esto no ocurre), hasta ponerse dura como la piedra, y después volvemos a
echarnos en el hueco que antes dejamos en este molde pétreo, nos sentiremos en
él lo mismo que en un colchón de plumas, a pesar de su dureza. Es decir, nos
pareceremos al Leviatán de los versos de Lomonosov:
Para acrecentar su fuerza, |
Pero la causa de que no sintamos la dureza de este lecho, no será nuestra gran
fuerza, sino la buena distribución del peso de nuestro cuerpo sobre una gran
superficie de apoyo.
Durante el despegue y el aterrizaje de las naves cósmicas. Los cosmonautas
soportan grandes sobrecargas. Su peso puede aumentar de 10 a 14 veces. Para que
puedan resistir estas sobrecargas sin perjuicio para su salud, sus asientos se
fabrican con un plástico especial, al que se le da la forma exacta del cuerpo.
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